La mayoría de los economistas fallaron en predecir esta nueva ola inflacionaria. Eso no se puede negar. Y es importante indagar sobre las causas de esta ceguera. Claro que ese error de pronóstico, de pronto, no llegó como una sorpresa para algunos conservadores que llevan más de 40 años quejándose de las inyecciones de liquidez y la intervención estatal en la economía. Pero no hay que ser un genio para saber que las eternas advertencias en torno a la inflación por parte de algunos, durante la Gran Moderación, fueron más un asunto de dogma que de clarividencia.

Desde que el mundo es mundo, se está predicando el fin del mundo. Miles de años han pasado y el mundo aún sigue girando. Sin embargo, algún día la profecía seguramente se cumplirá. Eso no significa, por supuesto, que ahora tengamos que tomar en serio al loco religioso de la plaza. Bien sabemos que, como en el caso de Pedro y el Lobo, no todos los gritos de inflación han sido creíbles en el pasado. En muchos casos, la “inflación” (real, ficticia o probable) ha sido una bandera política contra el estatismo. La inflación ha sido el lobo de muchos sectores políticos. Y sabemos que el concepto ha sido abusado mucho por razones políticas. Entonces, por más de 40 años, esos gritos “inflación” no se han tomado muy en serio. Sin embargo, el temible lobo por fin llegó. Ahora el lobo está entre nosotros y no se quiere ir.

Ahora bien, hacer pronósticos no es fácil. Los pronosticadores racionales normalmente se basan en las probabilidades y en los modelos para realizar sus pronósticos. Es decir, se predice el futuro utilizando patrones comunes en el pasado. Este no es el peor de los métodos. Pero no es un método perfecto. De hecho, funciona en la mayoría de los casos. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la información usada para construir los modelos no es toda la información relevante. Y el marco temporal usado no siempre es lo suficientemente extenso.

Por ejemplo. Si usamos un lapso de 15 años para juzgar eventos, seguramente los eventos que no han ocurrido en 40 años nos tomarán por sorpresa. Una pandemia, por ejemplo, no es un evento muy frecuente. Se podría decir que hemos tenido una cada 70 años. Obviamente, el mundo no estába preparado para una pandemia. Entonces, la afrontamos con mucha torpeza.

En el plano económico, las autoridades monetarias estudiaron la situación y aplicaron la misma medicina que la aplicada durante la última crisis. O sea, las restricciones y el confinamiento generaron un cuadro deflacionario (en apariencia) muy similar al generado durante la crisis del 2008. Y, para evitar un hundimiento económico, se implementó un plan de rescate con estímulos. La medicina funcionó. Y se evitó un colapso. Sin embargo, las cadenas de producción y distribución no se reactivaron a sus niveles pre-pandemia de la manera esperada.

Después de la crisis crediticia del 2007-2008, los estímulos del rescate no causaron inflación, porque el aparato de producción y distribución global respondió a la demanda con bastante eficiencia. O sea, la lluvia de dinero no inundó las calles, porque los drenajes funcionaron. En esta oportunidad, la lluvia encontró los drenajes tapados. Mientras que todos estábamos preocupados por la sequía, olvidamos revisar el estado de los drenajes. O, dicho de una manera menos metafórica, preocupados por la deflación, no se tomaron en cuenta las vulnerabilidades de nuestras cadenas de producción y distribución. Obvio que la pandemia sirvió como el catalizador que expulsó esas vulnerabilidades.

Con las fábricas cerradas, los puertos sobresaturados, los contenedores escanciando, los camioneros también escanciando, la logística colapsada y los inventarios en crisis, la capacidad del sistema para rendir mermó significativamente. Mejor dicho, no dio la talla. Pero eso se supo en el calor de la batalla. Al parecer, casi todos subestimamos la fortaleza del sistema global antes de la pandemia.

El cambio abrupto en el patrón de consumo durante la pandemia también hizo más difícil el análisis y el pronóstico. Debido a la situación de confinamiento, el mundo se volcó a lo digital. El consumo de bienes se incrementó y el consumo de servicios disminuyó. Esta caída en el consumo de servicios es muy relevante, porque el sector servicios es el empleador más importante en muchos países. Entonces, los estímulos dirigidos al sector servicios se utilizaron en el consumo de bienes. Lo que tuvo resultados bastante mixtos. Eso hizo el trabajo de las autoridades más difícil.

El tercer aspecto digno de mencionar aquí es el mercado laboral. Durante la pandemia, el mercado laboral registró comportamientos muy peculiares. Las personas se volvieron más exigentes para retornar al campo laboral. Lo que subió los salarios. Y, con más dinero en los bolsillos, la demanda se incrementa. Aquí podemos destacar la influencia del gasto fiscal como un elemento adicional en este meollo. En un principio, el lado fiscal no siempre trabajó con el lado monetario. Pero, en una etapa posterior, el lado fiscal recuperó el tiempo perdido con cierta exageración.

Ahora bien, las autoridades monetarias siguieron su mandato fielmente en su momento con los estímulos. La Reserva Federal de los Estado Unidos, por ejemplo, hizo lo que tenía que hacer. El problema no fue aplicar el remedio al principio. El error estuvo en no saber frenar a tiempo al final. Lo que se conoce como “estar detrás en la curva”. Una vez que se supo que la inflación se saldría de control. La Reserva aún estaba insistiendo en la “transitoriedad” de la inflación. En esta reacción tardía, estuvo la falla.

Esta falla en análisis y pronóstico por parte de la Reserva Federal perjudicó su credibilidad. Lo que afectó las expectativas. Y las expectativas son muy influyentes, porque, con mucha frecuencia, se convierten en profecías autocumplidas. Las personas, cuando piensan que los precios van a subir en el futuro, suelen gastar más en el ahora en anticipación a las alzas. Eso crea presiones inflacionarias.

La guerra en Ucrania llegó de sorpresa. Obviamente que no se esperaba una invasión tan insensata en un momento tan inapropiado. La guerra ha traído problemas y restricciones en el suministro del petróleo, gas natural y alimentos. Eso se suma a los problemas ya mencionados de la cadena de producción y distribución. ¿Qué significa esto? Significa una inflación inducida por fallas en el suministro.

Considerando las particularidades de nuestra situación, no es muy descabellado asumir que nuestros problemas no se resolverán simplemente con un cambio de política monetaria. Todo parece indicar que simplemente subir los costos del crédito no será suficiente. Porque esta inflación no es únicamente un fenómeno monetario. Se relaciona (también) a nuestra incapacidad actual de producir y distribuir bienes y servicios a los mismos niveles de antes. 

En un mundo plagado de conflictos (externos e internos), el proceso de globalización está experimentado una reversión. En otras palabras, la inflación es un fenómeno multifactorial. Y su solución no yace únicamente en lo monetario. Se requiere un acercamiento más integral. Es decir, no todo cae sobre los hombros de la Reserva Federal. Los gobiernos también deben hacer su parte. ¿Están tomando los gobiernos las políticas necesarias?   

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