Cuando hablamos de las grandes potencias que mueven los hilos de la economía global, es inevitable que el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) acaparen los titulares. Son como dos colosos en un tablero de ajedrez financiero, cada uno con sus propias reglas, pero intrínsecamente conectados por la marea de la globalización. Últimamente, la pregunta que resuena en los pasillos de los mercados y las tertulias económicas es si el BCE está forjando su propio camino o si, por el contrario, sigue de cerca la estela marcada por la Fed.
A primera vista, pareciera que tanto el BCE como la Fed persiguen el mismo fin: mantener la estabilidad económica. Y en esencia, es así. Pero como en todo buen plato, los ingredientes y la receta varían, y esas diferencias son las que marcan la pauta.
Empecemos por el BCE. Imaginen una orquesta donde cada músico es un país de la Eurozona, y el director es el propio Banco Central. Es una estructura supranacional y descentralizada, una suerte de república de bancos centrales donde cada entidad nacional tiene su voz y voto. Su mandato principal es casi una obsesión: la estabilidad de precios. Esto significa que su brújula está calibrada para que la inflación no se desvíe del 2% a medio plazo. Punto. Otros objetivos, como el crecimiento o el empleo, aunque importantes, quedan en un segundo plano. Es como un arquero que solo tiene un objetivo en mente.
La Fed, por su parte, es un sistema federal. Piensen en una casa con muchos pisos y habitaciones, todas conectadas, pero con cierta autonomía. Hay una Junta de Gobernadores en Washington D.C. que es el cerebro, y luego doce bancos de la Reserva Federal repartidos por todo el país, que son los músculos. Su particularidad radica en su "doble mandato": no solo busca la estabilidad de precios, sino también el máximo empleo. Esto significa que la Fed camina por una cuerda floja, intentando mantener la inflación a raya sin asfixiar la creación de puestos de trabajo. Es una tarea más compleja, que exige un equilibrio delicado.
Más allá de sus mandatos, sus marcos operativos también muestran matices. Aunque ambos utilizan herramientas similares —como los tipos de interés, las operaciones de mercado abierto o los programas de compra de activos—, la forma en que los implementan y la composición de sus balances pueden variar. Son como dos chefs que usan los mismos utensilios, pero la forma en que cortan y sazonan es única.
En los últimos años, la palabra que ha dominado las portadas y las conversaciones en la calle ha sido inflación. Un fenómeno que se desató por una tormenta perfecta: interrupciones en las cadenas de suministro tras la pandemia, un repunte inesperado de la demanda, y para rematar, el conflicto en Ucrania. Ante este escenario, tanto el BCE como la Fed han sacado la artillería pesada: las subidas de tipos de interés.
La lógica es sencilla: encarecer el dinero para enfriar la economía. Si pedir prestado es más caro, la gente y las empresas gastan menos, invierten menos, y la demanda general se reduce. Con menos demanda, la presión sobre los precios disminuye. Y en esto, ambos bancos han actuado de forma similar. El BCE ha subido los tipos, haciendo que el crédito sea menos atractivo, y la Fed ha hecho lo propio, de forma agresiva, para ralentizar el consumo y la inversión.
Sin embargo, a medida que la resaca inflacionaria empieza a ceder, las señales apuntan a que el camino de ambos podría empezar a bifurcarse. Hay quienes sugieren que el BCE podría verse en la necesidad de acelerar las bajadas de tipos antes que la Fed, dependiendo de cómo evolucionen los datos de inflación en la Eurozona en comparación con Estados Unidos. Es como si dos corredores que han corrido juntos una maratón, ahora estén ajustando su ritmo para el tramo final, cada uno según su propia resistencia y las condiciones del terreno.
Un punto crucial que comparten tanto el BCE como la Fed es su independencia. Esta no es una característica menor; es la piedra angular que sostiene su credibilidad y eficacia. La idea es que las decisiones de política monetaria se tomen basándose en análisis económicos rigurosos, y no en presiones políticas, ciclos electorales o intereses partidistas. La historia nos ha enseñado que cuando los bancos centrales pierden su independencia, el resultado suele ser catastrófico, con hiperinflación y desestabilización económica.
Pero, ¿significa esta independencia que actúan en un vacío, ajenos a lo que hace el otro? En absoluto. Si bien no se "imitan" directamente, las economías globales están tan entrelazadas que las decisiones de uno repercuten en el otro. Es una interacción constante. Los analistas y los mercados están siempre atentos a lo que dice y hace la Fed, porque sus movimientos tienen un efecto dominó a nivel mundial, y el BCE no es una excepción.
Existe una comunicación fluida entre ambos, y no es raro ver cómo sus acciones han coincidido en momentos de crisis globales, como la Gran Crisis Financiera de 2008 o la pandemia de COVID-19. En esos momentos, la coordinación fue clave para inyectar liquidez y estabilizar los mercados. Y ahora, en la lucha contra la inflación, también han caminado de la mano en el endurecimiento de la política monetaria.
En definitiva, se podría decir el BCE no es una mera sombra de la Fed. Tiene su propia identidad, su propio mandato y sus propias particularidades. Sin embargo, en un mundo globalizado, la interconexión es innegable. El verdadero arte radica en que cada uno trace su camino, manteniendo su independencia, pero siendo conscientes de que sus pasos resuenan en el escenario económico global. ¿Será el BCE capaz de mantener su singularidad mientras navega por las aguas turbulentas de la economía mundial?
El BCE y la Fed son dos pesos pesados que, aunque independientes, danzan en el mismo escenario global. Sus movimientos se influencian mutuamente, como en un tango donde cada paso del uno impacta al otro, pero mantienen su autonomía para seguir sus mandatos específicos. Este equilibrio entre interdependencia e independencia es clave para la estabilidad económica mundial.
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