La evolución de las finanzas digitales ha planteado una de las interrogantes más audaces de la última década: si los sistemas basados en algoritmos y redes distribuidas pueden efectivamente sustituir la infraestructura bancaria que ha sostenido el comercio mundial durante siglos. El crédito, que es el motor de la actividad económica, se encuentra ahora en el centro de este debate. Las finanzas descentralizadas, conocidas comúnmente como DeFi, proponen un modelo donde el acceso al capital no depende de la voluntad de una junta directiva o de la aprobación de un analista de riesgos, sino de la ejecución de código informático inalterable.
El atractivo fundamental de este nuevo paradigma reside en su accesibilidad universal. En el sistema bancario convencional, obtener un préstamo es un proceso que requiere la presentación de un historial crediticio, comprobantes de ingresos y, en muchas ocasiones, la pertenencia a una geografía o estrato social específico. El crédito descentralizado elimina estas barreras de entrada. Cualquier persona, en cualquier rincón del mundo, que posea activos digitales puede obtener liquidez de forma inmediata. No existe la discriminación ni la burocracia, ya que el contrato inteligente solo verifica la existencia de una garantía suficiente para otorgar los fondos. Esta democratización del acceso al capital es una de las ventajas más disruptivas que ofrece la tecnología de registros distribuidos.
Sin embargo, a pesar de estas bondades técnicas, el crédito en las redes digitales enfrenta obstáculos significativos que limitan su capacidad para desplazar a la banca tradicional en el corto plazo. El mayor de estos desafíos es la sobrecolateralización. Debido a la naturaleza seudónima de las billeteras digitales y a la ausencia de un sistema de identidad legal vinculado a la red, los protocolos exigen que el usuario bloquee un valor superior al que recibe en préstamo. Este mecanismo es altamente ineficiente para la mayoría de los propósitos económicos reales. Para un emprendedor que necesita capital inicial para comprar maquinaria o para una familia que desea adquirir una vivienda, depositar más dinero del que solicita no tiene sentido práctico. El crédito bancario, por el contrario, se basa precisamente en la capacidad de prestar dinero que el solicitante aún no posee, fundamentándose en su capacidad futura de pago.
A esta ineficiencia de capital se suma la volatilidad extrema de los activos utilizados como garantía. En el mercado digital, las fluctuaciones de precio pueden ser bruscas y profundas, lo que pone en riesgo constante la salud de los préstamos. Si el valor de la garantía cae por debajo de un umbral determinado, el contrato inteligente ejecuta una liquidación forzosa para proteger la liquidez del protocolo. Para el usuario, esto puede significar la pérdida repentina de sus activos en un movimiento de mercado, algo que rara vez ocurre en el crédito tradicional, donde existen procesos de renegociación y protección legal que actúan como amortiguadores ante las crisis económicas.
Muchos analistas sostienen que el crédito descentralizado no es todavía una alternativa competitiva debido a su incapacidad para ofrecer préstamos basados en la reputación o el crédito infra-colateralizado. El crecimiento económico real se sustenta en la confianza en el individuo y en su proyecto, no solo en los activos que ya tiene bajo su custodia. Mientras las plataformas digitales no logren implementar soluciones de identidad digital que permitan evaluar la solvencia de un usuario sin exigir garantías excesivas, seguirán siendo herramientas utilizadas principalmente para el arbitraje, la especulación o la obtención de liquidez temporal por parte de inversores que ya son acaudalados.
La seguridad también representa un flanco débil en el ecosistema actual. Aunque el código sea transparente, no es infalible. Los errores en la programación o los ataques cibernéticos sofisticados han provocado pérdidas millonarias en diversos protocolos. A diferencia del sistema bancario, donde los seguros de depósito y la regulación estatal ofrecen una red de protección al ahorrador, en el mundo descentralizado el usuario asume la totalidad del riesgo técnico. La falta de un marco legal claro y de mecanismos de recuperación de fondos en caso de fraude o fallo técnico aleja al público general, que valora la seguridad de su patrimonio por encima de la autonomía tecnológica.
La experiencia de usuario es otro factor que inclina la balanza hacia la banca tradicional. El entorno de las finanzas digitales sigue siendo técnico, fragmentado y, en ocasiones, hostil para quienes no poseen conocimientos avanzados de informática y criptografía. La banca, con sus interfaces intuitivas, atención al cliente personalizada y presencia física, ofrece una comodidad que el ecosistema digital aún no ha logrado replicar. El pragmatismo del consumidor dicta que la mayoría preferirá siempre el sistema que le resulte más familiar y fácil de manejar, especialmente cuando se trata de gestionar los ahorros de toda una vida.
En definitiva, aunque las bases tecnológicas están sentadas para una transformación del crédito, la industria se encuentra en una etapa donde la utilidad sistémica es limitada. Sin una integración real con la identidad del usuario y una regulación que proporcione certeza jurídica, el crédito descentralizado permanecerá como un nicho especializado. La banca tradicional, con todas sus ineficiencias, sigue cumpliendo funciones sociales y económicas que el código informático todavía no puede emular plenamente, como la mediación en conflictos de impago y la creación de dinero basada en el crédito comercial.
No obstante, existe un razonamiento que sugiere que el éxito de las finanzas descentralizadas podría no depender de su capacidad para vencer a la banca en su propio terreno, sino de su habilidad para operar de forma complementaria. Es posible considerar que la exigencia de garantías excesivas, lejos de ser un defecto, es en realidad la característica que permite la existencia de un mercado financiero global verdaderamente resistente y libre de riesgos sistémicos por deuda impagable.
Desde esta perspectiva, el sistema tradicional permite el crecimiento mediante el endeudamiento basado en promesas futuras que a veces no se cumplen, generando ciclos de crisis y rescates bancarios. El modelo descentralizado, al obligar a que cada préstamo esté respaldado por un valor real y tangible en la red, elimina la posibilidad de que se cree dinero de la nada sin respaldo. En este sentido, la supuesta ineficiencia del capital en el mundo digital podría ser el precio necesario para construir un sistema financiero que, a diferencia del convencional, sea imposible de quebrar por un exceso de confianza en la solvencia de los deudores. Así, la alternativa real no sería un reemplazo total, sino una base de seguridad absoluta sobre la cual las finanzas tradicionales podrían eventualmente apoyarse para ganar transparencia.
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