La búsqueda constante de la eficiencia y la sofisticación define la economía global contemporánea. En este escenario, el desarrollo y la adopción de tecnologías avanzadas, particularmente la Inteligencia Artificial (IA), se han convertido en el motor principal del crecimiento económico. Sin embargo, en América Latina, la lenta marcha en el desarrollo tecnológico y la crónica falta de inversión en investigación e infraestructura están imponiendo un costo económico elevado, que se traduce en un freno palpable para el crecimiento y la competitividad regional. Esta realidad no es un asunto de capricho cultural, sino el resultado de una dinámica global de innovación que está dejando a la región fuera de la mesa de los creadores.
La percepción de una "apatía tecnológica" en el continente es, en gran medida, una consecuencia estructural de cómo se ha configurado el panorama de la innovación a nivel mundial. El conocimiento y la capacidad de producción tecnológica tienden a aglomerarse, formando polos o clústeres de poderío como el conocido Silicon Valley, Boston o los centros tecnológicos asiáticos. Estos lugares no son centros de innovación por accidente; son el resultado de la convergencia de condiciones ideales: un flujo constante de talento altamente especializado, nutrido por universidades de élite y un atractivo global; la disponibilidad de capital de riesgo abundante, dispuesto a financiar ideas disruptivas; una infraestructura de investigación y desarrollo de primer nivel; y, crucialmente, un marco regulatorio que favorece la experimentación rápida y el espíritu empresarial.
América Latina, en su mayoría, lucha por construir y mantener esta densa interconexión de factores. Las naciones de la región invierten una porción significativamente menor de su Producto Interno Bruto en Ciencia y Tecnología (I+D) en comparación con las economías líderes. Esta escasez de recursos financieros es un obstáculo fundamental, ya que la innovación, especialmente la relacionada con la IA y la biotecnología, requiere inversiones masivas y un compromiso a largo plazo.
Además de la limitación financiera, la región enfrenta desafíos sistémicos. Los marcos regulatorios suelen ser más complejos, lentos o inestables, lo que desincentiva a los inversores y emprendedores a asumir los riesgos inherentes a la tecnología de vanguardia. Esta falta de un entorno predecible y facilitador contribuye directamente a la fuga de cerebros, donde el talento más brillante y especializado emigra a los polos globales que ofrecen mejores salarios, mayor financiamiento y un ecosistema vibrante para sus carreras. El talento que se forma en las universidades latinoamericanas a menudo termina aportando a la productividad de otras economías.
Al no ser un centro primario de creación, la mayor parte de Latinoamérica se ha relegado a la posición de mercado consumidor de tecnología. Las soluciones de software, la maquinaria avanzada y las plataformas de IA se desarrollan en el exterior y llegan a la región como productos finales, empaquetados y, a menudo, a un alto costo. Esto no solo limita la capacidad de las empresas locales para adaptar y modificar estas tecnologías a sus necesidades específicas, sino que también crea una dependencia tecnológica. El margen de ganancia, la propiedad intelectual y el control sobre la dirección futura de la tecnología permanecen fuera de las fronteras de la región.
El verdadero precio de este rezago se paga en términos de productividad y crecimiento económico. La adopción de la Inteligencia Artificial, por ejemplo, tiene el potencial de automatizar procesos, optimizar cadenas de suministro y generar nuevos modelos de negocio. La incapacidad de la región para integrar estas herramientas a la misma velocidad que el resto del mundo avanzado se traduce en una pérdida de competitividad en los mercados globales.
Las empresas latinoamericanas, en general, operan con márgenes de eficiencia menores. Si una empresa en el primer mundo utiliza sistemas de IA para predecir la demanda y gestionar su inventario con precisión milimétrica, mientras que una empresa similar en la región opera con procesos manuales o tecnologías desactualizadas, la brecha de costos y la velocidad de respuesta se vuelven insalvables. Esta divergencia no solo afecta a las grandes corporaciones, sino que frena el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, que son la columna vertebral del empleo regional.
A nivel macroeconómico, la falta de una base tecnológica sólida restringe la capacidad de los países para diversificar sus economías y escapar de la dependencia de materias primas. El crecimiento económico se vuelve susceptible a las oscilaciones de los precios internacionales de commodities, en lugar de estar impulsado por un valor añadido generado internamente. El motor de crecimiento basado en el conocimiento que se observa en las economías líderes permanece, en gran medida, desenganchado de la realidad latinoamericana.
La apariencia de "apatía" o "desinterés" se genera porque el ciudadano o el empresario promedio no experimenta el proceso de innovación en su día a día. No ven que se creen nuevas startups de software en cada esquina, ni que sus gobiernos están invirtiendo vigorosamente en investigación de frontera. La tecnología les parece algo externo, un bien importado de consumo, en lugar de un motor interno y dinámico de la economía local. La escasa exposición a la creación tecnológica disminuye el incentivo para estudiar carreras técnicas y científicas, cerrando el círculo vicioso del rezago.
Si bien el análisis de la concentración de la innovación y la escasez de inversión pintan un panorama sombrío, es vital considerar un punto de vista diferente que añade equilibrio. La posición de Latinoamérica como consumidor rezagado trae consigo una ventaja inusual y poco reconocida: la capacidad de saltarse etapas costosas y obsoletas del desarrollo tecnológico.
Los países que lideran la innovación mundial deben invertir miles de millones de dólares y décadas de tiempo en el desarrollo de la tecnología base, asumiendo todos los costos de investigación fallida, estandarización y obsolescencia prematura de las herramientas. Latinoamérica, al no haber participado activamente en estas fases iniciales, no está atada a infraestructuras anticuadas. Por ejemplo, la región pudo saltarse la costosa y lenta implementación de líneas telefónicas fijas al adoptar directamente la telefonía móvil en masa.
En el contexto actual, esto significa que la región puede adoptar las tecnologías más maduras, eficientes y probadas de IA y cloud computing directamente, sin tener que invertir en la infraestructura base obsoleta. Las empresas pueden implementar soluciones de IA de última generación a un costo marginal, gracias a que el mundo desarrollado ya ha pagado los costos hundidos de la I+D. Este salto tecnológico no resuelve el problema de la creación de valor y la propiedad intelectual, pero sí ofrece un camino más rápido y económico para que las empresas latinoamericanas puedan actualizar sus niveles de productividad y acortar la brecha de eficiencia. La región tiene el potencial de ser un rápido y hábil adoptante de lo mejor que el mundo tiene para ofrecer, utilizando su menor desarrollo anterior como una ventaja de flexibilidad.
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