La relación entre los ciudadanos de América Latina y sus instituciones financieras tradicionales ha estado marcada históricamente por una dinámica de acceso limitado y un alto costo del crédito. Esta situación, a menudo descrita con el término cargado de emotividad de “usura” bancaria, refleja una percepción generalizada de que las grandes entidades han mantenido un monopolio sobre el capital, cobrando tasas de interés que resultan punitivas para una vasta porción de la población. En este contexto, la aparición y expansión de los modelos Fintech —particularmente en los ámbitos de lending y crowdfunding— ha generado la expectativa de un cambio de juego, prometiendo democratizar el acceso al crédito mediante la tecnología y el análisis de datos.

El problema de fondo no reside únicamente en las tasas de interés, sino en la exclusión financiera. Amplios sectores de la población latinoamericana —trabajadores independientes, pequeñas y medianas empresas, y aquellos con historiales crediticios informales— simplemente no cumplen con los estrictos y a menudo arcaicos requisitos de la banca tradicional. Esta falta de acceso crea una dependencia de fuentes de financiación alternativas, que pueden ser aún más caras o peligrosas. Los bancos, con sus estructuras operativas complejas y su aversión al riesgo en mercados volátiles, han optado históricamente por servir a una minoría de clientes considerados de bajo riesgo y alta rentabilidad.

Las plataformas Fintech de lending y crowdfunding proponen una solución radical a este problema mediante el uso intensivo de la tecnología. Su principal herramienta es el análisis de datos avanzado. A diferencia de los modelos bancarios que dependen casi exclusivamente de historiales crediticios formales y puntajes estandarizados, las Fintech utilizan una variedad de fuentes de datos no tradicionales. Esto puede incluir el comportamiento transaccional en línea, el uso de dispositivos móviles, el historial de pagos de servicios básicos o la actividad en redes sociales (siempre con el consentimiento del usuario).

Esta capacidad para generar un perfil de riesgo más matizado y personalizado permite a las Fintech evaluar la solvencia de individuos y negocios que son invisibles para el sistema bancario. Al reducir la asimetría de información y obtener una imagen más precisa del prestatario, las plataformas están teóricamente en posición de ofrecer crédito a tasas más justas. El costo operativo también juega un papel crucial: sin la necesidad de una vasta red de sucursales físicas y con procesos automatizados, las Fintech incurren en costos de adquisición y servicio de cliente significativamente menores que los de la banca tradicional, permitiéndoles trasladar parte de ese ahorro a tasas de interés más competitivas.

El impacto de las Fintech en el panorama financiero latinoamericano se siente principalmente a través de la competencia. Al introducir opciones de crédito más ágiles y accesibles, obligan a los bancos a reevaluar sus propios productos y servicios. Aunque los grandes bancos tienen ventajas innegables —como la solidez de su capital, la confianza institucional histórica y una regulación clara—, su inercia operativa los hace lentos para adaptarse a las demandas del mercado digital.

Los modelos de crowdfunding, en particular, han democratizado la fuente de capital. Permiten a pequeños inversionistas participar directamente en la financiación de proyectos y empresas, sorteando a los intermediarios bancarios. Esto no solo proporciona una vía de financiación para empresarios que no calificarían para un préstamo bancario tradicional, sino que también ofrece a los ahorristas la oportunidad de obtener rendimientos que superan las tasas de interés que les ofrecería su cuenta de ahorro convencional.

Las Fintech, al tener mayores libertades operativas y menor carga regulatoria (al menos inicialmente), pueden innovar con mayor rapidez. Esto se traduce en productos financieros diseñados para la realidad económica de la región, como microcréditos para capital de trabajo con plazos flexibles o esquemas de pago adaptados a los flujos de caja irregulares de los trabajadores informales. En esencia, están demostrando que el riesgo, al ser medido con mayor precisión mediante la tecnología, no tiene por qué ser prohibitivamente caro.

Es importante acercarse a la palabra “usura” con sumo cuidado, ya que a menudo está cargada de resentimiento social y económico. Técnicamente, la usura se refiere al cobro de un interés excesivo o ilegal. Sin embargo, en el debate público, se usa frecuentemente para referirse a cualquier financista, incluyendo bancos o Fintech, que busca obtener un buen negocio con un prestatario que, libremente y con conocimiento, está dispuesto a aceptar las condiciones.

En mercados con alta inestabilidad, como muchos en LatAm, las tasas de interés nominales altas no son necesariamente un reflejo de avaricia, sino una respuesta directa a varios factores de riesgo económico sistémico.

Las Fintech pueden mitigar el riesgo de crédito gracias a su mejor análisis de datos, lo que potencialmente reduce el componente de riesgo en la tasa de interés final. Sin embargo, no pueden eliminar los riesgos macroeconómicos, que seguirán siendo una presión al alza sobre el costo del dinero. Por lo tanto, el objetivo de las Fintech no es reducir las tasas a cero, sino llevarlas a un nivel justo y transparente, acorde al riesgo real del prestatario y a las condiciones del mercado.

La promesa de las Fintech de erradicar los altos costos del crédito es esperanzadora, pero debe matizarse con una visión equilibrada de los riesgos que esta nueva libertad trae consigo. Aunque las Fintech ofrecen mejores productos y servicios en muchos casos, sus mayores libertades operativas también implican peligros inherentes que requieren precaución.

El argumento que equilibra esta visión optimista es que la democratización del crédito puede conducir a una sobre-endeudamiento masivo si no se acompaña de una educación financiera robusta. Al facilitar el acceso al crédito a personas con ingresos variables o inestables, el riesgo de que los prestatarios subestimen su capacidad de pago aumenta drásticamente. Las Fintech, al priorizar la velocidad y la sencillez en la aprobación de préstamos, pueden inadvertidamente relajar los criterios de elegibilidad hasta el punto de colocar a los individuos en situaciones de deuda insostenible.

Además, mientras que los bancos están sujetos a regulaciones de capitalización y supervisión estricta (que son precisamente la causa de su rigidez), las Fintech a menudo operan en zonas grises regulatorias. Esto plantea interrogantes sobre la protección del consumidor y la estabilidad financiera a largo plazo. Si una gran Fintech de lending con un modelo de riesgo agresivo colapsara, las consecuencias para sus prestatarios y la estabilidad del mercado podrían ser significativas. Por lo tanto, el verdadero reto no es solo romper el monopolio, sino asegurar que las nuevas herramientas de financiación se utilicen con la responsabilidad y la disciplina que requiere la gestión del dinero prestado, evitando que la facilidad de acceso al crédito se convierta en una trampa de deuda para los más vulnerables.

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