¿Intervenir o no intervenir? He aquí el dilema. Algunos promueven la austeridad absoluta para fortalecer el carácter. Otros consideran toda intervención opresiva, porque el poder corrompe. Sin embargo, otros piensan que la intervención es incompetente, porque el libre mercado es un mecanismo mucho más eficiente. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la intervención gubernamental en la economía. En otras palabras, ¿tener una política fiscal y monetaria es buena idea? 

Algunos críticos piensan que no. Se dice que lo mejor es no intervenir del todo y dejarlo todo en manos del libre mercado. Pero, ¿qué significa esto? Bueno, en parte significa que no deberíamos planificar nada. Para muchos, una economía planificada suena a comunismo. Y bien sabemos que el comunismo siempre termina mal. Al parecer, una economía no planificada se autorregula por sí sola y tiende a funcionar de las mil maravillas. Como por arte de magia. 

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Ahora bien, se asume que cuando hablamos de planificación nos estamos refiriendo a la planificación centralizada. Aquí no estamos hablando de la planificación familiar o individual. Por “economía planificada” se entiende el control de unos pocos actores sobre la actividad económica en general. Por lo general, el central de un país y su . El problema con este sistema es que se le concede mucho poder a un centro. Y aquí entramos en el debate de la moralidad y la competencia. ¿Están los actores responsables actuando con ética? ¿Tienen la información necesaria para tomar la medida correcta? 

Este es el peligro de todo sistema centralizado: Si falla el centro, falla todo. Debido a este peligro, los críticos de la economía planificada proponen al libre mercado en el espíritu de Adam Smith como solución. Los fundamentalistas del libre mercado citan al liberalismo clásico como una panacea para los problemas de hoy. Sin embargo, es un error caer en los extremos. Hasta la mejor de las ideas tiene sus limitaciones. No existe una solución universal. 

Se habla de Adam Smith y del libre mercado, pero poco se habla de sus ideas en el contexto de su tiempo. Es decir, ¿Por qué nacieron esas ideas? ¿Cuál era el problema? 

El sistema gremial europeo (anterior al surgimiento del “capitalismo”) estaba basado en la cooperación mutua y el bienestar de los miembros del gremio. Los artesanos de un mismo oficio se agrupaban para definir el número de trabajadores, la cantidad de productos y los precios. En otras palabras, funcionan como carteles. Sus secretos profesionales eran celosamente resguardados y la competencia restringida. 

Como ejemplo, propongo un oficio. Los carpinteros. El gremio de los carpinteros limitaba el número de carpinteros en el pueblo para aumentar la importancia del oficio. Del mismo modo, la producción era restringida para mantener los precios elevados (artificialmente). Es decir, los carpinteros manipulan el mercado para mantener altos sus ingresos. El consumidor no tenía muchas opciones, porque las autoridades apoyaban a los gremios. 

En el mundo de hoy, aún podemos ver este sistema en muchos sectores. Los médicos y los transportistas son los primeros que se me vienen a la mente. El colegio de médicos y las líneas de taxis (no Uber), en su mayoría, operan bajo los principios básicos de los gremios medievales. Más o menos. 

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Imaginemos por un momento que en un Centro Comercial hay una sola línea de taxis autorizada por los propietarios. Ninguna otra línea puede operar en ese lugar sin la debida autorización. La línea en cuestión tiene pocos vehículos y pocos conductores. Lo que quiere decir que pueden cobrar elevadas tarifas, porque la oferta ha sido artificialmente restringida y la demanda es alta. Este sistema es genial para el conductor, miembro de la línea autorizada, pero no tan genial para el usuario y para el conductor desempleado no autorizado. 

Ahora, supongamos que un tal Adam Smith hace un planteamiento a los propietarios del Centro Comercial. La idea es abrir el lugar a cualquiera, sin restricciones. Este sistema de “libre mercado” crearía más empleo, mejoraría el servicio y bajaría los precios. Claro que sería algo desleal para los miembros de la línea autorizada. Pero, en este caso, este “egoísmo” serviría al bien común. Señores, este es Adam Smith en pocas palabras.

Ahora bien, por muy buena que sea una idea debemos tener la sabiduría para entender sus limitaciones. Una cosa es permitir que Uber entre en el Centro Comercial, a pesar de las quejas de los taxistas de una línea, y otra muy distinta es abolir todas las reglas del pueblo. He ahí la falla de los fundamentalistas de libre mercado. No saben cuándo parar.  El libre mercado no es una teoría del todo. En algunos casos, funciona. Pero otros no. Podría funcionar para los taxis en un Centro Comercial, pero no en otros contextos. ¿Podría un médico trabajar sin licencia? ¿Podría alguien ser policía sin el entrenamiento debido y sin ser parte del Cuerpo Policial? 

La experiencia nos ha señalado que las economías mixtas son las más efectivas. No se trata de una teoría del todo. O de una herramienta única para todo. Es cuestión de aplicar la medida adecuada en el contexto adecuado en busca de efectividad. Efectividad. No dogma. 

Una economía sin banco central acaba en el caos total. Un banco central sin controles y balances termina destruyendo la economía. La planificación excesiva termina por aniquilar la economía y asfixiar la iniciativa. Y el fundamentalismo de libre mercado propicia el caos, el crimen, el fraude y la injusticia. Los extremos y las medidas absolutas tienden a tener fatales consecuencias. Lo mixto en su justa medida ofrece mejores resultados. Pocas cosas son tan importantes como la sensatez. Claro que no es fácil. No hay sistema perfecto. Pero obviamente que hay sistemas mejores que otros. 

La (la Fed), el , el , y la mayoría de los economistas reconocen la necesidad en estos momentos de más estímulos fiscales en pro de la recuperación. ¿Es esta una terrible conspiración para perjudicar el bolsillo del hombre común? ¿O es una medida necesaria? 

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En Estados Unidos, mucho se ha hecho en materia monetaria. Es decir, la Reserva Federal ha hecho su trabajo. Con algunos excesos, por supuesto. Pero, en honor a la justicia, hay que reconocer que volar con un ala rota no es fácil. Es decir, el Gobierno no ha hecho su parte. La Fed no puede gastar dinero (controles y balances). La Fed solo puede comprar instrumentos financieros. Y, sin estímulos fiscales, los estímulos monetarios ayudan principalmente a los más ricos. La recuperación K. 

En otras palabras, esta recuperación tan desigual es en gran parte responsabilidad del Gobierno que no está colocando liquidez en la economía real. O sea, el Tío Sam no está gastando lo suficiente. Lo que se requiere ahora es más dinero en el bolsillo del ciudadano común. Eso se logra de varias maneras. Ayudas directas a las familias. Subsidios. Problemas sociales. Inversión en infraestructura. Apoyo a la pequeña empresa. Etc. 

Estos estímulos son necesarios para subir la demanda y de esta forma crear empleos y reactivar la economía. ¿Y la inflación? He ahí el detalle. La caída de la demanda durante esta crisis creó deflación y desempleo. Mediante los estímulos lo que se busca es frenar la deflación y levantar los precios caídos. La meta no es la inflación, sino rescatar de la estabilidad perdida aumentando los precios con liquidez. Los estímulos fiscales deben equipararse a los estímulos monetarios para dejar de tener una crisis en forma de K (desigual) y poder tener una recuperación más equitativa y eficaz.