La inflación se ha convertido en una preocupación central para las economías globales. En España, el aumento sostenido de los precios ha afectado la vida diaria de ciudadanos y empresas, erosionando el poder adquisitivo y creando un clima de incertidumbre económica. Ante este desafío, el gobierno ha implementado diversas medidas con el objetivo de contener la escalada de precios. 

La cuestión clave es si estas políticas han sido realmente efectivas y, más allá de eso, cuál es el papel y la influencia de las instituciones clave en esta lucha, como el Banco de España y el Banco Central Europeo (BCE), en comparación con el propio gobierno.

La inflación es un fenómeno complejo, influenciado por una multiplicidad de factores, desde la interrupción de las cadenas de suministro globales hasta el aumento de los costos de la energía. En este contexto, la respuesta de las autoridades se ha centrado en dos frentes principales: las políticas fiscales, a cargo del gobierno, y las políticas monetarias, gestionadas por los bancos centrales. 

En España, el gobierno ha optado por un enfoque que combina ayudas directas, reducciones de impuestos y límites de precios en sectores específicos. Por ejemplo, se han implementado bonificaciones al transporte público, rebajas en el impuesto sobre el valor añadido de ciertos alimentos básicos y subsidios a la electricidad para hogares vulnerables. La lógica detrás de estas medidas es aliviar la presión sobre los bolsillos de los ciudadanos, mitigar el impacto directo del aumento de precios y, en teoría, desacelerar la tasa de inflación.

No obstante, la capacidad del gobierno español para influir en la inflación es significativa, pero no omnipotente. Sus herramientas son fundamentalmente fiscales y se orientan a redistribuir la riqueza, incentivar el consumo o, en este caso, frenar los costos de vida. Las medidas fiscales pueden tener un efecto rápido y visible, pero a menudo son temporales y no atacan la raíz del problema de la inflación, que es el desequilibrio entre la oferta y la demanda de dinero y bienes en la economía. La eficacia de estas políticas es un tema de debate. Mientras que algunos argumentan que han evitado un deterioro aún mayor en el bienestar de las familias, otros señalan que su coste fiscal es elevado y que pueden generar distorsiones en el mercado a largo plazo. Además, su efecto en la inflación general es limitado, ya que la política monetaria, la principal arma contra el aumento de precios, está fuera de su control directo.

Aquí es donde entra en juego la compleja relación entre el Banco de España y el Banco Central Europeo. En el marco de la eurozona, la política monetaria, es decir, la gestión de los tipos de interés y la oferta de dinero, es responsabilidad exclusiva del BCE. El Banco de España, si bien es una institución de gran prestigio y un pilar fundamental del sistema financiero español, actúa como el brazo ejecutor de las decisiones del BCE en el territorio nacional. Su principal función es velar por la estabilidad financiera del país, supervisar el sistema bancario y contribuir a la formulación de la política monetaria a través de la participación de su gobernador en el Consejo de Gobierno del BCE. Sin embargo, no puede tomar decisiones unilaterales sobre los tipos de interés o la cantidad de dinero en circulación. Su influencia es, por lo tanto, indirecta y consultiva, no de ejecución independiente.

La responsabilidad del BCE es la de mantener la estabilidad de precios en el conjunto de la eurozona. Para ello, ha estado subiendo los tipos de interés de forma agresiva. El objetivo de esta medida es enfriar la economía, encareciendo el crédito y desincentivando el gasto y la inversión. Al reducir la demanda, se espera que la presión sobre los precios disminuya y que la inflación regrese a su objetivo a largo plazo, cerca del dos por ciento. Esta política, aunque necesaria, tiene un efecto secundario: frena el crecimiento económico y puede dificultar la capacidad de los gobiernos para financiar su deuda. En este escenario, el gobierno español y el Banco de España se encuentran en una situación delicada. El gobierno busca mitigar los efectos de la inflación a través de políticas fiscales, mientras que el BCE implementa una política monetaria restrictiva que, aunque es la herramienta principal para combatir la inflación, puede contradecir los esfuerzos de los gobiernos por estimular la economía.

La coordinación entre estas dos esferas de poder, la fiscal y la monetaria, es crucial. La pregunta es si la colaboración ha sido un éxito, un fracaso, o una mezcla de ambos. La evidencia sugiere que ha sido una combinación de los dos. Las políticas del gobierno han logrado mitigar el impacto inmediato en los hogares, pero no han resuelto el problema de fondo. La política del BCE, por su parte, está comenzando a surtir efecto, pero a un ritmo que algunos consideran lento y con el riesgo de provocar una desaceleración económica significativa. La labor conjunta ha sido un ejercicio de equilibrio. El gobierno ha ofrecido un colchón para la ciudadanía, mientras que el banco central ha trabajado para restaurar la estabilidad a largo plazo.

El resultado de esta compleja dinámica ha sido un descenso gradual de la inflación en los últimos meses. Sin embargo, persisten las dudas sobre la sostenibilidad de este descenso y si las medidas tomadas han sido suficientes. Las críticas apuntan a que las políticas del gobierno, en su afán por proteger a los más vulnerables, han podido haber sido demasiado generosas, contribuyendo a mantener una demanda alta que a su vez ejerce presión sobre los precios. Por otro lado, la política del BCE, aunque necesaria, ha sido criticada por su impacto en la capacidad de las familias y empresas para afrontar sus deudas, en un contexto de tipos de interés al alza.

En este complejo escenario, la lucha contra la inflación no puede ser vista como una tarea que recae únicamente sobre los hombros de una institución o gobierno. Es una batalla global y multifacética en la que los distintos actores tienen roles definidos. El gobierno español, con sus herramientas fiscales, tiene la capacidad de ofrecer un alivio directo y temporal a la ciudadanía. El Banco de España, como parte del Eurosistema, contribuye a la estabilidad financiera y a la toma de decisiones monetarias del BCE. Y el BCE, con su mandato de estabilidad de precios, es el actor principal en la lucha contra la inflación a nivel macroeconómico. El éxito o fracaso de estas medidas depende de la capacidad de todos los actores para sincronizar sus esfuerzos, reconociendo sus propias limitaciones y respetando el papel de los demás.

A pesar de que el discurso común atribuye la responsabilidad de la inflación principalmente a las acciones gubernamentales y a los bancos centrales, es necesario considerar que el verdadero catalizador del aumento de precios puede no ser una falla de las políticas, sino un fenómeno global y estructural. El envejecimiento de la población y el cambio climático, por ejemplo, pueden estar ejerciendo una presión ascendente sobre los costos de los bienes y servicios de manera sostenida. Esto sugiere que las respuestas a corto plazo, ya sean fiscales o monetarias, no serán suficientes para resolver el problema de fondo y que la inflación, en cierto modo, es una consecuencia inevitable de las transformaciones profundas en la economía global.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.