Cuando en 2012 escuché por primera vez sobre Bitcoin se me iluminaron los ojos, mis orejas se pararon y mis amigos se cansaron de escucharme hablar sobre el tema. En aquel entonces tenía 22 años y buscaba cambiar al mundo desde un incipiente partido político en Buenos Aires. No funcionó. Pero cuando me hablaron de Bitcoin tuve una epifanía, y el fracaso político —o relativo éxito, diría— no me preocupó. 

Hay muchas razones por las que intentar conseguir mayor libertad a través de la política puede ser un esfuerzo en vano. Requiere superar trabas burocráticas, es necesario convencer una mayoría que no tiene interés en la política, y es caro. Adoptar Bitcoin, en cambio, es tan sencillo como bajarse un monedero y empezar a usarlo. Utilizar Bitcoin es más poderoso que el voto a un candidato u otro y sus consecuencias son de mayor alcance. No solo ofrece una mayor eficiencia, como transacciones instantáneas y a un bajísimo costo, también tiene derivaciones políticas importantes: Bitcoin trae consigo más libertad. 

Bitcoin mata a la inflación

Bitcoin es una moneda descentralizada, no está bajo el control de ningún gobierno, su emisión es limitada y está controlada matemática por un algoritmo. Nunca habrá más de 21 millones de Bitcoins. Esto representa un giro copernicano en comparación con el actual sistema monetario estatal. 

No importa si hablemos del euro, dólar, peso, o baht tailandés, el dinero fíat han sido una constante fuente de financiación para los políticos —y quienes tienen conexiones políticas— a expensas de todos los demás. Mediante la manipulación monetaria, los bancos centrales han depreciado las monedas para financiar el gasto estatal. Han camuflado bajo el concepto de “política monetaria” quizás el atraco más escandaloso de la historia, y que aún continúa ocurriendo: la inflación.

Bitcoin irrumpe en el monopolio de los bancos centrales y provee una alternativa. Ya no es necesario impulsar una reforma que termine con un sistema monetario injusto, que privilegia a los intereses políticos y parasita a los creadores de riqueza. La adopción del Bitcoin es un arma mucho más peligrosa para los bancos centrales, la competencia debilita su poder y con él su capacidad de hacer daño. Así el Bitcoin, y las demás criptomonedas de características similares se convierten en una puerta de escape a la inflación.

Bitcoin contra las guerras 

Los muertos en las guerras son las principales víctimas. Quienes engrosan la lista de muertos en las aventuras bélicas se llevan la peor parte, sin embargo no son las únicas. Aunque vivan a miles de kilómetros del escenario del teatro de operaciones, los ciudadanos de los países que las libran también son víctimas accesorias de las guerras. Es sobre ellos quienes recae el esfuerzo económico que implican las guerras. No importa que estén a favor o en contra, financiar una guerra no es una opción, es una obligación.

Por supuesto, esto es posible únicamente debido a la existencia del curso forzoso. Antes, los conflictos bélicos estaban supeditados a la cantidad de dinero que tenían los gobiernos. Hoy, los gobiernos tienen gracias al banco central una fuente ilimitada de dinero que le permite sostener guerras eternas. La compra de misiles, tanques, armas, aviones y toda la estructura necesaria para llevar adelante una guerra interminable solo es posible si no existen límites para financiarse. 

Una vez más son los ciudadanos, sin importar si están a favor o en contra de la guerra, quienes terminan pagando por conflictos que defienden intereses ajenos. Bitcoin pone un límite a las aventuras bélicas terminando con la hegemonía de los bancos centrales. Los gobiernos deberían recurrir a otros medios no tan sigilosos como la emisión para financiar las guerras exponiendo el costo que tiene sobre los ciudadanos las hostilidades armadas. 

Bitcoin tiene la capacidad de impactar en el sistema financiero y monetario, pero sus consecuencias van mucho más allá. Permite reemplazar los medios violentos por los medios voluntarios. Pone en jaque el poder indiscutido de los políticos, y amenaza a los beneficios de quienes se ven favorecidos por un sistema que favorece el tráfico de influencias a la creación genuina de riqueza. No es la solución para todos los problemas, pero sin dudas es un paso en la dirección correcta.