La pobreza es un tema que genera muchas discusiones y opiniones. Algunos la ven como una condición relativa, otros como una absoluta. Algunos la asocian con la falta de oportunidades, otros con la falta de voluntad. Algunos la consideran una desgracia, otros una bendición.

Pero más allá de las reflexiones filosóficas o morales, la pobreza tiene una dimensión muy concreta y tangible: el dinero. El dinero es el medio que nos permite acceder a bienes y servicios básicos para nuestra supervivencia y bienestar. El dinero determina nuestro nivel de ingresos y gastos, y, por ende, nuestro poder adquisitivo. Para efectos de este artículo, reduciremos el concepto de pobreza simplemente a un bajo poder adquisitivo. Es decir, un asunto de dinero.

Por eso, cuando hablamos de pobreza, no estamos hablando de conceptos abstractos o subjetivos como la felicidad, la espiritualidad o el sentido de la vida. Estamos hablando de números. Números que reflejan la realidad económica de millones de personas que no tienen suficiente dinero para cubrir sus necesidades. Números que nos muestran la brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco. Números que nos interpelan y nos desafían a buscar soluciones.

Europa está pasando por una crisis económica que no se veía desde hace décadas. Los europeos están viendo cómo se reduce su poder adquisitivo y cómo se deteriora su nivel de vida. Los franceses comen menos foie gras y beben menos vino tinto. Los españoles ahorran en aceite de oliva. Los finlandeses usan la sauna solo cuando hay viento y la energía es más barata. Los alemanes consumen menos carne y leche. Los italianos se asustan por el precio de la pasta.

¿Qué ha pasado para que el viejo continente, tan admirado por su arte de vivir, se haya convertido en un lugar cada vez más gris y triste? La respuesta es una combinación de factores que llevan años gestándose y que se han agravado con la pandemia del Covid-19 y la guerra de Rusia en Ucrania. Estos acontecimientos han alterado las cadenas de suministro globales y han disparado los precios de la energía y los alimentos, afectando especialmente a Europa, que depende mucho de las importaciones.

Además, las políticas de los gobiernos europeos no han ayudado mucho a los consumidores, que han recibido menos ayudas directas que los estadounidenses, que disfrutan de una energía más barata y un mercado laboral más dinámico. Los europeos, en cambio, tienen una población más envejecida, una preferencia por el tiempo libre y la seguridad laboral sobre los ingresos, y una baja productividad y crecimiento económico.

Tampoco pueden contar con su potente industria exportadora, que se ha visto afectada por la desaceleración de China, un mercado clave para Europa. El alto costo de la energía y la inflación rampante han erosionado la competitividad de los productos europeos y han generado conflictos laborales. El comercio global se está enfriando, y Europa, que depende mucho de las exportaciones, lo está sufriendo.

El resultado es que los salarios reales han caído en varios países europeos desde 2019, mientras que en Estados Unidos han subido. La Unión Europea representa ahora el 18% del consumo global, frente al 28% de América. El economista jefe del Banco de Inglaterra lo ha dicho claro: "Sí, todos estamos peor". Y parece que no hay mucha esperanza de mejora a corto plazo. Al parecer, Europa ya no es lo que era.

¿Qué está pasando realmente? ¿Por qué los europeos son cada vez más pobres? Esta es una pregunta que muchos se hacen al ver que su nivel de vida no mejora o incluso empeora con el paso de los años. La respuesta no es sencilla, pero podemos señalar algunos factores que influyen en esta situación.

Más allá de los efectos de la pandemia y la invasión rusa de Ucrania, uno de los factores más preocupantes es el envejecimiento de la población. Esto significa que hay menos gente trabajando y más gente jubilada, lo que reduce el crecimiento económico y la productividad. Los jubilados tienen derecho a cobrar una pensión, pero ¿quién la paga? Los trabajadores, claro. Y como hay menos trabajadores y más jubilados, cada vez hay que repartir más el pastel entre más comensales. Así que toca comer menos.

Otro factor es la cultura europea. ¡Il dolce far niente! Il piacere di non fare nulla. Los europeos valoran más el tiempo libre y la seguridad laboral que los ingresos. Les gusta disfrutar de la vida, viajar, tener vacaciones, horarios flexibles, etc. También quieren tener un trabajo estable, con derechos y garantías. Todo esto está muy bien, pero tiene un precio. Y ese precio es ser menos competitivos en el mercado global. Mientras ellos se relajan, otros países trabajan más horas, cobran menos y producen más. Así que nos ganan la partida.

¿Qué se puede hacer entonces? ¿Tienen que renunciar a su estilo de vida o resignarse a ser más pobres? No necesariamente. Se puede buscar soluciones creativas e innovadoras para aumentar la productividad y la competitividad sin sacrificar la calidad de vida. Se puede invertir más en educación, investigación, tecnología, energías renovables, etc. Se puede fomentar la natalidad, la inmigración y la integración social. Se puede cooperar más entre los países europeos y con el resto del mundo.

En definitiva, el europeo se puede adaptar a los cambios y a los retos del siglo XXI sin perder su identidad y sus valores. No es fácil, pero tampoco imposible. Solo hace falta voluntad, visión y un poco suerte. Por eso, el europeo no debe caer en el pesimismo ni en la resignación. Debe aprovechar las oportunidades que ofrece la globalización y la digitalización, sin renunciar a su modelo social y democrático. Debe ser consciente de sus fortalezas y de sus debilidades, y trabajar para mejorarlas. Debe ser solidario con sus vecinos y con el resto del mundo, sin olvidar su esencia. 

El joven inversor que quiere crecer debe mirar al futuro. No puede ignorar las tendencias demográficas. Las generaciones más viejas son las que tienen más dinero que las jóvenes. Y a medida que la población envejece, por lo general se vuelve más conservadora en sus inversiones. Se evita el riesgo y la volatilidad. Lo que podría tener un efecto considerable en activos especulativos como Bitcoin y las demás criptomonedas.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.

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