El concepto de un "crédito zombi" puede sonar a ciencia ficción, pero es una realidad muy concreta en el mundo de las finanzas. Se trata de una deuda que, por su antigüedad, se consideraba ya muerta. Los acreedores originales la han dado por perdida, a menudo tras años de intentos fallidos por recuperarla, y la han vendido a agencias de cobro por un valor muy bajo. Es en este punto que la deuda "resucita" y vuelve a perseguir al deudor, a menudo con tácticas de presión y sin la obligación legal de ser pagada.
Un ejemplo de esto puede ser una deuda de tarjeta de crédito que un individuo no pudo pagar hace muchos años. El banco la declara incobrable y la vende, junto con miles de otras, a una compañía especializada. Esta compañía, que ha pagado una fracción del valor original, intentará cobrar la totalidad de la deuda, incluso si ya ha prescrito legalmente. El deudor, sin conocimiento de sus derechos, se ve presionado y puede terminar pagando una deuda que ya no estaba obligado a saldar. Este fenómeno es una manifestación de la opacidad y los incentivos perversos que a menudo existen en el sistema financiero tradicional.
La banca tradicional, con sus complejas capas de intermediarios, ha creado un sistema donde la información fluye de manera imperfecta. Las transacciones son privadas, los contratos son complejos y las decisiones sobre la venta de carteras de deuda se toman a puerta cerrada. Esto genera un ambiente propicio para que los créditos zombi prosperen.
Por otro lado, el surgimiento de las finanzas descentralizadas (DeFi) promete una alternativa más transparente. Basada en tecnología blockchain, DeFi busca eliminar a los intermediarios y permitir que los prestamistas y prestatarios interactúen directamente a través de contratos inteligentes. Estos contratos, que son programas de código abiertos e inmutables, ejecutan automáticamente los términos de un acuerdo. Esto podría, en teoría, hacer que el proceso de préstamo sea mucho más claro. Cada transacción y cada término del acuerdo quedarían registrados en una cadena de bloques pública, lo que eliminaría la posibilidad de que una deuda desaparezca y luego reaparezca como un zombi. El historial de crédito y los términos del préstamo estarían disponibles para todos, asegurando que las deudas no puedan ser compradas y vendidas en las sombras.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que una tecnología puede resolver por sí sola todos los problemas que han plagado la relación entre prestamistas y prestatarios durante milenios. Los riesgos y fricciones en este ámbito son profundos y no pueden ser eliminados con un par de líneas de código. Toda revolución que busca derribar lo viejo para construir algo nuevo de la noche a la mañana, a menudo se encuentra con consecuencias no deseadas que pueden resultar en una distopía.
Las relaciones financieras son intrincadas y están llenas de sutilezas que la programación no siempre puede capturar. Aunque la tecnología puede ofrecer herramientas poderosas para mejorar estas interacciones, las soluciones más robustas y exitosas suelen ser aquellas que se construyen de forma gradual, combinando lo mejor de los sistemas existentes con la innovación. La idea de que los préstamos pueden volverse completamente transparentes y sin riesgo es una simplificación excesiva de una realidad mucho más compleja.
La realidad es que el código, por muy bien escrito que esté, sigue siendo susceptible a errores y vulnerabilidades. Una falla en un contrato inteligente podría tener consecuencias desastrosas, afectando no solo a una transacción, sino a un ecosistema entero. Además, la descentralización total trae consigo sus propios desafíos. Si no hay un intermediario, ¿quién resuelve los conflictos o media en disputas? En el mundo real, los errores ocurren, las personas tienen problemas inesperados y las reglas no siempre se pueden programar de forma rígida.
Quizás la solución no sea reemplazar completamente el sistema actual, sino mejorarlo. Las nuevas tecnologías pueden ayudar a que las viejas relaciones de préstamo se vuelvan más justas y eficientes, pero no son la panacea. Es probable que los sistemas híbridos, que combinan la transparencia de la blockchain con la regulación y la intermediación humana, sean los que finalmente ofrezcan un camino a seguir. La verdadera innovación podría no residir en la eliminación completa de lo que existe, sino en una simbiosis que permita una evolución gradual y segura.
Aun con todo lo expuesto, existe un ángulo que rara vez se considera. Aunque la transparencia es una virtud muy valorada en el discurso actual, la completa visibilidad de todas las transacciones podría generar nuevos problemas. En un mundo donde cada préstamo, cada historial de pago y cada incumplimiento es visible para todos en una cadena de bloques pública, la privacidad del individuo se vería severamente comprometida.
La vergüenza y el estigma social de un incumplimiento de pago podrían magnificarse, convirtiendo los errores financieros en un registro público permanente. En lugar de ser un simple dato para un acreedor, la historia crediticia de una persona se convertiría en un asunto de dominio público. La banca tradicional, con toda su opacidad, al menos ofrecía una capa de protección a la privacidad del deudor. La completa transparencia, lejos de ser la solución ideal, podría crear una sociedad donde la gente sea juzgada constantemente por sus errores financieros pasados, sin un lugar donde esconderse o empezar de nuevo. La tecnología, que promete liberar, podría inadvertidamente crear nuevas formas de control y escrutinio social.
Las revoluciones que prometen utopías absolutas a menudo terminan en distopías. La historia está llena de ejemplos de movimientos que, al querer romper por completo con lo establecido de la noche a la mañana, generan consecuencias imprevistas y perversas. La relación entre prestamistas y prestatarios, llena de complejidades y fricciones, es un vínculo que ha evolucionado durante siglos. Un simple par de líneas de código no puede, ni debe, pretender solucionar todos sus problemas. Las soluciones duraderas suelen ser incrementales. Por ello, es más sensato aspirar a una mejora de los sistemas existentes, integrando gradualmente la tecnología en vez de propugnar una ruptura total. Solo a través de una evolución cautelosa podemos aprovechar el potencial de la descentralización para crear un futuro financiero más eficiente sin caer en la trampa de las promesas infundadas.
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