En el vibrante ecosistema de las criptomonedas, a menudo se pinta un panorama idílico donde Bitcoin y otros activos digitales se alzan como la solución definitiva para las remesas en América Latina. La narrativa común proclama una herramienta perfecta, de uso masivo y sin fricciones, capaz de desbancar a los canales tradicionales con su velocidad y bajo costo. 

Sin embargo, al contrastar esta visión entusiasta con la realidad sobre el terreno, emerge una imagen mucho más matizada. Si bien las criptomonedas sí se utilizan para enviar dinero a través de las fronteras latinoamericanas, su adopción no ha alcanzado las proporciones que sus defensores más acérrimos podrían sugerir. La realidad no es un dualismo entre el cielo cripto y el infierno de los métodos tradicionales; es un terreno complejo donde las ventajas teóricas chocan con obstáculos prácticos y percepciones arraigadas.

Una de las principales barreras es la volatilidad inherente a la mayoría de las criptomonedas, particularmente Bitcoin. Para las familias receptoras, que a menudo dependen de estas remesas para cubrir necesidades básicas, la fluctuación en el valor del dinero recibido representa un riesgo considerable. Imaginar que el valor de los fondos se reduzca significativamente entre el momento del envío y la recepción es una preocupación latente que pocos pueden permitirse ignorar. Aunque las stablecoins han surgido como una alternativa más estable al anclar su valor a divisas fiduciarias como el dólar, mitigando este riesgo, su conocimiento y adopción aún no son universales. La estabilidad es fundamental cuando se trata de la subsistencia diaria, y la imprevisibilidad es un lujo que la mayoría de los usuarios de remesas no pueden permitirse.

Más allá del valor intrínseco, los costos operativos y la accesibilidad presentan desafíos significativos. Si bien las tarifas por transacción dentro de la cadena de bloques pueden ser bajas, el proceso de convertir moneda fiduciaria a criptomoneda y viceversa suele implicar cargos adicionales que erosionan cualquier ahorro potencial. En muchos casos, estos costos de entrada y salida pueden ser comparables, o incluso superiores, a las tarifas de los servicios de remesas tradicionales. A esto se suma la falta de infraestructura física adecuada para realizar estas conversiones de manera sencilla y segura. No hay suficientes cajeros automáticos de criptomonedas ni establecimientos que permitan a los usuarios cambiar sus activos digitales por efectivo local sin incurrir en molestias o costos adicionales, especialmente en zonas rurales o menos desarrolladas. La promesa de costos ínfimos se desvanece cuando se considera el ciclo completo de la transacción.

El conocimiento y la brecha tecnológica también juegan un papel crucial. Para una gran parte de la población latinoamericana, especialmente aquellos que envían y reciben remesas, la complejidad de entender cómo funcionan las carteras digitales, la gestión de claves privadas y la mecánica de las transacciones cripto es un obstáculo formidable. Requiere una alfabetización digital que no todos poseen, y el proceso puede parecer intimidante o propenso a errores. La penetración de teléfonos inteligentes y el acceso a internet, aunque en constante mejora, aún no son uniformes en toda la región, limitando la capacidad de muchos para operar con criptomonedas de manera fluida. No se puede dar por sentado que el receptor promedio de remesas tendrá la capacidad tecnológica o la comodidad para navegar por un ecosistema digital complejo.

Asimismo, la incertidumbre regulatoria y las preocupaciones de seguridad persisten. La ausencia de marcos legales claros y coherentes para las criptomonedas en varios países de América Latina genera dudas tanto para las empresas que buscan innovar en este espacio como para los usuarios finales. Esta ambigüedad normativa puede ser percibida como un riesgo, dado que los fondos podrían no estar protegidos ante fraudes o fallas en las plataformas. Las preocupaciones sobre el lavado de dinero y la financiación del terrorismo también han llevado a un escrutinio gubernamental y a la imposición de restricciones, lo que, si bien busca proteger la integridad financiera, añade capas de complejidad y burocracia al uso de cripto para remesas. La falta de un respaldo legal sólido hace que muchos duden en confiar sus ahorros en un sistema que aún no está completamente regulado o comprendido por las autoridades.

Finalmente, la fuerte preferencia por los canales tradicionales y una arraigada confianza en ellos es un factor determinante. A pesar de sus limitaciones, los servicios de remesas consolidados como Western Union o MoneyGram ofrecen familiaridad, puntos de servicio accesibles y una percepción de seguridad y fiabilidad forjada a lo largo de décadas. Para muchos, la conveniencia de ir a un local físico, entregar el dinero y saber que llegará a su destino en un formato conocido supera la promesa, aún teórica para ellos, de menores costos y mayor velocidad de las criptomonedas. Hay una comodidad intrínseca en lo conocido, y el hecho de que estos servicios tradicionales hayan evolucionado para ser relativamente eficientes, aunque con sus propias tarifas, mantiene su relevancia.

La narrativa que presenta a las criptomonedas como la panacea para las remesas a menudo cae en la trampa de la exageración, creando una disonancia entre las expectativas promovidas y la realidad del usuario. No se trata de que las criptomonedas no tengan un potencial transformador; lo tienen. El problema radica en que, en su afán por vender la mejor cara del producto, sus promotores a veces omiten las consideraciones prácticas, las necesidades y las capacidades de los usuarios. El mundo de las remesas es mucho más matizado de lo que se presenta. Las criptomonedas no son perfectas, y sus ventajas, aunque reales, no se traducen automáticamente en una adopción masiva si no se abordan las barreras de volatilidad, costos ocultos, brecha tecnológica y regulatoria.

Paradójicamente, la verdadera oportunidad para que las criptomonedas despeguen en el ámbito de las remesas podría no residir en imponer una tecnología por sus méritos inherentes, sino en su capacidad de adaptarse y fusionarse discretamente con los canales y hábitos existentes. En lugar de forzar a los usuarios a convertirse en expertos en criptoactivos, la innovación podría florecer al integrar las eficiencias de la cadena de bloques en servicios que parezcan y se sientan como los métodos tradicionales, pero operen con una infraestructura subyacente más eficiente. Si las criptomonedas pueden ser el motor invisible que reduce costos y acelera transferencias sin exigir al usuario final un cambio radical en su comportamiento o en su comprensión tecnológica, entonces su verdadero potencial en las remesas de América Latina podría finalmente materializarse. Es la tecnología al servicio de la necesidad humana, no al revés.

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