Cuando pensamos en la modernización financiera, solemos imaginar avances tecnológicos deslumbrantes y transacciones instantáneas que transforman nuestra vida diaria. En ese camino, la idea de una Moneda Digital de Banco Central (CBDC) para Colombia suena a progreso. Sin embargo, detrás de la promesa de una moneda digital que impulse la economía, se esconde una realidad mucho más compleja: una verdadera batalla cultural y financiera que el país deberá librar si quiere ver prosperar su propia CBDC. La principal barrera no es otra que la profunda y arraigada predominancia del efectivo en la vida diaria de los colombianos. Piénsenlo: se estima que aproximadamente el 80% de las transacciones aún se realizan con billetes y monedas.

El dominio del efectivo no es una casualidad; tiene sus raíces en percepciones muy concretas y, para muchos, válidas. El dinero físico es visto como un método más rápido y sencillo, especialmente por las personas de bajos ingresos que, a menudo, buscan la inmediatez en sus transacciones. Pero, además de la conveniencia, existe una notoria desconfianza hacia los métodos de pago electrónicos. Esta desconfianza no es un capricho; surge de la preocupación ante posibles fraudes y de una falta de familiaridad con los entornos digitales, lo que genera una barrera psicológica difícil de derribar. Para quienes han dependido del efectivo toda su vida, cambiar a lo digital es más que un simple ajuste tecnológico; es un salto de fe.

Entonces, ¿cómo se logra que una población acostumbrada al efectivo, y a veces desconfiada de lo digital, abrace una nueva moneda digital? La respuesta, según se anticipa, radica en la necesidad de incentivos significativos. No basta con ofrecer una nueva tecnología; hay que hacerla irresistible. Esto podría traducirse en descuentos directos al usar la CBDC, beneficios de ahorro atractivos o cualquier otra ventaja tangible que convenza al ciudadano de que vale la pena el cambio. Sin estos "dulces", la adopción será una cuesta arriba, lenta y dolorosa.

Pero la cosa no se queda ahí. Otro motor potente para impulsar la aceptación de una CBDC podría venir del lado del acceso al crédito. La realidad es que solo un porcentaje relativamente bajo de adultos colombianos tiene acceso a productos de crédito. Una CBDC que no solo sea una herramienta de pago, sino que también ofrezca vías innovadoras para mejorar este acceso al crédito, podría cambiar las reglas del juego. Imagínense: una moneda digital que no solo facilita transacciones, sino que abre puertas a oportunidades financieras que antes estaban cerradas. Eso sí que sería un incentivo poderoso.

La persistencia del efectivo en Colombia es algo que se subestima con frecuencia. Durante la pandemia de COVID-19, un período en el que se esperaría que los pagos digitales se dispararan por razones de salud pública, la preferencia por el efectivo sorprendentemente se mantuvo firme. Esto nos dice mucho sobre la profundidad de este hábito cultural y la dificultad de cambiarlo. No es un problema tecnológico, es un problema de comportamiento y de arraigo. El Banco de la República, el emisor de la CBDC, está consciente de esto. El proyecto se encuentra actualmente en su fase piloto, lo que sugiere que se están explorando las mejores estrategias para un eventual lanzamiento. Sin embargo, los detalles finales aún no han sido anunciados, lo que deja muchas preguntas en el aire sobre cómo se abordarán estos desafíos fundamentales.

La implementación de una CBDC en Colombia no será un simple acto administrativo, sino una verdadera "batalla difícil". El éxito dependerá de la capacidad del Banco Central no solo para introducir una moneda digital robusta tecnológicamente, sino para hacerlo de una manera que resuene con las necesidades y las realidades de la población colombiana. Se trata de ofrecer incentivos convincentes, construir una confianza sólida en un entorno digital y, sobre todo, de entender y superar las barreras culturales y de acceso que definen el panorama financiero del país.

¿Logrará Colombia dar este salto hacia el futuro digital, o la arraigada cultura del efectivo resultará ser un adversario demasiado formidable? 

Sin embargo, no todo es una cuesta arriba para la CBDC colombiana. Aunque la desconfianza y el arraigo al efectivo son innegables, la crisis de la pandemia, si bien no erradicó el uso de billetes, sí demostró la capacidad de adaptación de la población a nuevas herramientas digitales, especialmente en el contexto de transferencias de ayudas gubernamentales o pagos de servicios esenciales. Millones de colombianos que antes no usaban aplicaciones financieras se vieron forzados a hacerlo, y muchos descubrieron sus ventajas. Este precedente, si bien no suficiente por sí solo, sienta una base sobre la que se puede construir.

Además, Colombia ya cuenta con una infraestructura de pagos digitales en evolución. La proliferación de billeteras electrónicas y aplicaciones de banca móvil, aunque no reemplazan el efectivo, sí han familiarizado a una parte creciente de la población con las transacciones sin billetes. La CBDC podría integrarse en este ecosistema ya existente, en lugar de partir de cero, aprovechando la red de comercios y usuarios que ya aceptan pagos digitales. El verdadero desafío será convencer a los usuarios de dar el salto final a una moneda digital emitida por el Banco Central, lo que requerirá una campaña de educación robusta y transparente que aclare los beneficios, la seguridad y la privacidad de esta nueva forma de dinero, disipando los temores naturales.

Por otro lado, la adopción de una CBDC no solo depende del usuario final. Los comercios y las empresas también deben tener incentivos claros para aceptarla. Reducir costos de procesamiento, agilizar la conciliación de pagos y ofrecer nuevas herramientas de gestión financiera podrían ser clave para que la moneda digital se convierta en una opción atractiva para el sector productivo. Si la CBDC facilita la operatividad diaria de los negocios, su adopción se acelerará naturalmente. La clave estará en encontrar ese equilibrio entre la innovación tecnológica y la realidad socioeconómica del país. La batalla es compleja, pero el potencial de modernizar el sistema financiero colombiano y expandir la inclusión bien vale el esfuerzo de encontrar las estrategias adecuadas.

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