Chile se encamina hacia otra década de bajo crecimiento, según algunos pronósticos. ¿Estará condenado a una década perdida? Chile suele ser considerado un referente en Sudamérica, pero es importante recordar que ningún país es perfecto. Aunque ha logrado grandes avances, su economía, como cualquier otra, experimenta altibajos. Es normal pasar por períodos de crecimiento, declive y estancamiento. Sin embargo, esto no significa que hay que resignarse con la situación actual. En Chile, la libertad de expresión también incluye la libertad de quejarse. Siempre hay oportunidades para mejorar y seguir avanzando.
Chile, antes el "jaguar latinoamericano" de crecimiento económico, ha visto desacelerarse significativamente su desarrollo en las últimas décadas. Lo que antes era un motor de desarrollo en la región, hoy enfrenta un panorama económico más complejo. El país ha pasado de crecer a tasas promedio del 4.3% anual entre 2005 y 2014 a proyecciones de crecimiento cercanas al 2.5% para 2024. Esta disminución en el ritmo de expansión económica ha generado preocupación tanto a nivel nacional como internacional, y ha puesto en el centro del debate las causas y posibles soluciones a este fenómeno.
Entre los factores que han contribuido a esta desaceleración, destacan la disminución de la inversión, la baja productividad y la creciente incertidumbre política. La inversión, motor tradicional del crecimiento, se ha visto afectada por diversos factores, como la caída de los precios de las materias primas, la mayor regulación ambiental y la incertidumbre política generada por el proceso constituyente. La productividad, medida por la cantidad de bienes y servicios producidos por unidad de trabajo, ha crecido a un ritmo menor al esperado, lo que limita la capacidad de la economía para generar mayores ingresos y mejorar los estándares de vida. Por otro lado, la incertidumbre política ha generado desconfianza entre los inversores, dificultando la toma de decisiones de inversión a largo plazo.
Ahora, las consecuencias de esta desaceleración económica se han dejado sentir en diversos ámbitos de la sociedad chilena. El crecimiento más lento ha limitado la creación de empleo, lo que ha aumentado las tasas de desempleo y ha presionado los salarios a la baja. Además, ha reducido los ingresos fiscales del Estado, lo que ha limitado su capacidad para financiar programas sociales y de inversión pública. La combinación de estos factores ha generado un creciente malestar social, que se manifestó con fuerza en el estallido social de 2019.
Ante este escenario, el gobierno de Gabriel Boric ha expresado su preocupación por la situación económica y ha anunciado una serie de medidas para estimular el crecimiento. Entre ellas, se encuentran reformas tributarias, un mayor gasto en inversión pública y la promoción de energías renovables. Sin embargo, la implementación de estas medidas se ha visto dificultada por la fragmentación política y la falta de consenso en torno a las reformas estructurales necesarias para impulsar el crecimiento a largo plazo.
Los expertos consultados tienen opiniones divergentes sobre las perspectivas económicas de Chile. Algunos son optimistas y consideran que la economía chilena tiene el potencial de recuperarse y volver a crecer a tasas más elevadas. Sin embargo, otros son más pesimistas y advierten que la desaceleración económica podría ser un fenómeno de largo plazo si no se implementan reformas estructurales profundas. En este sentido, existe un amplio consenso en la necesidad de mejorar la productividad, reducir la desigualdad, fortalecer las instituciones y promover la inversión.
Ahora bien, la desaceleración económica de Chile es un desafío complejo que requiere de una respuesta integral por parte de los actores políticos, sociales y económicos. Si bien se han tomado algunas medidas para estimular el crecimiento, es necesario abordar las causas estructurales de la desaceleración para lograr un crecimiento sostenido a largo plazo. Esto implica, entre otras cosas, mejorar el clima de inversión, fortalecer la educación y la capacitación, y promover una mayor equidad social. El futuro económico de Chile dependerá en gran medida de la capacidad de sus líderes para diseñar e implementar políticas públicas que promuevan un crecimiento inclusivo y sostenible.
Aquí hay que reconocer este dilema: la baja productividad inhibe la inversión, y la falta de inversión perpetúa la baja productividad. La clave para romper este círculo vicioso reside en generar expectativas positivas de futuro. Si los inversores confían en que la economía mejorará, es más probable que inviertan, lo cual, a su vez, puede impulsar el crecimiento económico. Esta dinámica se conoce como profecía autocumplida. Sin embargo, lograr este consenso y visión compartida es un desafío complejo, especialmente en contextos de alta polarización social y política.
La moderación política fue un pilar fundamental del éxito económico de Chile en décadas pasadas. La sociedad chilena, dejando de lado profundas divisiones ideológicas, se unió en torno a objetivos comunes de desarrollo. Esta actitud conciliadora y proactiva fue clave para alcanzar una estabilidad política y económica envidiable en la región.
Sin embargo, este periodo de bonanza económica ha dado paso a un crecimiento más moderado y, gradualmente, las divisiones políticas han resurgido. La polarización actual amenaza con revertir los avances logrados y pone en riesgo el futuro del país. Es evidente que Chile necesita recuperar el espíritu de unidad y dinamismo que caracterizó a las décadas de los 90, para así enfrentar los desafíos actuales y construir un futuro más próspero.
Ahora bien, la polarización en Chile es un problema arraigado que no desaparecerá de la noche a la mañana. Sus raíces se encuentran en la desigualdad persistente, la brecha generacional, la desconfianza en la clase política y la amplificación de las voces extremas por las redes sociales. Si bien Chile ha sido un referente económico en la región, su crecimiento se ha desacelerado y enfrenta nuevos desafíos como el envejecimiento de la población, el cambio climático y la competencia global.
Chile tiene el potencial de superar sus desafíos y convertirse en un país más justo y próspero. Sin embargo, esto requerirá un esfuerzo conjunto de todos los actores de la sociedad: el gobierno, las empresas, la sociedad civil y los ciudadanos.
En resumen, la polarización en Chile es un problema complejo, pero no insuperable. Con una visión clara del futuro y una voluntad de trabajar juntos, Chile puede construir un país más justo, equitativo y sostenible para las futuras generaciones.
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