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Gustavo GodoyGustavo Godoy

El mito del valor intrínseco: Cómo Bitcoin revela el contrato social del dinero

Examinaremos cómo Bitcoin desvela la verdad: el valor del dinero es solo un contrato social.

El mito del valor intrínseco: Cómo Bitcoin revela el contrato social del dinero
Opinión

El concepto de valor intrínseco ha sido durante mucho tiempo una piedra angular en las discusiones sobre la naturaleza del dinero. Se asume que, para que algo sea genuinamente valioso y apto para funcionar como medio de intercambio, debe poseer una utilidad directa que no dependa de la opinión de terceros. Esta utilidad inmediata, una capacidad para satisfacer una necesidad humana básica como la comida, el refugio, o las herramientas, parece ofrecer una base sólida e incuestionable para su aceptación generalizada. Sin embargo, una mirada más atenta a la historia y a los mecanismos de las finanzas contemporáneas, especialmente a la luz del fenómeno de Bitcoin, desmantela esta noción. El dinero, en todas sus formas, es fundamentalmente un contrato social.

Para entender la naturaleza del dinero, es útil trazar una línea entre lo que verdaderamente tiene un valor directo y lo que funciona por representación. Aquellos elementos esenciales para la supervivencia en un entorno aislado —aire, agua, un techo, ropa, o comida— poseen valor intrínseco. Satisfacen una necesidad perentoria de manera inmediata.

Otros objetos, en cambio, operan en el ámbito de lo simbólico. Pensemos en un cupón o un ticket canjeable por una botella de agua en un mercado. El papel en sí no hidrata ni nutre. Su valor radica exclusivamente en la promesa o el acuerdo de que será aceptado a cambio del bien deseado. Este es su valor de intercambio, el cual anula o sobrepasa cualquier valor material que pudiera poseer (como su potencial para encender un fuego, un valor intrínseco menor).

Muchos activos que históricamente han funcionado como dinero poseen una dualidad de valor. El oro es un ejemplo paradigmático. Si bien tiene usos industriales y cierta belleza intrínseca, cuando se guarda en una bóveda como reserva, se ignora por completo su utilidad directa. Se valora y se comercia casi exclusivamente por su valor simbólico, la representación de poder adquisitivo o reserva de valor que la sociedad le ha atribuido. La gente no lo usa para fabricar joyas o circuitos; lo usa para cerrar transacciones financieras o almacenar riqueza. El metal precioso, en ese contexto, es un símbolo de intercambio, no un recurso de supervivencia.

Este análisis revela que el dinero, incluso en sus formas de dinero mercancía, siempre ha desplazado su utilidad principal hacia el consenso. La comunidad acuerda que una barra de metal, un papel con tinta, o un registro contable, será el vehículo para mover el valor entre personas. Este acuerdo es el verdadero motor de su funcionalidad.

Bitcoin lleva este concepto a su expresión más pura. Carece de cualquier tipo de valor intrínseco. No es un metal que pueda usarse en la industria, no es una materia prima que pueda consumirse, y su existencia es puramente digital y abstracta. Su valor es totalmente emergente.

La escasez, a menudo citada como una fuente de valor intrínseco, también es una falacia en este contexto. Crear una lista limitada de números en un trozo de papel no confiere valor a ese papel. Lo que otorga valor a Bitcoin no es la limitación de su código, sino la adopción y el reconocimiento por parte de una red global de participantes. El valor surge del acuerdo de que este registro digital, mantenido y verificado por una arquitectura descentralizada, será aceptado por otros a cambio de bienes y servicios. Este es el contrato social en su forma más transparente y auditable.

La divisa digital no nos ayuda a sobrevivir solos en una isla desierta. En ese escenario, una moneda fiduciaria, un billete, o el oro, tampoco servirían de nada. Lo que necesitamos es agua, un cuchillo, y una llama. El hecho de que Bitcoin pueda ser intercambiado por esos bienes esenciales en el mundo conectado es la prueba definitiva de que su valor reside en la confianza compartida y en la interconectividad de la civilización moderna. Es un activo que existe y opera bajo la premisa de que otros lo valorarán, lo cual no es diferente al mecanismo fundamental que respalda cualquier moneda nacional o divisa. El dinero fiduciario es aceptado porque el estado y la banca central prometen aceptarlo y controlan su emisión; Bitcoin es aceptado porque su código es transparente y la red de usuarios acuerda su aceptación, sin la necesidad de un intermediario central.

La comprensión de que el dinero es un contrato social con o sin un activo subyacente de utilidad intrínseca, tiene profundas implicaciones para el futuro de las finanzas globales.

Primero, erosiona el argumento de que solo las monedas respaldadas por activos tangibles o por la fuerza legal de un estado pueden ser estables. El valor no reside en el papel o en el metal, sino en la infraestructura de confianza que sostiene su uso. Bitcoin introduce un tipo de infraestructura de confianza (ciudadana): una basada en la criptografía y el consenso distribuido, en lugar de la jerarquía y el monopolio estatal.

Segundo, obliga a la sociedad a confrontar la naturaleza del dinero más allá de su forma física. Si el valor es una convención, entonces cualquier sistema que pueda garantizar la escasez digital, la transferencia segura, y la verificación transparente puede, potencialmente, competir en el mercado de la confianza social. Las finanzas descentralizadas son una manifestación directa de esta comprensión. Se trata de reconstruir los servicios financieros (préstamos, seguros, intercambios) basándose en reglas de código acordadas por la comunidad, en lugar de depender de entidades centralizadas.

El éxito de Bitcoin, a pesar de su volatilidad inherente al ser un activo nuevo y global, valida la idea de que los seres humanos pueden llegar a un acuerdo monetario sin que este requiera de un respaldo físico directo o una autoridad central que lo imponga. La estabilidad de un sistema monetario no es una función de su respaldo intrínseco, sino de la fortaleza y la amplitud del acuerdo social que lo sostiene.

Si bien Bitcoin despoja al dinero de la ilusión del valor intrínseco y expone que el valor es una función del consenso, es fundamental reconocer que la adopción de una nueva forma de dinero nunca es un proceso puramente racional. La fuerza más potente en los sistemas monetarios establecidos es la inercia de la costumbre.

Aunque el dinero fiduciario carece de valor intrínseco (es papel o un registro digital), y su valor es sostenido por el acuerdo social y la fe en el gobierno emisor, ha ganado un nivel de omnipresencia y aceptación legal a lo largo de décadas o siglos. La gente sigue usando la moneda nacional no solo por su creencia en el sistema, sino porque es universalmente aceptada en su jurisdicción, permitiendo pagar impuestos y completar transacciones cotidianas sin fricción. La familiaridad y la infraestructura institucional ya construida en torno a la divisa tradicional (bancos, leyes, mecanismos de pago) confieren una ventaja práctica abrumadora. 

El verdadero desafío para cualquier forma de dinero digital no es probar que tiene un mejor sistema de valor (pues ambos son consensos), sino superar la carga de la prueba que exige sustituir un hábito profundamente arraigado en la vida económica de miles de millones de personas. La solidez de un sistema no solo se mide por su código o su escasez, sino por su capacidad para reemplazar la comodidad que otorga un sistema viejo y conocido.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.