En economía, al igual que en política y en el amor, todos nos creamos unos expertos. De pronto, he ahí la razón por la cual no avanzamos mucho en esos campos. Mientras los verdaderos expertos dudan constantemente y replantean sus ideas, los “expertos” de cafetín afirman supuestos con una voluntad de hierro. El economista británico John Maynard Keynes murió en el año 1946. El austriaco Ludwig von Mises murió en el 1973. Y, el también austriaco, Friedrich von Hayek murió en 1992. 

Los políticos son malos economistas y peores pensadores. El ignorante se vuelve dogmático debido a sus pocas luces. El inversor obstinado con los grandes debates del pensamiento económico y dedicado a las predicciones macroeconómicas es un simple novato. ¿Así o más claro? Entonces, no es raro que los cripto millennials resuciten el viejo debate entre los supuestos “austriacos” y los supuestos “keynesianos”.  Pero, bueno, ese debate es tan absurdo como el debate entre el socialismo y el capitalismo. Nadie aprende. Nadie gana. Nadie pierde. Nadie evoluciona. Todos quedan molestos y con un amargo sabor en la boca. Son peleas estériles y sonsas.  

Todos estos debates son emotivos. Por ende, subjetivos. Tienen que ver más con la política del momento y el humor en el ambiente que con aspectos meramente económicos. Aquí lo que reina es la falacia y la ambigüedad semántica. Este fulano debate es un falso dilema. Lo más sano es superarlo. Pasar la página. 

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Jerome Powell, hombre al frente de la Reserva Federal, tiene solo dos misiones: Estabilidad y Empleo. Ese es su trabajo y eso es lo que los políticos y el público le piden. Ahora bien, ¿cómo logra esto? ¿Es keynesiano? ¿Es austriaco? Bueno, en estos momentos Powell tiene demasiado peso en sus hombros como para perder tiempo en debates de cafetín. Powell no tiene otra opción que ser pragmático. Es decir, utilizar todas las herramientas a su alcance para cumplir con sus misiones. Y si no lo hace bien, el Congreso le corta los pies y pierde su trabajo. No hay debate. Hay técnica. 

Dos cosas: La tasa de inflación y la tasa de desempleo. La estrategia es utilizar todos los mecanismos en sus manos para alcanzar los números mágicos. La meta es tener 2-3% de inflación anual, empleo pleno y un crecimiento económico bueno o excelente. Entonces, se trata de medir constantemente las variables en juego e ir implementando las medidas correspondientes paso a paso. Se mide, se toman medidas, se vuelve a medir y se reajustan las medidas. En otras palabras, se baila el tango al ritmo de la música en la calle del pragmatismo. 

Esta es la estrategia por consenso. Los empresarios, los políticos de ambos partidos, y el público en general apoyan esto. Normalmente, los economistas académicos realizan diagnósticos y estudios de carácter descriptivo y técnico. Pero, nos guste o no, en la crisis del 2018 y en esta, las medidas tomadas han disfrutado de un apoyo general. El resentimiento y los reproches provienen de los abusos, la desigualdad, los privilegios corporativos, etc., no del lado de la inflación o la intervención per se. 

Los libertarios, los anarcocapitalistas y los ultra conservadores rechazan las medidas de intervención, pero no tanto por su efecto en la economía. Y tampoco lo hacen en nombre de la desigualdad o la justicia social. Es más un asunto político. Se trata del rechazo profundo que tienen los estadounidenses hacia la idea del Gobierno Grande (Big Government). El culto al individuo. La idolatría al libre mercado. La responsabilidad individual. Esos son valores muy gringos. Y esos valores han sido muy importantes en el éxito de los Estados Unidos como país. No hay duda. Pero las pasiones siempre se desbordan y algunos se van por los extremos. Se toman posturas radicales más por rabia y descontento con el “Establishment” que por sensatez. 

Ahora bien, si salimos del cafetín y dejamos la politiquería por un momento, nos daremos cuenta que toda esta discusión no pondrá comida en nuestra mesa. Desde el punto de vista del inversor, todos estos debates son una pérdida de tiempo. Escuchar a estos bandos pelear nos distraen de lo importante. De hecho, nos pueden llegar a confundir en medio de tanto ruido y sesgo. El inversor inteligente no se desvela pensando en asuntos macroeconómicos. Las crisis van y vienen. Lo esencial es seguir trotando, con lluvia o con sol. Los maratones no son para los llorones. Ni Keynes, ni Mises, ni Hayek van a enviarte dinero. Para comer hay que trabajar.  

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Lo que tiene que estar en la mente de un inversor no es quien tiene la razón en el debate entre Keynes y los austriacos. Eso es un desperdicio de tiempo. Nuestra energía debe estar en encontrar activos infravalorados en el momento, pero con gran potencial de crecimiento en el futuro. La macroeconomía es como el clima. Hay demasiada complejidad e incertidumbre para ponerse a tomar decisiones en base a ella. Hay que enfocarse en lo que podemos controlar. Es decir, en lo que compramos, en lo que vendemos y en lo que almacenamos. Si, según nuestra valoración, un activo está infravalorado, lo compramos. Y si un activo está sobrevalorado, lo vendemos. El resto del tiempo, esperamos. 

¿Invertir o no invertir? Ese sí es un debate que vale la pena tener. Y la respuesta es sencilla. Así que es el debate breve. Toma dos segundos. La solución es invertir. No cabe duda. 

Ahora bien, toda esta preocupación con el debilitamiento del dólar. O sea, la cosa va así: Las políticas intervencionistas e irresponsables del Gobierno con todo esto de los estímulos (excesivos) eventualmente debilitarán al dólar y destruirán con nuestros ahorros. Ok. Está bien. Y ¿qué clase de idiota tiene ahorros hoy en día? “Cash is trash”. Aquí y en Pekín. Primero, los estadounidenses no tienen ahorros. Los pobres no tienen ahorros. La clase media no tienen ahorros. Y los ricos no tienen ahorros. Los ricos tienen propiedades, activos, etc. Es decir, inversiones. Sí, hay mucha deuda. Pero para un deudor la devaluación de la moneda es una bendición, porque la deuda se vuelve más económica. Gana el deudor, y pierde el acreedor. 

La inflación se controla con política fiscal y monetaria. Y la deflación, igual. Los ciclos van y vienen. Las medidas se van ajustando en pro a la estabilidad de los precios. En medio de una profunda crisis deflacionaria como la actual, francamente es absurdo ponerse a gritar “¡Inflación!” a todo pulmón. ¿Por qué? Bueno, porque no hay inflación. La tasa te lo dice. Es ridículo denunciar algo que no existe. En el momento que la inflación suba un ápice, el amigo Powell tomará las medidas correctivas. Medición, ajuste, medición, reajuste. Así funciona. No es física cuántica. 

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Ahora bien, los paladines del ahorro, al estilo de los viejos gruñones. El dinero está en Wall Street, bebé. No debajo del colchón en billetes. Más allá de que nadie tiene grandes ahorros, que el dólar es principalmente una unidad de cuenta y un medio de intercambio, y que el inversor con más de tres dedos de frente resguardan su patrimonio en activos, existe un elemento algo absurdo de todo esto. Es como el sujeto que lanza piedras a la Embajada de España por los crímenes del Imperio durante el periodo colonial. No son crímenes nuevos, pero el sujeto se acaba de enterar y está molesto. Denunciar que el dólar es un mal resguardo de valor es como lamentar que los Yankees de Nueva York no tendrán oportunidad en la próxima Copa Mundial de Fútbol. Paco, no hables más. Simplemente no sabes nada de deportes. Estas quedando en ridículo. 

Si no te gusta el dólar como inversión, es porque el dólar no es una buena inversión. Aquí y en Pekín. Antes de Bitcoin y después de Bitcoin. Ahora y hace 100 años. En crisis y en bonanza. Cash is trash. Si ya tienes tu dinero en activos (como Bitcoin), ¿para qué seguir quejándote sobre el dólar? Es como salir con la chica más guapa del colegio, y desperdiciar toda la velada hablando mal de su exnovio. ¡Tonto! Ahora voy más allá. Si no hay inflación y los estímulos están subiendo los precios de los activos (Bitcoin incluido), ¿Por qué tanto lamento, si el dinero ya está invertido y la cosa va en subida? Yo creo que ya es hora de que Keynes, Mises y Hayek tengan su descanso eterno. ¡Abajo los dogmas! ¡Arriba Bitcoin!