El sistema de comercio global, que durante décadas persiguió la utopía de la plena integración, enfrenta hoy una realidad distinta: la creciente fragmentación geopolítica. Las guerras comerciales, el uso de sanciones como herramienta de política exterior y la marcada división tecnológica, particularmente entre el bloque liderado por Estados Unidos y la órbita de China, están dibujando nuevas fronteras, invisibles pero muy reales, que amenazan la fluidez y la universalidad de las plataformas de comercio digital. Mirar este panorama es comprender cómo el viejo ajedrez de la política se juega ahora en el tablero de lo digital.
La promesa del comercio digital global era la eliminación de las fronteras físicas. Plataformas gigantescas permitieron a consumidores en cualquier lugar acceder a bienes producidos en el rincón opuesto del planeta, simplificando la logística y el pago. Sin embargo, la escalada de tensiones geopolíticas ha comenzado a erigir barreras digitales y regulatorias que son, en muchos sentidos, más difíciles de sortear que los aranceles tradicionales.
Las guerras comerciales, impulsadas por el deseo de repatriar industrias estratégicas o castigar prácticas comerciales percibidas como desleales, se traducen en aranceles que encarecen automáticamente los productos en plataformas de comercio electrónico. Esto afecta a los minoristas digitales que dependen de cadenas de suministro transfronterizas y obliga a los consumidores a pagar precios más altos o a buscar alternativas regionales. Lo que antes era un mercado mundial único, se fragmenta en bloques de costo diferenciado.
Pero el riesgo más profundo reside en la división tecnológica. La disputa entre Washington y Pekín por el liderazgo en áreas como la inteligencia artificial, el desarrollo de chips avanzados y las redes de telecomunicaciones, ha llevado a la creación de dos ecosistemas tecnológicos paralelos.
Un ejemplo claro es el veto impuesto a ciertas empresas chinas, que les impide acceder a software y componentes esenciales estadounidenses. Esta medida no solo afecta a los fabricantes de hardware, sino que impone una bifurcación en el corazón de la infraestructura digital. Una plataforma de comercio electrónico que use tecnología de un bloque puede volverse vulnerable o incluso inaccesible en el otro, forzando a las empresas a elegir bando o a desarrollar versiones localizadas y menos eficientes de sus servicios. La interrupción de estas cadenas de suministro digital es un riesgo para la eficiencia y la innovación global.
El uso creciente de sanciones económicas como instrumento geopolítico introduce una capa adicional de complejidad y riesgo para el comercio digital. Cuando un país o una entidad es sancionado, las plataformas digitales globales deben actuar inmediatamente para restringir el acceso a sus servicios, bloqueando transacciones, cuentas y, en el fondo, fragmentando el mercado. Esto es particularmente desafiante para las empresas de tecnología financiera y las plataformas de pago, que deben navegar por un laberinto regulatorio en constante cambio, a menudo sin una guía clara sobre cómo se aplican las sanciones a las transacciones de pequeño valor o al movimiento de datos.
Existe una profunda ironía en esta situación: el mismo comercio digital, que fue concebido como el motor de la integración y la paz a través del intercambio, se convierte en la herramienta más efectiva para la exclusión económica. Las plataformas, diseñadas para conectar, se ven forzadas a desconectar a millones de usuarios basándose en su ubicación o afiliación política. La fluidez del e-commerce se ve sacrificada en el altar de la seguridad nacional y la política exterior. Esta contradicción socava la confianza en la neutralidad de las plataformas y promueve la búsqueda de alternativas que prometan mayor resiliencia y autonomía.
La fragmentación geopolítica no solo genera riesgos negativos. En el ámbito de las criptomonedas y los activos digitales, esta división global puede tener un efecto dual.
Por un lado, el riesgo es que los activos digitales sean percibidos como una herramienta para evadir sanciones, lo que inevitablemente provoca una regulación más estricta y punitiva por parte de los bloques tradicionales. Los gobiernos y organismos supranacionales, al ver las criptomonedas como un potencial agujero en su muro de control económico, podrían imponer restricciones severas a las plataformas de intercambio y a los proyectos descentralizados, obstaculizando su adopción generalizada.
Por otro lado, la fragmentación abre una oportunidad para las criptomonedas. Si los sistemas de pago y las plataformas de comercio electrónico tradicionales se vuelven inseguros, lentos o costosos debido a las tensiones geopolíticas, las redes descentralizadas ofrecen una vía de escape. Las monedas estables (stablecoins) y los protocolos de finanzas descentralizadas (DeFi) prometen un sistema de comercio y transferencia de valor resistente a la censura y neutral ante las disputas de los bloques. Un comerciante en un país sancionado o en riesgo de serlo podría ver en una plataforma digital basada en la tecnología de cadena de bloques (blockchain) la única forma de mantener su acceso al mercado global sin la intervención de terceros que puedan ser forzados a cortar sus servicios. La fragmentación impulsa la necesidad de sistemas de comercio alternativos, y es ahí donde el ecosistema cripto puede ofrecer soluciones de interoperabilidad que la banca tradicional y las plataformas centralizadas ya no pueden garantizar.
Aunque la narrativa dominante sugiere que la fragmentación geopolítica es una amenaza ineludible para el comercio digital, hay un elemento que modera esta visión pesimista: la adaptabilidad del comercio. En lugar de colapsar, el sistema global está experimentando una reorganización.
Las guerras comerciales y las divisiones tecnológicas no eliminan el intercambio, sino que lo redirigen. Surgen con más fuerza los países conectores —naciones que se posicionan estratégicamente para actuar como intermediarios logísticos y de manufactura entre los grandes bloques—, beneficiándose de la reubicación de las cadenas de suministro. El comercio digital se regionaliza, permitiendo el florecimiento de plataformas locales y regionales que, al estar menos expuestas a la política de las grandes potencias, pueden ofrecer un servicio más estable a sus mercados vecinos. Esta regionalización no es el fin del comercio, sino una nueva etapa de madurez que promueve una diversificación del riesgo que la excesiva centralización global anterior no ofrecía. De esta forma, la fragmentación, vista desde la perspectiva de la resiliencia, obliga a la creación de múltiples centros de gravedad en el comercio digital, haciendo al sistema global menos dependiente de la estabilidad de un solo par de relaciones geopolíticas.
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