En el ecosistema cripto, siempre se está hablando de la inflación como un peligro inminente. El problema es que no todos los análisis al respeto son confiables, porque normalmente se hacen desde el dogma. Es decir, no son objetivos. Se habla de inflación cuando no hay inflación. Incluso, se habla de inflación cuando hay deflación. Debido a la influencia criptolibertaria, en este espacio, el tema de la inflación es más un asunto político que macroeconómico. Sin embargo, la paranoia de los liberatorios en torno a la inflación, no implica que la inflación no sea un peligro real. ¿Por qué los inversores temen un incremento de la inflación en estos momentos? ¿Cuál es el verdadero peligro? 

Tenemos una frase acuñada por Milton Friedman que en realidad es un mito: “La inflación es siempre y en todos partes un fenómeno monetario”. De hecho, la inflación es un fenómeno multifactorial. Durante las últimas décadas, se ha demostrado que la inflación es, en efecto, un fenómeno multifactorial. El periodo conocido como la “Gran Moderación” se ha caracterizado por una estabilidad monetaria extraordinaria. Claro que esta afirmación podría resultar increíble, porque algunos se quedaron en los años 70s a nivel de su retórica. Dentro de algunos círculos, se maneja una narrativa que no se corresponde a la realidad. Y aún se piensa (equivocadamente) como Milton Friedman que la inflación es siempre y en todos partes un fenómeno monetario. 

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Nos guste o no admitirlo, los bancos centrales han aprendido las lecciones del pasado en lo que corresponde al manejo de las crisis económicas. Si bien es cierto que el sistema no es perfecto, hay que reconocer que hoy tenemos herramientas más efectivas que el pasado. Comprendo perfectamente que en el clima actual de profundo sentimiento antisistema dicha afirmación podría parecer absurda. Sin embargo, podríamos recurrir a la historia para realizar las verificaciones correspondientes. Para nadie es un secreto que, en el pasado, las crisis eran más largas y pronunciadas. 

La inflación no solo depende del suministro monetario. O sea, no es solo un asunto de dinero. También debemos prestar atención a la producción de bienes y servicios. La globalización, la tecnología, las cadenas de distribución, la infraestructura industrial, la disponibilidad de materias primas, la efectividad del sistema financiero, el gasto público, la confianza del consumidor, la inversión y muchas otras variables afectan los niveles de inflación. Lo que implica que las inyecciones de liquidez, por parte de los bancos centrales, por muy grandes que sean, no necesariamente causan inflación. 

Por otro lado, la deflación es devastadora. Es decir, la escasez de dinero puede destruir la economía. En otras palabras, el no inyectar liquidez durante una crisis deflacionaria significaría el colapso económico. Es más, si esta crisis del coronavirus nos agarra con un sistema de moneda dura (patrón oro, por ejemplo), habríamos tenido una crisis humanitaria de proporciones bíblicas. La caída de la demanda habría destrozado los ingresos. Y, sin ingresos, no hay empleo. Lo que implica un golpe económico inmenso. Sin fuertes inyecciones de liquidez para levantar la demanda, la economía se habría hundido. Lo que habría podido causar grandes tensiones sociales sumamente peligrosas. 

Muchos critican las inyecciones de liquidez y promueven la austeridad monetaria. Sin embargo, pocos están dispuestos a tolerar las consecuencias de la deflación. La doctrina libertaria defiende la deflación como un “dolor temporal”. Pero me temo que esta actitud espartana no es compatible con el ciudadano de hoy. En otras palabras, la sociedad pide ayuda al Gobierno durante una crisis. Los negocios requieren estabilidad monetaria. Y casi nadie está dispuesto a soportar una década de crisis debido a un asunto de dogma. 

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Claro que nadie dijo que sería fácil. La estabilidad monetaria en un ambiente tan complicado como el actual no es como pelar una mandarina. En marzo-abril del año pasado, la deflación era tal que no había más opción que inyectarle grandes cantidades de liquidez al sistema. Los radicales fueron los únicos en defender la austeridad en semejante momento. La caída de la demanda debía contrarrestarse con dinero nuevo en un proceso llamado “reflación”. O sea, se inyecta liquidez para compensar por la demanda caída. El objetivo es la estabilidad para frenar la deflación. La idea no es causar inflación por capricho. 

Ahora bien, ya no estamos en marzo-abril del año pasado. La situación es diferente ahora. Ya está resultando obvio que la economía corre riesgo de sobrecalentamiento. Aún la inflación es sumamente baja. Y el empleo todavía no ha aumentado lo suficiente. Sin embargo, todo está pasando demasiado rápido. Y es probable que muchas cosas salgan “bien”. Con “bien” me refiero a que muchas cosas lleguen al mismo tiempo y la inflación se dispare. La efectividad de las vacunas, el retorno a la normalidad, un retroceso en el proceso de globalización, medidas proteccionistas, un aumento en la tasa de empleo, un incremento del sueldo mínimo, un incremento en el precio de las materias primas y una política fiscal y monetaria demasiada progresista podrían causar una exposición económica demasiada violenta. Lo que podría disparar la inflación.  

Aquí estamos hablando de expectativas. O sea, de suposiciones. En estos momentos, todo está bajo control. Sin embargo, las preocupaciones van en aumento. No hay inflación, pero podría haber inflación en el futuro cercano. Jerome Powell, de la Reserva Federal de Los Estados Unidos, ha insistido en muchísimas oportunidades que todo está bajo control. De hecho, al parecer, la Reserva no cambiará de política por un buen tiempo. Incluso, hay la intención de tolerar algo de inflación, si eso es lo que se necesita para incrementar el empleo. 

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Ahora bien, muchos piensan que Powell se equivoca. Y eventualmente tendrá que cambiar de rumbo. Aquí tenemos varios escenarios. Primero, Powell tiene razón. Y todo seguirá igual por un buen tiempo. Segundo, Powell se equivoca, pero mantiene su política. Tercero, Powell se equivoca, y se ve obligado a cambiar de política. El tercer escenario es una muy mala noticia para los mercados financieros. Porque implica el fin del mercado alcista. Si la inflación se dispara, no será el fin del mundo, ni el fin del dólar. Es solo el fin de las tasas de interés cercanas a cero. Significa que la FED debe retirar liquidez del sistema para frenar la inflación. Lo que obviamente causaría un crash financiero. Afectando a Wall Street. Afectando a Bitcoin

Dentro de los movimientos contraculturales, siempre se respira un aire del fin del mundo. Los sentimientos antiautoritarios nos llevan a desconfiar del sistema. Se habla de inflación como la inevitable consecuencia del mal manejo del dólar por parte del malvado establecimiento. Sin embargo, el inversor debe ser más pragmático que político. ¿Qué significa todo eso para el inversor? Bueno, significa que lo mejor es invertir en activos. “Cash is trash”. Lo mejor es construir un portafolio diversificado y balanceado. Si la inflación es un peligro, debemos construir una estrategia para ganar la batalla.