Imagina por un momento a un productor de aguacates en Michoacán o a una planta ensambladora de autopartes en Nuevo León. Para ellos, un dólar fuerte puede ser música para sus oídos. Si el dólar vale más, los productos mexicanos, al ser vendidos en dólares, se vuelven automáticamente más baratos y atractivos para los compradores en Estados Unidos y otros mercados dolarizados. Esto es un impulso directo a la competitividad de las exportaciones, que se traduce en más ventas, mayor producción y, en el mejor de los escenarios, más empleos. La maquinaria exportadora de México, vital para su economía, acelera su ritmo.

Pero la ventaja no se queda solo en las grandes empresas. Piensa en las millones de familias mexicanas que viven de las remesas que envían sus seres queridos desde el otro lado de la frontera. México es un gigante en la recepción de remesas a nivel mundial.

Cuando el dólar se fortalece, cada dólar enviado se convierte en muchos más pesos mexicanos al ser cambiado. Este incremento en el poder adquisitivo de los hogares se inyecta directamente en la economía local, impulsando el consumo interno. Para muchas comunidades, estas remesas son el salvavidas, superando incluso otras fuentes de divisa como la inversión extranjera.

Claro, no todo es miel sobre hojuelas. Si bien el dólar fuerte favorece a los exportadores, le complica la vida a los importadores y, por ende, a todos los consumidores. Si se necesitan más pesos para comprar la misma cantidad de dólares, entonces todo lo que México importa –desde electrodomésticos y gasolina hasta maquinaria industrial y materias primas– se encarece. ¿El resultado? Un aumento en los precios al consumidor, lo que comúnmente conocemos como inflación. Tu dinero vale menos al momento de llenar el carrito del súper o comprar ese gadget de última generación.

Las industrias que dependen fuertemente de insumos importados, como la automotriz o la electrónica, sienten el golpe directamente en sus costos de producción. Esto puede afectar su rentabilidad y, en última instancia, llevar a un aumento en los precios finales o incluso a una disminución en la producción si los costos se vuelven insostenibles. Es una cadena que afecta a todos.

Y hay un punto delicado que no podemos ignorar: la deuda. Una parte significativa de la deuda pública y privada de México está denominada en dólares. Cuando el dólar se fortalece, el costo de pagar y servir esa deuda en términos de pesos se dispara. Esto puede poner una presión considerable sobre las finanzas del gobierno y de las empresas, especialmente aquellas que no generan ingresos en dólares para compensar. Es como si tu hipoteca se encareciera de repente sin previo aviso.

El turismo también juega un papel interesante en esta ecuación. Un dólar fuerte hace que México sea un destino mucho más atractivo y asequible para los turistas estadounidenses. Hoteles, restaurantes, operadores turísticos... todos pueden ver un aumento en la afluencia y el gasto, lo que dinamiza una de las industrias más importantes del país. Es una invitación abierta a que más dólares fluyan hacia nuestras playas y ciudades coloniales. Sin embargo, para los mexicanos que sueñan con unas vacaciones en el extranjero, un dólar fuerte significa que sus pesos rinden menos fuera de casa.

Otro fenómeno que ha cobrado fuerza y se entrelaza con el dólar fuerte es el "nearshoring". Con las interrupciones en las cadenas de suministro globales y las tensiones geopolíticas, muchas empresas buscan relocalizar su producción más cerca de sus mercados de consumo, y México, por su cercanía con Estados Unidos, es un candidato ideal. Aquí, un peso depreciado (un dólar fuerte) se convierte en un imán para la Inversión Extranjera Directa (IED), ya que el costo de la mano de obra y de establecer operaciones en México se vuelve más barato en términos de dólares. Es una ventaja competitiva que México puede explotar para atraer capital y tecnología.

Pero, ¿qué pasa si sumamos la variable de los aranceles a esta ecuación? Aquí la trama se complica.

Si un país como Estados Unidos impone aranceles a las exportaciones mexicanas, el dólar fuerte que teóricamente hace nuestros productos más baratos puede ser una ventaja, pero el arancel actúa como un impuesto adicional que anula gran parte de ese beneficio. Nuestros productos se encarecen para el comprador extranjero, sin importar el tipo de cambio, lo que puede llevar a una caída en la demanda y a que las empresas exportadoras reduzcan su producción o busquen otros mercados. Es un golpe doble: el arancel encarece, y la ventaja cambiaria se disipa.

Sin embargo, el escenario cambia drásticamente si los aranceles son impuestos a terceros países (por ejemplo, aranceles de EEUU a China). Aquí, la fortaleza del dólar, combinada con la ubicación estratégica de México, puede ser una bendición. Las empresas que antes fabricaban en China para el mercado estadounidense podrían ver a México como la solución para evitar esos aranceles. En este caso, el dólar fuerte y la mano de obra más barata en pesos hacen de México un destino aún más atractivo para la relocalización de fábricas, impulsando la IED y las exportaciones mexicanas. Es una oportunidad de oro para afianzar nuestra posición como un centro manufacturero global.

Entonces, ¿es el dólar fuerte un beneficio o un lastre para México? La respuesta es, sin lugar a dudas, ambos. Es un fenómeno complejo que genera ganadores y perdedores. Beneficia a los exportadores, a los receptores de remesas y al turismo receptivo, mientras que presiona a los importadores, a los consumidores (por la inflación) y al costo de la deuda. La imposición de aranceles puede amplificar estos efectos, a veces para bien, a veces para mal, dependiendo de su origen y destino. 

La clave para México está en gestionar esta dinámica con inteligencia. Se trata de maximizar las oportunidades (como el nearshoring) y mitigar los riesgos (como la inflación y la deuda). No hay una respuesta sencilla, ni una bala de plata que resuelva todas las implicaciones de un dólar fuerte. En el incierto panorama económico global, mantener una postura de escepticismo sano, balance y neutralidad es fundamental.

El futuro nos dirá si México logra surfear la ola del dólar fuerte y capitalizar sus beneficios, o si, por el contrario, se ve arrastrado por sus corrientes adversas. Mientras tanto, en el mundo de las criptomonedas, la conversación sobre alternativas a la volatilidad de las divisas tradicionales sigue más viva que nunca.

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