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Gustavo GodoyGustavo Godoy

¿Estamos subestimando el poder digital de América Latina?

A pesar del modelo rentista, ¿está la rápida adopción digital latinoamericana subestimando el verdadero potencial de la región?

¿Estamos subestimando el poder digital de América Latina?
Opinión

La conversación sobre el futuro de América Latina a menudo se estanca en los cimientos del pasado: la extracción de materias primas, la producción agrícola y el debate perenne sobre la distribución de la riqueza. Es como si el foco de la región estuviera permanentemente anclado en la tierra, mientras que el resto del mundo avanza en el aire digital. Esta mentalidad persistente, que todavía prioriza el modelo rentista sobre la innovación y la competitividad basada en el talento y la educación, es la que más contribuye a que el potencial digital de Latinoamérica permanezca crónicamente subestimado.

Existe una brecha entre la percepción externa y la realidad interna del ecosistema digital latinoamericano. Mientras que analistas internacionales suelen centrar su atención en la escasez de inversión en investigación y desarrollo o en la inestabilidad regulatoria, se pierde de vista la fuerza de adopción, la creatividad de adaptación y el rápido crecimiento del comercio electrónico y las fintech que sí están ocurriendo a nivel de base.

La realidad es que, a pesar de los desafíos estructurales, el poder digital de la región está emergiendo con una vitalidad que desmiente el pesimismo generalizado. No se trata de una cuestión de si la tecnología existe, sino de cómo la sociedad y las empresas están saltando barreras para integrarla.

El motor principal del poder digital latinoamericano es el consumidor conectado. La penetración de dispositivos móviles inteligentes ha alcanzado niveles comparables a los de muchas economías desarrolladas. Esta masiva conexión no se utiliza solo para el entretenimiento, sino que ha generado una demanda explosiva de servicios digitales funcionales. La población ha abrazado el comercio electrónico (e-commerce) con una velocidad impresionante, superando obstáculos logísticos y de desconfianza gracias a la necesidad.

El e-commerce en la región ha crecido sistemáticamente por encima del promedio mundial durante años. Este crecimiento sostenido demuestra que la llamada "apatía" no reside en el usuario final, sino en las estructuras superiores. El consumidor latinoamericano está listo y ansioso por la eficiencia digital; el desafío ha sido que las empresas y el entorno regulatorio se pongan a su altura.

La demografía juega a favor. La región cuenta con una población relativamente joven y con una alta afinidad digital. Esta juventud no está atada a los viejos paradigmas de la banca tradicional o el comercio físico. Su disposición a probar nuevas plataformas y a saltar directamente a modelos basados en aplicaciones ha creado un caldo de cultivo ideal para las fintech.

El sector de la tecnología financiera (fintech) es, quizás, el mejor ejemplo del poder digital subestimado de América Latina. A diferencia de Europa o Estados Unidos, donde las fintech a menudo optimizan servicios bancarios ya existentes, en Latinoamérica, las startups han tenido que construir la infraestructura financiera desde cero para una gran parte de la población.

Existe una proporción significativa de personas que históricamente han estado excluidas del sistema bancario tradicional debido a la burocracia, la falta de sucursales o los altos requisitos. Esta exclusión no es una barrera para la tecnología, sino una oportunidad de mercado para ella. Empresas han surgido para ofrecer cuentas digitales, pagos móviles y micropréstamos a través de aplicaciones sencillas. Esto no solo facilita las transacciones, sino que promueve una inclusión financiera masiva que ni los bancos tradicionales ni los gobiernos lograron en décadas.

El éxito de estas empresas demuestra que el talento digital existe y puede florecer cuando se le da acceso al capital y a un problema de mercado claro que resolver. Este talento no solo copia modelos extranjeros, sino que los tropicaliza, adaptando las soluciones tecnológicas a las realidades complejas de la informalidad laboral, las fluctuaciones monetarias y las deficiencias logísticas.

El verdadero ancla que frena el reconocimiento de este poder digital radica en el pensamiento económico dominante. Una parte considerable de las élites, tanto políticas como empresariales, sigue viendo el crecimiento a través de una lente extractiva y distributiva. Se cree que la prosperidad proviene principalmente de la explotación de recursos naturales (modelo rentista) y que la solución a los problemas sociales es una mejor redistribución de lo ya existente a través de la política pública.

En este modelo mental, la innovación, el esfuerzo empresarial, la educación especializada y el talento son vistos como factores secundarios, no como el motor primario de la creación de riqueza. Mientras la mentalidad siga enfocada en cómo repartir la renta minera o agrícola, se subestimará inherentemente el potencial de la economía del conocimiento, donde la riqueza se crea a partir de ideas, software y servicios digitales escalables.

Esta mentalidad afecta directamente la inversión pública y la política educativa. Si el Estado no prioriza la formación de ingenieros de software y científicos de datos por encima de otras áreas consideradas "tradicionales" o "sociales", el capital humano que nutre el ecosistema digital se agota o migra. La falta de un pacto social a favor de la innovación es lo que realmente proyecta una sombra de "apatía" sobre el continente, no la incapacidad de sus jóvenes para usar la última aplicación de moda. El ecosistema digital crece a pesar de las estructuras, no gracias a ellas.

El crecimiento acelerado del e-commerce y las fintech en América Latina, aunque impresionante, presenta una paradoja importante que merece un análisis más profundo.

El auge de estos sectores se basa en gran medida en el uso eficiente y escalable de herramientas desarrolladas fuera de la región: servicios de computación en la nube, lenguajes de programación, y plataformas de Inteligencia Artificial de código abierto o propiedad de corporaciones extranjeras. Las empresas latinoamericanas son maestras en la adopción e implementación de estas herramientas para resolver problemas locales, pero rara vez son las creadoras de la tecnología base (por ejemplo, el chip que ejecuta el algoritmo o el protocolo de red subyacente).

Esto significa que, mientras la región se beneficia de la eficiencia digital, la propiedad intelectual y la capacidad de decisión sobre la infraestructura tecnológica esencial permanecen en manos de entidades externas. La economía digital de Latinoamérica se construye sobre un alquiler tecnológico.

Este fenómeno, aunque a corto plazo permite un crecimiento rápido (el llamado "salto" tecnológico), a largo plazo consolida una dependencia estratégica. Si las condiciones de uso o los precios de las plataformas globales cambian, o si se impone una regulación de origen externo, el ecosistema digital latinoamericano quedaría en una posición vulnerable. La verdadera prueba del poder digital de la región no es solo cuán rápido adoptan las tecnologías, sino cuándo comienzan a poseer y controlar los cimientos tecnológicos sobre los que construyen su futuro. El rápido crecimiento actual es una fortaleza, pero también un recordatorio de que la independencia económica digital aún es una meta lejana.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.