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Gustavo GodoyGustavo Godoy

¿España necesita un shock de productividad?

España, ante un crecimiento basado en empleo, debe impulsar reformas estructurales para aumentar el valor

¿España necesita un shock de productividad?
Opinión

El pulso de la economía de una nación se siente, en gran medida, en su capacidad para transformar recursos en valor. Este proceso, fundamentalmente la producción, es el motor que crea los bienes y servicios que satisfacen la demanda y definen el nivel de vida de sus ciudadanos. La producción no es una mera operación técnica, sino la combinación eficiente de factores: la mano de obra, el capital, la tecnología y los recursos naturales. 

La habilidad de un país para generar más valor a partir de los mismos recursos, o incluso menos, es lo que conocemos como productividad, un concepto que se convierte en el barómetro esencial para medir la competitividad y el crecimiento económico a largo plazo.

En el contexto español, esta conversación sobre la productividad es más que una inquietud académica; es un imperativo para asegurar la prosperidad futura. Durante años, la economía española ha mostrado una tendencia preocupante: un crecimiento que se apoya en gran medida en la creación de empleo, pero no siempre en un aumento significativo de la producción por trabajador. Esto dibuja un panorama de crecimiento extensivo más que intensivo. Es decir, se necesitan más personas trabajando para aumentar el producto total, en lugar de que cada persona produzca sustancialmente más valor.

Esta dinámica plantea la necesidad de un cambio estructural profundo, un verdadero shock de productividad que eleve el potencial de la economía. Organismos internacionales de peso, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), han señalado repetidamente la urgencia de estas reformas estructurales como condición sine qua non para que España pueda sortear con éxito los desafíos de la globalización y el envejecimiento demográfico.

Primero, la educación y la formación profesional. El capital humano es el motor de la productividad en la economía del conocimiento. Un sistema educativo que no se alinea con las demandas del mercado laboral o que no fomenta las habilidades digitales y el pensamiento crítico condena a una parte de la fuerza laboral a empleos de bajo valor añadido. Es crucial invertir no solo en la educación inicial, sino también en la formación continua y el aprendizaje a lo largo de la vida, permitiendo a los trabajadores adaptarse a las nuevas tecnologías y a los constantes cambios sectoriales.

Segundo, la innovación y el desarrollo tecnológico. La inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) en España se mantiene por debajo de la media de la zona euro. Un aumento significativo en esta área es vital, tanto a nivel público como privado. Además, es esencial la transferencia de conocimiento desde los centros de investigación a las empresas, especialmente a las pequeñas y medianas empresas (PYMEs), que constituyen la columna vertebral del tejido productivo español y a menudo son las más rezagadas en la adopción de nuevas tecnologías.

Tercero, la eficiencia del mercado laboral. Las regulaciones laborales deben buscar un equilibrio entre la protección del trabajador y la flexibilidad necesaria para que las empresas se adapten a los ciclos económicos y a la demanda. Reformas que simplifiquen la contratación, que incentiven la movilidad geográfica y sectorial, y que reduzcan la dualidad entre contratos temporales y fijos pueden mejorar la asignación de talento y la productividad agregada. La precariedad y la temporalidad excesivas no solo afectan la vida de las personas, sino que desincentivan la inversión de las empresas en la formación de sus empleados.

Cuarto, la mejora del entorno empresarial y la competencia. Un marco regulatorio claro, ágil y predecible reduce los costes de transacción y fomenta la inversión. Es fundamental reducir la burocracia, garantizar la competencia efectiva en todos los sectores —incluidos los servicios profesionales y la distribución— y facilitar el crecimiento de las empresas. El tamaño empresarial, en general menor en España que en otros países europeos, limita la capacidad de invertir en tecnología y capital. Fomentar que las PYMEs crezcan y se internacionalicen es una palanca de productividad.

El aumento de la productividad, que debería liberar al ser humano de trabajos tediosos, puede generar desempleo estructural al reemplazar la mano de obra con máquinas o algoritmos. La búsqueda incesante de la maximización del beneficio puede socavar los salarios y, paradójicamente, reducir la capacidad de consumo de la propia población que sostiene el mercado. Además, el imperativo de un crecimiento ilimitado choca con la realidad de unos recursos naturales finitos, planteando la necesidad de una productividad que sea no solo económica, sino también sostenible y ecológicamente responsable. La eficiencia no puede medirse solo por el coste, sino por el impacto a largo plazo en el planeta y en la cohesión social.

El debate sobre la productividad en España no se puede limitar a la mera adopción de recetas. El verdadero cambio reside en la capacidad del país para redefinir su modelo productivo, pasando de un enfoque basado en costes y la creación masiva de empleo de bajo valor, a uno cimentado en el conocimiento, la innovación y la calidad. Las reformas estructurales son necesarias, pero su éxito dependerá de la voluntad política y del consenso social para llevarlas a cabo.

Aunque la evidencia económica y los diagnósticos de los organismos internacionales apuntan a la necesidad perentoria de elevar la productividad mediante reformas, es útil considerar una perspectiva que module el entusiasmo por el crecimiento a cualquier coste.

Podríamos argumentar que la obsesión por la productividad medida en términos puramente económicos —es decir, el Producto Interior Bruto por hora trabajada— pasa por alto la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos. Un shock de productividad, si no se gestiona con una visión social, podría llevar a un incremento de las horas trabajadas, una mayor presión sobre los empleados y una distribución de la riqueza más desigual. En este escenario, la gente sería, sí, más productiva en términos de producción, pero no necesariamente más feliz o saludable.

La meta no debería ser solo producir más, sino producir mejor y con un propósito más amplio que el simple margen de beneficio. Las reformas deben apuntar a una productividad con rostro humano, aquella que es sostenible, justa y que, en última instancia, se traduce en una vida más plena para todos. Un enfoque exclusivo en la eficiencia económica, sin considerar el impacto social y ambiental, es una miopía que, a largo plazo, resulta ser el camino menos productivo de todos.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.