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Gustavo GodoyGustavo Godoy

S&P baja calificación de Bolivia: ¿Por qué?

S&P bajó la calificación de Bolivia por riesgo de deuda, encareciendo préstamos e inversión; requiere medidas urgentes

S&P baja calificación de Bolivia: ¿Por qué?
Opinión

Cuando S&P Global Ratings, una de las agencias calificadoras de riesgo más influyentes del mundo, decide bajar la nota crediticia de un país como Bolivia, no es solo un ajuste técnico en una tabla financiera. Es una señal, un mensaje contundente que resuena en los mercados globales y que, sin duda, genera una ola de preocupaciones y especulaciones sobre el futuro económico de la nación. Esta acción es mucho más que un cambio de letra o un número; es un termómetro financiero que mide la solvencia de un país, es decir, qué tan capaz y dispuesto está para pagar sus deudas a tiempo y en su totalidad. 

El impacto más directo y palpable de una rebaja en la calificación de un país se ve en el costo de su endeudamiento. Piensen en ello como un préstamo personal: si un banco percibe que un cliente es más riesgoso, le cobrará una tasa de interés más alta. Lo mismo ocurre con los países. Una calificación más baja, como la que ahora enfrenta Bolivia indica un mayor riesgo de que el país no cumpla con sus obligaciones. Para compensar este riesgo, los inversores exigirán un rendimiento de bonos más elevado al prestarle dinero. Esto significa que el gobierno boliviano tendrá que destinar una mayor parte de su presupuesto al servicio de la deuda, lo que, a su vez, reduce la cantidad de dinero disponible para inversión pública, servicios esenciales como salud y educación, e infraestructura.

Además, una calificación baja restringe severamente el acceso a mercados de capitales amplios. Muchos grandes inversores institucionales, como fondos de pensiones o compañías de seguros, tienen políticas internas que les prohíben invertir en deuda de países cuya calificación esté por debajo del "grado de inversión" (generalmente BBB- o superior). Esto limita drásticamente las opciones de financiación de Bolivia, forzándola a depender de fuentes de crédito más costosas o de menor volumen.

Más allá de los fríos números, el verdadero poder de estas calificaciones reside en la percepción y la confianza del mercado. S&P, junto con Moody's y Fitch, son consideradas "Las Tres Grandes" y sus opiniones son tomadas como una señal crucial sobre la salud económica de una nación. Cuando S&P dice que un país es riesgoso, una vasta mayoría de inversores globales, incluso aquellos con análisis propios, tenderán a creerlo. Las agencias tienen una enorme capacidad para moldear la percepción colectiva del riesgo. Esto puede desencadenar una profecía autocumplida: una rebaja puede llevar a los inversores a vender bonos, aumentando los rendimientos y, por ende, dificultando aún más que el país pague su deuda, confirmando la preocupación inicial de la agencia.

Paradójicamente, las calificaciones también pueden ser un incentivo para la disciplina fiscal y la gobernanza. Los gobiernos, conscientes de las implicaciones económicas, a menudo se esfuerzan por mantener o mejorar sus calificaciones. Esto puede traducirse en políticas fiscales más prudentes, una gestión más transparente y un entorno empresarial más amigable. Una rebaja, en este sentido, puede ser una presión política considerable, señalando que la gestión económica está siendo cuestionada a nivel internacional.

Para un país como Bolivia, que ya se enfrenta a una calificación de riesgo significativa, una nueva rebaja de S&P exige una reacción urgente, multifacética y sumamente transparente. El gobierno no puede darse el lujo de negar o minimizar la situación; debe reconocerla públicamente, explicar las razones esgrimidas por S&P (en el caso de Bolivia, el aumento del servicio de la deuda y el deterioro del perfil externo) y, lo más importante, comunicar un plan de acción decisivo.

Este plan debe enfocarse en medidas fiscales y macroeconómicas contundentes. Esto implica la necesidad de reducir el déficit fiscal, ya sea disminuyendo el gasto público no esencial o mejorando la recaudación de ingresos. La priorización del gasto y, posiblemente, una reforma tributaria, son pasos fundamentales para la sostenibilidad de la deuda. Al mismo tiempo, es crucial fortalecer las reservas internacionales promoviendo las exportaciones más allá de los hidrocarburos, atrayendo inversión extranjera directa y gestionando estratégicamente las importaciones. Buscar líneas de crédito con organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial, aunque a menudo vienen con condiciones, puede abrir otras puertas de financiación y enviar una señal positiva a los mercados. La estabilidad monetaria y cambiaria también es vital para proteger el poder adquisitivo y la economía.

Además, el gobierno boliviano debe generar confianza y seguridad jurídica para los inversores, asegurando el respeto por los contratos y un marco regulatorio predecible. Un diálogo constructivo con S&P y los inversores internacionales es indispensable para comprender sus preocupaciones y presentar un plan de acción creíble. Finalmente, pero no menos importante, es fundamental lograr un consenso político y social interno. Las medidas de ajuste suelen ser impopulares a corto plazo, y la falta de apoyo puede socavar su efectividad. Comunicar a la ciudadanía la importancia de estas acciones, explicando sus beneficios a largo plazo, es crucial para navegar este período.

Para Bolivia, específicamente, la reacción debe ser aún más enérgica, dada su dependencia de los hidrocarburos y la reducción de reservas de divisas. La diversificación económica y la atracción de inversión en sectores no tradicionales son imperativas. El fortalecimiento institucional, la mejora de la gobernanza y una gestión transparente de la deuda bilateral, particularmente con China, son aspectos que S&P y el resto del mundo observan con lupa.

Sin embargo, en este escenario de incertidumbre y preocupación, es vital recordar que las calificaciones de las agencias como S&P, aunque influyentes, no son la verdad absoluta ni inmutable. Si bien ofrecen una perspectiva valiosa y sus decisiones tienen un peso innegable en los mercados, también han sido objeto de críticas por no anticipar crisis importantes (como la financiera de 2008) o por reaccionar de forma tardía o excesiva, amplificando en ocasiones la volatilidad. No son un oráculo infalible, y su poder, aunque considerable, no debe llevar a un fatalismo. Un país puede, con políticas económicas sólidas, un liderazgo fuerte y la voluntad de realizar reformas estructurales, revertir percepciones negativas, incluso desafiando el pronóstico de estas agencias. Al final, el destino económico de una nación depende más de las decisiones internas y la resiliencia de su pueblo que de una simple letra en un informe.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.