La danza entre el Banco de México (Banxico) y la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) es una coreografía económica donde, sin duda, la Fed lleva la batuta. No es una simple colaboración entre iguales; es más bien un acto de equilibrio constante por parte de Banxico, que debe adaptarse al ritmo que marca su gigante vecino para evitar tropezar.
La conexión es evidente y, a primera vista, ineludible. Estados Unidos no es solo el vecino de México, es su principal socio comercial, el destino primordial de sus exportaciones y la fuente más grande de remesas que inyectan vida en la economía local. En este escenario, la Fed, como banco central de la economía más grande del mundo, no solo mueve sus fichas en el tablero estadounidense; sus decisiones sobre tasas de interés, política monetaria y liquidez se sienten como ondas expansivas por todo el globo. En México, ese eco no es un murmullo distante, sino un rugido que resuena en cada rincón económico.
Banxico es, por definición, un banco central autónomo. Esto significa que sus decisiones de política monetaria son, en teoría, independientes del gobierno en turno. Esta autonomía, un logro arduo y vital para la estabilidad macroeconómica de México, forjada tras décadas de crisis inflacionarias, se presenta como un pilar inquebrantable.
Sin embargo, en la práctica, esa independencia a menudo se ve eclipsada, o al menos fuertemente condicionada, por las acciones de la Fed. Banxico puede tener las riendas de su propia política, pero rara vez puede permitirse el lujo de ignorar lo que hace el gigante del norte. Es como tener libertad para elegir tu destino, pero solo si ese destino coincide con el del vecino más grande.
El ejemplo más palpable de esta interdependencia lo vemos en las tasas de interés. Si la Fed decide subir sus tasas, el capital internacional, siempre en busca de mejores rendimientos y menor riesgo, tiende a migrar hacia Estados Unidos. Este movimiento ejerce una presión inmediata sobre el peso mexicano, que generalmente se deprecia. Para contrarrestar esta fuga de capitales y contener la inflación que surge de importar productos más caros debido a un dólar fortalecido, Banxico se encuentra, en la mayoría de los casos, obligado a seguir la estela de la Fed. Esto significa subir sus propias tasas, a veces incluso de manera más agresiva o anticipada, para mantener un diferencial de rendimientos lo suficientemente atractivo que impida que el dinero abandone el país.
La soberanía monetaria de un país emergente como México no es, en la realidad globalizada, absoluta. Aunque Banxico posea la potestad legal para fijar sus tasas, las crudas leyes de la economía le imponen límites estrictos, dictados en gran medida por las decisiones de su poderosa contraparte. Es una contradicción intrínseca a la globalización financiera: la independencia formal de Banxico coexiste con una dependencia funcional innegable. Las subidas de tasas de Banxico no son solo una respuesta para controlar la inflación interna; son, en esencia, una medida defensiva, un escudo contra las repercusiones de las políticas de su vecino.
Pero la influencia de la Fed va mucho más allá de las meras tasas de interés. Su política monetaria impacta a México a través de múltiples canales, tejiendo una red de interacciones complejas:
Las decisiones de la Fed influyen directamente en los flujos de capitales. Cuando la Fed endurece su postura (lo que los expertos llaman un entorno "risk-off"), los inversores se vuelven más cautelosos, retirando sus fondos de mercados emergentes como México. Por el contrario, cuando la Fed relaja su política ("risk-on"), el capital fluye con mayor facilidad hacia estos mercados.
Una desaceleración económica en Estados Unidos, ya sea inducida o no por la Fed, impacta directamente en el comercio exterior mexicano. Menor demanda estadounidense se traduce en menos exportaciones para México y, por ende, en una desaceleración de su crecimiento económico. Pensemos en las maquiladoras, por ejemplo, cuyo pulso depende directamente del consumidor del norte.
Las remesas, esa vital inyección de dólares que millones de familias mexicanas reciben de sus parientes en EE. UU., también se ven afectadas. Las condiciones laborales y económicas en el país vecino, moldeadas por la política de la Fed, influyen directamente en la capacidad de los migrantes para enviar dinero a casa, afectando directamente el consumo interno en México.
Finalmente, la Fed, al ser la guardiana del dólar, la moneda de reserva mundial, ejerce una influencia considerable sobre las condiciones financieras globales. Sus acciones repercuten en el costo del endeudamiento internacional, lo que impacta la capacidad de México para financiarse en los mercados globales y gestionar su deuda.
Diálogo y el gran debate
A pesar de las obvias asimetrías de poder, existe un diálogo y una colaboración constante entre Banxico y la Fed. Hay un reconocimiento mutuo de que lo que ocurre en una economía repercute en la otra. Se celebran reuniones, se comparten análisis y, en momentos de crisis, como en 2008 o durante la pandemia, la coordinación de acciones es fundamental para monitorear la liquidez y la estabilidad financiera de la región. Esta cooperación es fascinante porque, aunque Banxico no puede dictar la política de la Fed, sí puede, a través de la comunicación y el entendimiento, influir en la percepción de la Fed sobre la salud económica de México, lo que indirectamente podría matizar sus decisiones o generar un trato más comprensivo en situaciones de tensión. Es un reconocimiento pragmático de que, a pesar de las diferencias de tamaño y poder, sus destinos están entrelazados.
Ahora bien, para que México goce de estabilidad y crecimiento, Banxico a menudo debe demostrar una disciplina que implica, en la práctica, seguir los pasos de la Fed, sacrificando así una parte de su autonomía teórica. Sin embargo, al mismo tiempo, el verdadero futuro de México pasa por su capacidad de diversificar su economía y desarrollar fortalezas internas, reduciendo progresivamente su vulnerabilidad a los vaivenes externos. Es un tira y afloja constante, una tensión inherente en la relación entre un gigante y su vecino, donde la independencia no es una concesión, sino una lucha que se negocia día a día en el complejo tablero global.
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