Es una historia de codicia y ambición tan antigua como el tiempo. Pero, por alguna razón, no siempre aprendemos la lección. El exceso de confianza nos ciega con demasiada frecuencia. De hecho, las personas más capaces e inteligentes son las primeras en comentar los grandes actos de torpeza. En medio de tanto deseo, se asumen riesgos innecesarios para comer más de lo que podemos masticar. Y, en el proceso, nos exponernos a perder lo que tenemos y lo que no tenemos. Definitivamente, la estupidez humana es infinita.

Se pone en riesgo lo que sí necesitamos para ganar lo que no necesitamos. Es absurdo, pero sucede mucho. Las personas ponen en riesgo los ahorros de toda una vida en busca de rendimientos extraordinarios. En la práctica, se pone en riesgo el pan para comprar un lambo. En el proceso, se pierde el pan, el pan del otro y el lambo.

En este punto, es bastante útil hablar de la teoría de la estupidez. El hecho de que la estupidez está en todas partes. Pero, con frecuencia, subestimamos su enorme poder y no reconocemos su presencia. De hecho, las personas muy exitosas son, particularmente, propensas a la estupidez. Por lo general, la estupidez suele ser una explicación más exacta que la maldad. Y, en la mayoría de los casos, la estupidez es un agente mucho más dañino y destructivo que la maldad. Uno podría llegar a pensar que mucho de lo que ha ocurrido en el espacio cripto es producto de la maldad. Pero lo más seguro es que, una vez más, sea la estupidez la gran responsable de tanta destrucción de riqueza. El bandido gana perjudicando al otro. Pero, al menos, alguien gana algo. El estúpido, por el contrario, arruina la fiesta para todos. Pierde él, pierden los demás, y pierden todos.

Muchos de nosotros andamos por la vida creyéndonos unos genios. Nos sentimos especiales. Nos sentimos, de algún modo u otro, seres superiores. O sea, las personas normalmente se sobrestiman a sí mismas y subestiman a los demás.

Todos, a cierto nivel, sufrimos del síndrome del sabelotodo. Se podría decir que las cosas que no sabemos son mayores a las que sí sabemos. Sin embargo, rara vez, lo reconocemos. Pensamos que sabemos mucho. Sin embargo, en realidad, sabemos muy poco. En muchos aspectos de nuestra vida, somos muy ignorantes y bastantes ineptos. Pero, en nuestro fuero interno, la idea de que somos unos genios se mantiene. En otras palabras, andamos por la vida haciendo el ridículo con nuestro ego bien hinchado. Esa actitud, naturalmente, nos hace cometer muchos errores. Con nuestra estupidez, nos hacemos daño y le hacemos daño a los demás.

¿Cómo se explica que Sam Bankman-Fried haya perdido más de 20 mil millones de dólares en menos de una semana? Podríamos recordar la historia de Ícaro. Tan alto voló el temerario Ícaro que el sol derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas. No fue por falta de inteligencia. Ícaro cayó al mar y murió por un exceso de confianza.

La ignorancia confiada del amateur es uno de los males más propagados en este ecosistema. En la comunidad cripto, muchos, después de ver un par de documentales en Youtube, ya se sienten más sabios en cuestiones de dinero que cualquier premio Nobel de Economía. La experiencia mística de escuchar por primera vez las viejas teorías de los escarabajos del oro, libertarios y conservadores se convierte, para algunos, en una epifanía: “¡Ya entiendo el dinero!”.

Pero me temo que propaganda no es educación financiera. Adoptar un viejo pensamiento sectario en torno al concepto del dinero no es la iluminación. Lamento informar que el asunto es más complicado que eso. La realidad es vasta, compleja y contradictoria.

Sam Bankman-Fried administraba sus compañías como una bodega familiar mal llevada. Ahora resulta ser que tanta “genialidad” y “excentricidad” no era otra cosa que irresponsabilidad. Lo que reinaba en FTX era la inexperiencia, la imprudencia y el caos.

¿Cómo se recupera la credibilidad? Criptolandia se ha ganado la reputación de ser un salvaje oeste controlado y manipulado por fanáticos de la derecha libertaria, tecnócratas cypherpunks y niños grandes con complejo de Peter Pan. Ciertamente, hay mucha creatividad e innovación. Por supuesto que hay muchas oportunidades. Pero, como hay oportunidades, también hay riesgos. ¿Qué se requiere? Se requieren mejores prácticas. Y no me refiero a más narrativas, dogmas y parafernalia cripotolibertaria. Me refiero a actuar con ética, controles y balances. Se requieren normas del juego serias, sensatas y responsables.  

Muchos criptoempresas están operando como nobancos no registrados. Y utilizan la falta de transparencia y el vacío regulatorio para sacar ventaja. Claro que el asunto no se presenta así. El cuento se maquilla con un bello discurso de libertad y nobleza. Todo lindo y hermoso, pero también hay un lado oscuro que no podemos esconder. Con este esquema, se hacen millones con relativa facilidad. Sin embargo, del mismo modo que se puede hacer mucho dinero, también se toman muchos riesgos. Lo que implica que, en el momento de que algo sale mal, las pérdidas pueden ser muy grandes.

Se asumen muchos gastos, deudas y compromisos. Y todo esto se construyen sobre activos de una renta muy variable. La cosa se pone color de hormiga cuando el precio de estos activos bajan dramáticamente de precio.

¿Cuál es el problema? El problema es el exceso de confianza. Se trata de un falso sentido de seguridad que produce alcistas empedernidos. El optimismo iluso de muchos criptoentusiastas. Durante el boom especulativo, era prácticamente una herejía plantear la posibilidad de que los precios podría bajar. Una postura bajista en este espacio se interpreta como un acto de traición imperdonable. Entonces, los riesgos se minimizan. ¿Cuáles riesgos? “El único riesgo es no tener Bitcoin”. “Bitcoin se va a la luna”. Eso es seguro. Es cuestión de espera y ya. Luego, el precio cae. ¿Y ahora?

El sesgo ideológico impide que las cosas se vean con objetividad. Pero ese es un fenómeno que afecta más a los minoristas amateurs que se dejan llevar, con relativa facilidad, por las narrativas que se imponen las redes sociales. Entre los grandes actores, el asunto es distinto. Ellos sí saben perfectamente que todo es sobre el dinero. Y las narrativas son instrumentales. O sea, se utilizan para crear una comunidad. Porque tener una comunidad de fieles es indispensable para el negocio. Aquí lo que tenemos es que se han encontrado con la gallina de los huevos de oro. Y le quieren sacar la mayor cantidad de huevos posible. Pero de tanto sacar y sacar terminan por matar a la gallina.   

Lo que necesitamos para recuperar la credibilidad es menos ideología y más honestidad. Hechos, no tuits. Normas, controles, supervisión, transparencia y rendición de cuentas. En vez de un tuit, lo que necesitamos son auditorías independientes. En vez de un código criptográfico nuevo, lo que necesitamos es la supervisión de entes imparciales. O, dicho de otro manera, el salvaje oeste necesita civilizarse. O sea, este pueblo necesita de un sheriff. La libertad sin justicia no es libertad. 

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