La semana pasada la comunidad de bitcoiners vivió un hecho curioso. Peter Schiff, uno de los críticos más frontales de la criptomoneda creada por Satoshi Nakamoto, recibió más de 100 donaciones tras conocerse que tiene bitcoin y otras criptomonedas entre sus inversiones. El hecho resultó sumamente polémico, pues algunos miembros de la comunidad se mostraron contrariados por el destino de estos fondos, apelando a que existen mejores causas en las que invertir.

Pero, ¿no nació Bitcoin para darle total control de sus finanzas a sus usuarios? ¿Cuál es la cualidad que tiene un usuario para enjuiciar el uso del dinero de otro? ¿Acaso hay una carga moral dentro del protocolo que señale cuáles usos están bien y cuáles no?

Cabe decir que el problema no es la reacción contra los más de 2.000 dólares en donaciones que ha recibido Schiff en particular, sino la censura sobre el manejo de las finanzas por parte de los usuarios de la red diseñada por Nakamoto, que subyace a estos reproches y que trata de imponerse a los bitcoiners.

Solo quien posee las llaves privadas de determinada dirección tiene legitimidad para decidir el destino de sus fondos y en ese sentido, juzgar como prefiera si es bueno o malo. Más allá de las prebendas morales y el tribalismo que pueda existir entre bitcoiners y nocoiners, el destino de los fondos que se manejan a través de esta red global de intercambio de valor es decisión exclusiva de los usuarios y la sugestión o las críticas van en contra de esta determinación.

¿Pueden juzgarse estas donaciones como algo que desmejora a Bitcoin? ¿En qué forma? A fin de cuentas, que un reconocido crítico de bitcoin reciba unos cuantos satoshis no es un problema para el funcionamiento del protocolo y sea cual sea el destino que le de Schiff a los fondos, la economía de la red no será afectada de manera significativa. Si Schiff decide olvidarse de los más de 0.2 BTC que ha recibido, el resto de los bitcoins del sistema tendrán mayor valor y si decide venderlos para comprar oro (como hace su empresa de inversiones), añadirá liquidez al mercado.

Que existen causas más útiles a Bitcoin (como equipos que desarrollen su infraestructura o soluciones de escalabilidad como Lightning Network) o de un alcance humanitario (como GiveCrypto.org, o Locha.io) mayor es innegable. Schiff no solo es un detractor de Bitcoin, además lo utiliza para el negocio de su propia empresa, Schiff Gold, utilizando el procesador de pagos de Bitpay para que los inversionistas que así lo deseen puedan adquirir oro a través de su empresa cambiando BTC a dólares americanos, comprando el oro a través de sus servicios. Además, ha afirmado en reiteradas oportunidades que Bitcoin no es más que una burbuja.

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No obstante, ni la existencia de estos proyectos ni la posición anti-Bitcoin de Schiff son razones suficientes para que tenga mayor validez enviar satoshis a una maestra que enseña sobre Bitcoin en Botswana o a un usuario random de Twitter que los reclama porque apoya el crecimiento de esta red. Nuevamente: solo los bitcoiners pueden determinar cuál es el destino de sus satoshis.

Debería ser igual de celebrado utilizar bitcoin para enviarle fondos a un hater que la posición del cofundador de Morgan Creek Digital Assets, Anthony Pompiliano sobre la posibilidad de manejar el 50% de su riqueza en bitcoins. Finalmente, en las dos situaciones se le está dando uso y visibilidad a la red.

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A pesar de las evidentes diferencias, en ambos casos los propios bitcoiners son los que determinan qué hacer con sus fondos. Si no existen entes centrales que puedan contrariar esta voluntad, ¿quiénes somos el resto de usuarios para sojuzgar una decisión financiera individual? La posibilidad de intercambiar valor, sin fronteras y sin censura que ofrece Bitcoin no cambia por el destinatario de los fondos, esta determinación es exclusiva del usuario que envía los fondos.

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