¿Regular o no regular? He ahí el dilema. Se nos complicó el asunto, señores. Lamentablemente, debemos reconocer que nunca ha sido fácil poder conciliar los sueños con la realidad. Las utopías son perfectas sólo en la imaginación. Pero, una vez que tocamos el suelo, la realidad nos regala un puñetazo en la cara y nos damos cuenta de una gran verdad: En la vida, a veces, hay que ceder y dar concesiones al enemigo.

Al principio, había un sueño. El Bitcoin se diseñó con una esperanza. ¿Y cuál era esta? La esperanza de un mundo fuera del alcance de los gobiernos y los bancos. Sin embargo, no podemos pretender que la bestia muera tranquila. Ahora esos anhelos que algún día tuvimos están siendo amenazados por el statu quo que se defiende a capa y espada. El  sueño se ha roto. Amigos, la tormenta regulatoria ha llegado. La batalla ha comenzado. Y la contienda promete ser tan sangrienta como interesante. ¿La regulación destruirá a las criptomonedas? ¿Es algo bueno o es algo malo? ¿Es acaso posible regular a las criptomonedas realmente? ¿Quién es el verdadero bully en esta historia? ¿Quién ganará la guerra y ocupará el trono al final?

Veamos. Analicemos en el asunto y juguemos al ajedrez por un momento. No es fácil regular a las criptomonedas. La tecnología, en sí, dificulta la regulación. Es más, el Bitcoin y las otras criptomonedas deben, en parte, su popularidad a su carácter independiente y rebelde. Pero la criatura está creciendo. Ya no es un niño. Estamos entrando en la adolescencia  y el sistema nos está pidiendo madurar. Nuestro espíritu anhela libertad, pero nuestro tamaño nos demanda sensatez. Eventualmente, las pasiones deben ser domadas por la razón. Son los hechos inevitables de la vida. Lamentable y afortunadamente.

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Cuando las criptos eran un nicho de pocos, todo estaba relativamente a salvo. Era una especie de pasatiempo de libertarios y nerds, un pequeño experimento de un grupito aparentemente inofensivo. Una vez que sale de la oscuridad y toma las calles, la cosa cambia. Y las autoridades empiezan a levantar la ceja por primera vez. Y, como ocurre con toda innovación que busca alterar el sistema, despierta la sospecha del viejo orden. Es simplemente natural. Así son las cosas.

El sistema es un dragón que disfruta controlarlo todo. Y es implacable con los sectores disidentes. Claro que el asunto es uno sumamente complejo. Sin cambios, no hay progreso. Pero sin orden, hay colapso. Indudablemente, la sociedad para avanzar necesita encontrar el balance entre la estabilidad de lo establecido y el caos de la creatividad.

El mercado de las criptos en el pasado ha sido víctima del fraude, la manipulación, el robo y la mentira. Ha sido el refugio de muchos criminales y ha prevalecido la impunidad.  La ingenuidad de la comunidad ha causado estragos y ha tenido sus consecuencias. Se perdió dinero. Ese ha sido el costo tangible. Pero también ha perdido credibilidad. Todos recordamos la historia de Mt. Gox. Y Mark Karpeles fue enjuiciado no  gracias a un sueño libertario. El papel de justiciero lo jugaron los gobiernos. ¿O no?

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El blockchain no es una isla solitaria en medio de un mar infinito. En realidad, es parte de un continente mucho más grande. En 2017, el precio se disparó, en parte, debido a un avance en materia regulatoria. En cierto modo, el sistema nos validó y ese reconocimiento nos ayudó a crecer. En el 2018, por el contrario, el precio cayó dramáticamente. Claro que, principalmente, por factores técnicos y fundamentales. Pero la incertidumbre en torno a la regulación dio los empujones que necesitaba. Autoridades gubernamentales como la Comisión de Seguridad y Cambio (La SEC) de los Estados Unidos y la Autoridad Bancaria Europea pusieron su granito de arena en este proceso. Y la prensa se valió de titulares sensacionalistas para difundir miedo por doquier. El pánico invadió a la comunidad cripto y al público en general. No lo podemos negar.

Actualmente, estamos en las fauces de una oleada regulatoria. Y muchas compañías del ecosistema se han visto afectadas. Recientemente, se realizó una reunión del G20 en Japón y la regulación de las criptos encabezó la lista de prioridades.  Los parlamentos de todo el mundo están discutiendo el tema. Se realizan audiencias y se designan comisiones. La regulación está llegando. Nos guste o no.

En el corto lapso, todo esto traerá distorsiones. Muchas firmas cambiarían su sede para evadir las regulaciones de determinados países. Pero otras escogerían quedarse y cumplir con las regulaciones para no perder determinados mercados. Muy pocas son las empresas dispuestas a perder mercados como el de los Estados Unidos y el de la Unión Europea, por ejemplo. En este mundo globalizado, sería fácil para un individuo evadir las normas de su país mudándose a un país menos regulado. Pero es mucho más difícil para una empresa multinacional renunciar a la clientela y al capital que algunos países pueden ofrecer. ¿Puede Coinbase o Gemini darse el lujo de cambiar a los Estados Unidos por una isla en el Mediterráneo? No lo creo. Seguramente, no tendrán más opción que acatar las reglas de juego.

Ahora bien, es cierto, hay muchos anarquistas, libertarios y cyberpunks en la comunidad cripto que rechazan cualquier tipo de regulación.  Sin embargo, este sector, aunque muy vocal y colorido, es minoritario. Tal vez, en los primeros años del Bitcoin eran una importante mayoría. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Hoy todo es diferente a esos primeros días. Ahora, uno podría decir que la mayoría de los actores dentro del espacio de las criptomonedas saben muy bien que la regulación es inevitable y, en cierto modo, necesaria. Nos guste o no, no todos somos libertarios en este mundo de hoy. Y la masa aún busca la protección de un padrino. Todavía esperan ser salvados por el Gran Hermano.

Es cierto. Este mundo es global y la Internet llega a todos partes. Pero el dinero todavía se concentra en pocas manos. El dinero tiene un pent-house en Nueva York y otro en Londres. Maneja un auto alemán y sus celulares son hechos en Asia. El dinero quiere la regulación tanto como el vecino, pero debe seguir las normas porque necesita la validación y la legitimidad que dan los gobiernos para poder así hacer más dinero. La codicia obliga a fingir de chico bueno en el teatro de las cosas. Y debemos reconocer que las criptos no están libres de codicia. Es un osito que busca la miel tanto como cualquiera. Y si algo ha demostrado su corto historia, es que está dispuesto a sacrificar su ideología por un poco de pragmatismo muy fácilmente.

Hay países que han prohibido de plano las criptos, creando así un mercado negro. Otros países han decidido, hasta ahora, no regular las criptomonedas, creando un limbo legal. Y otros países, como en el caso de Malta, han preferido crear un marco jurídico para beneficiar a la industria. Indudablemente, en el futuro, existirán paraísos que servirán como refugio para muchos. También surgirán mercados clandestinos y caminos verdes en todas partes que operarán en los bajos fondos. Estas opciones ciertamente tendrán su público. Y muchos actores escogerían nadar en estos mares. Por supuesto, muchos negocios se beneficiarían enormemente por moverse en este territorio.  Sin embargo, esta solución no es para todos.

Muchas compañías escogerían seguir las normas para poder acceder a mercados regulados.  Simplemente, hay mucho dinero por hacer ahí. Muchos querrán estar en las buenas con Nueva York, Londres, Berlín, Tokio y Pekín. El capital institucional es simplemente muy atractivo para rechazarlo. Ciertamente, a nadie le amarga ese dulce.

China podría tomar su propio camino en materia regulatoria. Pero Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Japón seguramente aprenderán el uno del otro para asumir legislaciones más o menos similares. Detrás de ellos, es solo cuestión de tiempo para que la mayoría de los países del G20 sigan sus pasos actuando como un bloque relativamente homogéneo.

La tecnología de las criptomonedas como tal no se puede regular. Ahí estamos claros. Pero sí se puede regular a las empresas que quieran una operación formal dentro del mundo legítimo. Por ejemplo, las firmas que quieran tener una oficina en Nueva York y captar capital institucional deberán acatar las leyes del lugar. No cabe otra.

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El dinero en efectivo es también difícil de regular. Es el instrumento preferido de los mafiosos y de la economía informal. Pero quien quiera salir del gueto debe cumplir con la normas impuestas por las autoridades. Caer en un falso dilema es un error. El problema no yace entre regular y no regular.  La regulación es inminente. El asunto debe girar entre la regulación inadecuada y la regulación adecuada. El futuro requiere un marco jurídico serio y eficaz. Y la comunidad cripto debería presentar sus propuestas.

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En el largo plazo, es muy probable que esta tormenta resulte ser buena para las criptomonedas. Esta legitimidad despertará la confianza del gran público. Y, seguramente, esto se traducirá en mayores entradas de dinero fresco para el sistema. Ese capital no sólo incrementará los precios. También aportará desarrollo y mejoras estructurales. La Internet y el comercio en línea también afrontaron sus pruebas de fuego en sus comienzos. Ahora le toca a las criptos. ¿Sobreviviremos? Yo pienso que sí.

Las opiniones expresadas aquí son las del autor y no representan necesariamente las opiniones de Cointelegraph.com