La dictadura militar en Argentina dejó un desastre en muchos sentidos. Están los muertos, por supuesto. Pero, por el lado económico, podríamos decir que el drama argentino con su eterna deuda externa se remonta a los tiempos de Videla. No digo que la deuda toda sea responsabilidad de Videla, pero se podría decir que ahí fue cuando comenzó a rodar la bola. La dictadura cayó a principios de los 80s, pero la deuda siguió creciendo en los gobiernos subsiguientes. Ahora tenemos un monstruo de más de 300 mil millones de dólares. Ni con Bitcoin todo pagan ese bebé. El relevo de Macri, el flamante Alberto Fernández, incumplió con el pago en mayo y ahora de milagro logró un acuerdo con sus acreedores privados. Esto con el curioso apoyo del FMI. Hablemos de Argentina y su historia sin fin.
Argentina como buen país latinoamericano siempre ha sufrido de una escasez crónica de dólares. Y eso por la sencilla razón de que consume más de lo que produce. Es el cuento de siempre. La configuración económica de Latinoamérica es muy vulnerable. Se depende principalmente de mercancías de poco valor agregado. Entonces, si los precios en los mercados internacionales están elevados, hay bonanza. Y si caen, hay crisis.
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El problema en estos casos siempre es doble. Por un lado, está el asunto de la incompetencia económica. O, para usar un término más neutral, la falta de competitividad. Nuestras economías son esencialmente neolíticas. Y, en un mundo dominado por las grandes compañías tecnológicas, eso es una clara desventaja. Mientras en Silicon Valley se habla de computación cuántica, viajes a Marte e Inteligencia Artificial. En Latinoamérica, estamos esperando que los chinos coman más cereales. La agricultura, la minería, el petróleo, y la informalidad son los reyes de la economía latinoamericana. Bueno, eso no es suficiente en el mundo de hoy.
Por otro lado, tenemos nuestra incompetencia institucional. Es decir, el desastre político. En Latinoamérica, no hay instituciones funcionales. Somos más tóxicos que Chernóbil. Los políticos y los ciudadanos. No existe el reconocimiento del otro y no sabemos trabajan en equipo. Somos más desordenados que fiesta de monos. Para cambiar un bombillo, pediríamos prestado al FMI, nos caeríamos a trompadas entre nosotros y luego culparemos a los Estados Unidos y al Imperio de los Reyes Católicos por el desastre.
En el núcleo de este desastre está la larga tradición de culpar a los gobiernos anteriores de todos nuestros males y siempre comenzar de cero en cada administración. Y está el personalismo, por supuesto. Es decir, la idea del salvador que nos promete villas y castillos, pero al final, todos terminamos peor que antes. Pura retórica y nada de planes concretos.
El tema de la confianza es fundamental para la económica. Porque la economía es una empresa social. Es decir, requiere cooperación. Esta cooperación depende que acuerdos justos, planes concretos y visiones claras. Se necesita de ética. El respeto al otro. Todos somos importantes. Y un país en pelea constante no inspira confianza para la cooperación. La absurda lucha de clases debe sustituirse por la colaboración entre todas las clases.
Argentina ha estado en recesión desde el 2018 y durante el mandato de Mauricio Macri (2015-2019) ya habían cerrado más de 24.500 pequeñas y medianas empresas, según el registro de empleadores de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). Pero la cifra se duplicó con la llegada del coronavirus y la decisión del nuevo presidente Alberto Fernández de decretar una de las cuarentenas más largas y rígidas del mundo. Desde el punto de vista empresarial, estamos ante una “masacre de empresas”.
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Ya antes de la llegada del bendito virus, Telefónica, Nike, Wrangler, y Lee habían anunciado su partida por considerar al mercado argentino como poco rentable. La aerolínea chilena Latam, el fabricante alemán de pinturas para autos BASF, y la empresa francesa de autopartes Saint-Gobain Sekurit han decidido tomar sus maletas y largarse a otros horizontes. Y la lista de desertores siguen creciendo a un ritmo alarmante.
El gran éxodo de empresas se debe a la falta de previsibilidad. No hay confianza. En otras palabras, la gente se cansa de los conflictos constantes. Eso no es bueno para los negocios. Los sindicatos todopoderosos, la prohibición de despedir a los trabajadores, la política volátil, los controles de precios y divisas, y miles de formas de intervencionismo estatal insensato. El empresario está hasta la coronilla. Y muchos han decidido tirar la toalla. Es un éxodo por agotamiento. Ni Mandrake el mago logra atraer inversión extranjera con un entorno así.
El intento fallido de expropiar a la principal molienda de granos del país, Vicentin, no ayudó mucho para subir la credibilidad de Argentina en los mercados internacionales. Eso y el impago de la deuda de mayo han sido las dos cerezas del pastel.
“Francamente, no me gustan los planes económicos”, ha dicho Fernández. ¿En serio? ¡Que belleza! Sin rumbo con delirio. Claro que se habla de la reindustrialización y la sustitución de importaciones como metas. Pero si no hay plan, ¿qué hay? Improvisación y personalismo.
Se está financiando el gasto público con emisión monetaria lo que ha causado el desplome de la moneda e inflación. Y, por supuesto, como ya es costumbre, llegó la fuga de capitales. ¡Sálvese quien pueda! El último que apague la luz. Y con la gran fuga siempre llegan sus primas hermanas: los controles cambiarios y el mercado paralelo (el dólar blue). La historia se repite una y otra vez. No tiene fin. Nunca aprendemos de los errores del pasado.
Aquí entra Bitcoin con un aliado del dólar blue. Ahora Argentina comparte el podio con Venezuela en Localbitcoins por volumen. Operadores cambiarios usando Bitcoin para evadir los controles cambiarios. Bitcoin es el puente entre el golpeado peso argentino y el cotizado dólar blue, porque el Gobierno colocó muros en los puentes oficiales.
Ahora bien, la deuda. Es un secreto a voces que el Fondo Monetario Internacional tiene una vena política. Claro que Christine Lagarde, ex directora del FMI y actual directora del Banco Central Europeo, le dio un gozoso cheque en blanco a Mauricio Macri para ayudarlo con la reelección. En Brasil funcionó, pero en Argentina no. Macri perdió y ese préstamo imprudente fue una verdadera locura.
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Fernández, milagrosamente, ha logrado llegar a un acuerdo con sus acreedores privados que representan un 20% del paquete. Irónicamente, eso se logró con el apoyo de Kritalina Gueorguieva, la nueva directora del FMI. ¿Por qué? Bueno, por culpa. Ya que ellos son corresponsables del desastre. Macri siguió sus instrucciones al detalle y fracasó de plano. Pero ese apoyo también fue por necesidad porque no tienen muchas opciones. El punto es que después de largas y complicadas negociaciones se alcanzó a un acuerdo. Una victoria para Fernández.
En conclusión: Los políticos latinoamericanos llegan al poder con la retórica del conflicto. La narrativa de la víctima y todo ese bla bla de los poderes opresores que nos quieren pobres y sumisos. Pero eso de ser una víctima eterna es realmente patético. Cuando limpies tu casa y barras el frente, hablamos de imperios y tiranos. No podemos cambiar un bombillo sin pelear. Pero nos molesta que nadie confié en nosotros. ¿Acaso los mercados internacionales están locos para colocar su dinero en nuestros desastres? En vez de estar llorando por lo que hizo o no hizo Cristóbal Colón en el siglo XVI, debemos enfocarnos en mejorar la institucionalidad y competitividad de nuestros países.