El panorama económico global actual presenta una realidad sombría para muchas naciones en desarrollo, a menudo agrupadas bajo el término de Sur Global. Estas economías se encuentran atrapadas en un círculo vicioso generado por niveles crecientes de endeudamiento externo y, lo que es más crítico, por la obligación de realizar pagos récord en el servicio de esa deuda. Esta dinámica está creando una situación donde el flujo de recursos se invierte de manera perjudicial: grandes sumas de dinero salen de estos países en desarrollo hacia sus acreedores, superando con creces la nueva financiación que reciben. Este desequilibrio, señalado por instituciones financieras internacionales, actúa como un lastre significativo, privando a estas naciones del oxígeno fiscal necesario para invertir en su propio crecimiento y desarrollo social.
Para comprender la magnitud de esta crisis, es fundamental analizar la naturaleza del problema. La deuda, en sí misma, no es inherentemente negativa. Es una herramienta poderosa que, utilizada prudentemente, permite a los países financiar proyectos de infraestructura cruciales, expandir la educación o mejorar los sistemas de salud, acelerando así su desarrollo. El desafío surge cuando el endeudamiento se convierte en una carga insostenible. Esto sucede a menudo cuando los recursos obtenidos mediante préstamos se gestionan de manera ineficiente, se desvían de sus propósitos originales o, simplemente, no se invierten en proyectos que generen un retorno económico suficiente para cubrir el costo del capital más los intereses.
Existe una tendencia natural a señalar a los prestamistas, sean estos gobiernos, instituciones multilaterales o inversores privados, como los principales responsables. Después de todo, son ellos quienes exigen la devolución de los fondos y los intereses acumulados. Sin embargo, un análisis objetivo requiere enfocar la responsabilidad donde corresponde: en los países prestatarios y en la calidad de su gobernanza económica. Los prestamistas tienen un interés legítimo en recuperar su dinero. Su función es ofrecer capital bajo ciertas condiciones. La decisión de asumir esa obligación financiera, y la subsiguiente obligación de asegurar que los fondos se utilicen de manera que maximice el potencial productivo de la nación, recae en las administraciones nacionales.
Cuando los gobiernos toman préstamos, ya sea a través de bonos internacionales o acuerdos bilaterales, y luego malgastan esos recursos en gastos corrientes insostenibles o en inversiones de bajo rendimiento, están sembrando las semillas de una futura crisis. El dinero prestado para impulsar el crecimiento a largo plazo que debió dirigirse a la construcción de carreteras, la modernización de la red eléctrica o la formación de una fuerza laboral más calificada, se pierde, dejando al país sin la capacidad productiva necesaria para generar las divisas que permitirían pagar la deuda cómodamente. El resultado es que, cuando llega el momento del pago, el país se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad económica.
La situación actual se agrava por el entorno financiero global. Factores externos, como el aumento de las tasas de interés en las economías avanzadas, encarecen el costo del servicio de la deuda para las naciones en desarrollo. Al tener que competir por capital en un mercado global más restrictivo, la renovación de préstamos se vuelve más costosa. Esto obliga a los gobiernos a destinar una porción cada vez mayor de sus ingresos, que podrían ir a programas sociales o inversión pública, simplemente a pagar intereses. Esta hemorragia de capital es lo que verdaderamente "asfixia" a las economías, ya que limita su capacidad para responder a las necesidades básicas de su población y para implementar políticas que fomenten el crecimiento futuro.
La solución a largo plazo no reside únicamente en la renegociación o en la condonación de la deuda, aunque estas medidas pueden ofrecer un alivio temporal necesario. La verdadera salida de esta trampa pasa por la mejora estructural de la competitividad y la productividad de los países del Sur Global. Esto implica implementar reformas profundas que mejoren el clima de negocios, fortalezcan el Estado de Derecho, combatan la corrupción y, crucialmente, dirijan la inversión pública y privada hacia sectores con alto potencial de crecimiento y generación de valor agregado.
Una nación que puede producir y exportar bienes y servicios de alta calidad al mercado global, generando un flujo constante de ingresos en divisas fuertes, estará en una posición mucho más sólida para manejar sus obligaciones de deuda. El objetivo no debe ser evitar el endeudamiento, sino asegurar que cada unidad de capital prestado se traduzca en más de una unidad de crecimiento económico futuro. Esto requiere disciplina fiscal, transparencia en el uso de fondos públicos y una planificación económica orientada a la inversión productiva.
La clave es cambiar el enfoque de depender de un alivio externo a fomentar la autonomía económica. Esto se logra fortaleciendo las instituciones, haciendo más eficiente la recaudación de impuestos y asegurando que las decisiones de gasto se basen en criterios de rentabilidad social y económica, y no en intereses políticos a corto plazo. Si los países no abordan las causas internas de la mala gestión de los recursos prestados, cualquier alivio de la deuda solo será un parche temporal antes de que se acumule una nueva y más grande.
Ahora bien, aunque la responsabilidad principal recae en la gestión interna de los gobiernos prestatarios para asegurar la productividad de las inversiones y evitar el malgasto, existe un matiz que añade una perspectiva diferente y que merece ser considerado con objetividad. A pesar de que los prestamistas tienen derecho a la devolución de su dinero, el actual sistema internacional de préstamos soberanos permite una acumulación de deuda que, en la práctica, supera la capacidad de pago sostenible de los países más pobres. Esta situación no se debe solo a la mala administración en los países deudores, sino también a la naturaleza cíclica del capital global y a los incentivos en el sistema financiero.
Claro que, en ocasiones, el capital global fluye en exceso hacia las economías emergentes durante periodos de tasas de interés bajas en el mundo desarrollado. Esto inunda estos mercados con liquidez, facilitando que incluso proyectos o administraciones con fundamentos débiles puedan acceder a grandes sumas de dinero. Cuando este ciclo se invierte, y las tasas de interés suben bruscamente, el capital fluye de vuelta a los centros financieros, dejando a los países periféricos con obligaciones de deuda emitidas a bajo costo, pero que deben ser renovadas o pagadas a tasas mucho más altas.
Por lo tanto, aunque la mala gestión local es un factor agravante, el efecto de los ciclos de liquidez globales y la falta de mecanismos institucionales para manejar las crisis de deuda soberana de manera oportuna y justa, convierten a estos países en víctimas de un sistema que fomenta el préstamo excesivo en los buenos tiempos y castiga duramente en los malos, independientemente de si la inversión fue perfecta. La disciplina fiscal es crucial, pero también lo es un sistema financiero global que no promueva inherentemente la inestabilidad.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.