Silicon Valley Bank y Signature Bank afrontaron corridas en sus depósitos temprano en el mes. Debido a un desajuste entre los pasivos y los activos, se formó una crisis de liquidez. Y, esta crisis, llevó a ambos bancos a la quiebra. Las autoridades se vieron en la obligación de intervenir para proteger a los depositantes. Al parecer, la crisis se ha logrado contener. Todo parece estar controlado. 

La historia de siempre: Un mal manejo del riesgo por parte de los banqueros. Una supervisión inadecuada por parte de los reguladores. ¿Casos individuales o una crisis sistémica? Claro que los mercados se preocupan. ¿Cuál será el próximo banco en caer? 

Las acciones de First Republic Bank cayeron vertiginosamente gracias a una crisis de confianza. Sus clientes comenzaron a huir, temiendo una caída al estilo de Silicon Valley Bank. Casos similares. Problemas de liquidez por colocar el dinero en activos ilíquidos. Básicamente, se asumieron más riesgos de lo necesario. Errores se cometieron. Y fueron muy imprudentes. En otras palabras, la receta perfecta para el desastre. 

¿Por qué no aseguraron todos los depósitos? ¿Por qué prestaron más dinero de lo que tenían en depósitos? ¿Por qué sus altos ejecutivos vendieron sus acciones? Ahora bien, el negocio bancario es un negocio de confianza. Y, después del colapso de Silicon Valley Bank y Signature Bank, todas las miradas se centraron en First Republic debido a tantos banderines rojos. 

La gran pregunta: ¿Por qué no dejar morir a un banco caído? Muchos se hacen esa pregunta. ¿Acaso es injusto? ¿Por qué no dejar que el libre mercado haga su magia? ¿Por qué es necesaria la intervención? El 19 de marzo, 11 bancos estadounidenses depositaron 30 mil millones de dólares en First Republic. Al parecer, no fue suficiente. El precio de la acción sigue tambaleándose al ritmo de lo que dice o no dice la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Tras el colapso de Silicon Valley Bank y Signature Bank, Yellen dijo en el Senado que no está considerando ningún plan para garantizar todos los depósitos bancarios sin la aprobación del Congreso. Naturalmente, semejante comentario provocó una caída en el mercado de valores y una caída en las acciones de los bancos regionales. 

Si la decisión final cae en manos de los políticos, esto se puede poner color de hormiga. Porque seguramente volviéramos a los viejos debates en torno al riesgo moral que implica rescatar a un banco fallido. El liberalismo clásico, las bondades de la mano invisible, el libre mercado y todo lo demás. Los políticos, como en el 2008, podría utilizar esta crisis para seguir (como de costumbre) satanizando a los banqueros. Acto seguido. Se pierde tiempo en peleas estériles. La crisis se profundiza debido a la respuesta tardía. Y, finalmente, no habrá más opción que hacer lo necesario para evitar una crisis mayor. Los políticos se deben tragar sus palabras. Pero el resentimiento ya queda sembrado en el público. 

Ahí tenemos la escuela del 2008. ¿Cuánto tiempo se perdió en el Congreso? Políticos defendiendo dogmas en medio de una casa en llantas. Ya, con la soga al cuello, se hizo lo que se debió hacer desde el principio. ¿Qué recuerda el público? El público recuerda el debate dogmático. Recuerda los discursos en torno a lo “injusto de los rescates”. Pero no reconoce la efectividad y el beneficio de las medidas tomadas. Se superó la crisis por hacer lo que se tenía que hacer. 

Ahora el pragmatismo. Pongámonos en los zapatos de un cliente de First Republic Bank. Supongamos que tiene todos sus ahorros ahí y, de pronto, enciende la televisión para escuchar el debate sobre la crisis bancaria en el Congreso. “Estoy muy preocupada”, dice la senadora republicana de Maine, Susan Collins. “Me parece que, al garantizar todos los depósitos [en SVB], se crea una situación en la que son inmunes a las pérdidas... de una manera que pone al banco bien administrado en una desventaja competitiva. Así que supongo que mi pregunta para ti es, ¿cómo es esto justo?”.

¿Eso es justo? El concepto clave en este caso no es la justicia. En realidad, es la confianza. Este cliente hipotético no está pensando en la justicia de todo este meollo. Su preocupación es una: ¿Mi dinero está a salvo? La respuesta a esta pregunta puede marcar la diferencia entre una crisis bancaria y un sistema bancario fuera de peligro. ¿Los comentarios de la senadora Collins inspiran confianza? 

En un pánico bancario, pagan justos por pecadores. Los errores de unos pocos los pagan toda la sociedad. O sea, no estamos hablando de una tienda o un restaurante. En ese caso, el liberalismo clásico aplica, porque el rescate de un mal negocio perjudica a la eficiencia general de todo el mercado. Pero dejar a la buena Dios a un banco en problemas es un animal totalmente distinto. La manzana podrida afecta a toda la cesta. Y hay que intervenir para proteger a toda la cesta. No hacer nada es injusto, porque pone a todo el sistema en riesgo. Aquí no es muy buena idea ponernos muy dogmáticos. El liberalismo clásico no es una panacea. 

En una primera instancia, lo ideal sería mantener esto en el sector privado. Es decir, la toma del banco por sus rivales. Sin embargo, no cualquier banco está dispuesto a montarse en ese barco. Porque, durante una crisis de liquidez, nadie quiere quedarse sin liquidez. 11 bancos, en un esfuerzo coordinado, asumieron esa responsabilidad. Pero, sin el apoyo de las autoridades, esa primera inyección de liquidez se puede volver sal y agua. 

¿Será suficiente esos miles de millones obtenidos gracias a la banca privada? No es suficiente. El público lo que necesita saber es que la caballería está lista para responder en caso de ser necesario. Eso da la confianza requerida para evitar un problema mayor. ¿Mi dinero está a salvo? Sí. Bueno, entonces, no es necesario entrar en pánico. No es necesario sacar mi dinero del banco. Porque Papá Estado intervendrá de ser necesario. No es buena idea quemar la Iglesia para resolver el problema de ratas en nombre de la justicia. Pragmatismo. Se escoge el menor de los males para evitar la catástrofe. De pronto, no es lo más justo. Es lo necesario. 

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