En muchos sentidos, invertir es pronosticar. Los inversores compran (o venden) activos financieros basados en una expectativa. Después de todo, la ganancia yace en comprar barato hoy y vender más caro mañana. Lo que se busca es estimar la demanda en el futuro. En especial, lo que se busca es estimar el crecimiento de la demanda en el futuro en relación al presente. Para lograr eso, se estudian las probabilidades y las tendencias. Se sopesa, por ejemplo, el ambiente macroeconómico, la masa monetaria, la productividad, la demografía y el sentimiento.

El inversor a largo plazo es aquel quien, pese a la volatilidad a corto plazo, confía en un crecimiento económico continuo en un marco temporal más largo. El inversor a largo plazo es, en el fondo, un gran optimista. Este optimismo hace que el crecimiento se acepte siempre como el estado natural de las cosas y el decrecimiento se vea como un retraso pasajero. Entonces, para este individuo, la mejor estrategia es (siempre) comprar y esperar. Porque, tarde o temprano, los precios seguirán subiendo. Tarde o temprano, los precios del mercado serán superiores a nuestro precio de compra. La única solución es esperar. En otras palabras, la fortuna favorece a los pacientes.

¿Simple? Bueno, me temo que esta explicación es demasiado simple. Esa visión no es incorrecta per se. Sin embargo, esa descripción requiere de ciertas aclaratorias. Porque, por lo general, todo este asunto de la inversión a largo plazo se presenta en su versión más incompleta. Muchos se apoyan en la narrativa del inversor a largo plazo para justificar sus errores de juicio en el pasado. Con frecuencia, esto se usa como excusa para ocultar que se compró caro y tarde en el ciclo. Muchas instituciones prometen villas y castillas para atraer clientes. Se apoyan en las predicciones alcistas para crear falsas expectativas. La gente, entonces, debido al FOMO, entrega sus ahorros, subestimando los riesgos. Luego, el mercado colapsa. El precio cae. Y los mismos que ayudaron en la creación de falsas expectativas ahora se tornan prudentes hablando de las bondades de invertir a largo plazo.

El problema es que la inversión a largo plazo no es la misma para los que compran barato que para los que compran caro. Además, esta estrategia no es la más inteligente para todos y no es la más inteligente en todo momento. O sea, no es ninguna panacea. Voy a dar algunos ejemplos. 

No es muy sensata, por ejemplo, para los inversores comprando con deuda o con muchos compromisos a corto plazo. Como ejemplo de lo que no se debe hacer, tenemos a la empresa Microstrategy y a El Salvador de Bukele. Ambos actores llegaron muy tarde en el ciclo y compraron bastante caro. Y ambos compraron haciendo predicciones sumamente alcistas. Microstrategy emitió deuda para seguir comprando. Y El Salvador compró con dinero público. Con la caída de los precios, ambos ahora sacan la excusa del “inversor a largo plazo” para ocultar que llegaron tarde y compran caro con una pésima gestión de riesgo. Ambos están en rojo en estos momentos. Sin embargo, sus deudas están vivas y pateando. Y estos acreedores no van a esperar la recuperación. Ellos quieren su pago listo para la fecha acordada.

Ahora bien, hablemos de otro caso. Hablamos de una abuelita de 93 años viviendo de una renta. En este caso, de pronto, no es muy recomendable invertir en activos muy volátiles con una perspectiva a largo plazo. Lo que esta abuelita necesita es una renta fija que llegue de manera constante, estable, segura y predecible. Ella no se puede dar el lujo de esperar 5 años, 10 años o 20 años para tomar ganancias. Ella necesita cobrar el final del mes. Porque ella come todos los días. Por ende, necesita dinero todos los días.

Claro que también hay otra excepción a la inversión a largo plazo. Se podría decir que uno de estos momentos excepcionales es al comienzo de una década perdida. ¿Qué es una década perdida? El término “década perdida” en el contexto de los mercados financieros se refiere a la posibilidad de tardar (por lo menos) diez años para volver a alcanzar el máximo del último ciclo alcista.

Supongamos que un inversor compró una acción bursátil cerca del máximo histórico en 1929. Digamos que pagó $10 por unidad. Durante el crash, el precio de la acción cayó a $6. Y, luego, siguió bajando hasta alcanzar el mínimo de $4, varios meses después del crash. Las pérdidas no realizadas de este inversor hipotético ascendieron a $6 por unidad por muchos años. Y tuvo que esperar 10 años para retornar a los $10 del comienzo. De pronto, esa compra, a ese precio, en ese momento, no salió muy bien. Esos $10 habrían dado más rendimiento, por ejemplo, en el mercado de bonos que en el mercado de renta variable.

Las décadas perdidas no son comunes. La duración de un ciclo bajista convencional y promedio, por lo general, es mucho menor. Generalmente, los inversores deben esperar 2 o 3 años para recuperarse de un ciclo bajista. En algunos casos, incluso, el tiempo de espera puede ser menor. Claro que eso no implica que todos los ciclos bajistas siempre van a durar un máximo de 2 o 3 años. Por supuesto que es un error asumir ciegamente que el precio de compra y el momento de compra no son relevantes para el inversor a largo plazo dispuesto a esperar 2 o 3 años.

El legendario Ray Dalio ha dicho en varias oportunidades que probablemente estamos entrando en una década perdida. Se está refiriendo específicamente al periodo 2022-2032. Esto se dice debido a nuestra situación macroeconómica. El endeudamiento está por las nubes. La inflación se salió de control. El populismo, tanto de derecha como de izquierda, está promoviendo un retorno al nacionalismo económico. El proceso de globalización está en peligro debido a las tensiones internas y externas. Pero también hay problemas logísticos por doquier. O sea, hay muchas fallas en las cadenas de producción y distribución a nivel global. Eso se traduce como problemas en el suministro.

Por otro lado, la población en los países desarrollados está envejeciendo. Y eso tiene un impacto en el gasto fiscal, en el mercado laboral, en los mercados de capitales y en los patrones de consumo. Adicionalmente, las tensiones geopolíticas incrementan el presupuesto militar. Por ende, el gasto fiscal. En conclusión, tenemos la receta perfecta para una crisis de estanflación. Y la estanflación es precisamente lo que una década perdida necesita para existir.  

En fin, el discurso de la “inversión a largo plazo” no es para tragar sin masticar. La estrategia en sí ha demostrado ser la mejor estrategia de todas. Eso es cierto. Sin embargo, dentro de esta estrategia, también tenemos al inversor a largo plazo inteligente y tenemos al inversor a largo plazo torpe. La diferencia es que el inversor inteligente sabe comprar al mejor precio en el mejor momento. El inversor torpe y emotivo, por otro lado, compra caro y tarde, motivado por el FOMO. Luego, justifica sus pérdidas (realizadas o no) con una errada comprensión del concepto de inversión a largo plazo. ¿Se nos viene una “década perdida”? 

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.

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