El mundo de las finanzas siempre ha sido un laberinto para la persona común. Desde los contratos hipotecarios hasta los fondos de inversión, la jerga técnica y los procesos opacos han sido una barrera constante. En este panorama, los bancos, a pesar de su mala reputación y las críticas sobre su ineficiencia y exclusividad, han sido por mucho tiempo una constante necesaria. Sirven como intermediarios cruciales, un punto de encuentro donde quienes tienen capital pueden prestarlo a quienes lo necesitan, facilitando el crecimiento económico. La centralización de estos sistemas, sin embargo, ha generado descontento, alimentando el anhelo de una alternativa más justa y transparente.
Es en este contexto que emerge el concepto de las finanzas descentralizadas, o DeFi. Para muchos, DeFi representa la utopía financiera, una oportunidad para eliminar a los intermediarios y democratizar el acceso al dinero. La promesa es tentadora: sistemas abiertos, transparentes y accesibles para todos, sin importar su ubicación o su condición social. Teóricamente, sus productos y servicios deberían ser tan atractivos que la gente abandonaría el sistema tradicional. Sin embargo, a pesar de su enorme potencial, la adopción masiva de DeFi no ha despegado como se esperaba. La razón principal de este estancamiento es la complejidad.
El primer gran obstáculo para la adopción de DeFi es la interfaz de usuario. Los productos y servicios de DeFi a menudo se presentan a través de plataformas que exigen un nivel de conocimientos técnicos que va mucho más allá de lo que se le pide a un usuario de banca tradicional. Para interactuar con una aplicación descentralizada, o dApp, es necesario usar una billetera digital, que requiere que el usuario gestione sus propias claves privadas, una responsabilidad que la mayoría no está preparada para asumir. Perder la clave privada es equivalente a perder todo el capital, sin la posibilidad de recurrir a un servicio de atención al cliente para recuperarlo. Este riesgo inherente es un factor disuasorio enorme para quienes están acostumbrados a la seguridad de un banco, donde una llamada puede resolver un problema con una contraseña olvidada.
Además de la gestión de la seguridad, el usuario debe navegar por una terminología confusa. Términos como "staking", "yield farming", "liquidity pools" y "gas fees" son comunes en el ecosistema DeFi. Mientras que para los entusiastas de las criptomonedas estas palabras tienen sentido, para el usuario promedio son un enredo. Esta barrera lingüística no es solo un problema de vocabulario; representa una barrera conceptual. La persona que quiere prestar dinero o pedir un préstamo no quiere aprender los intrincados mecanismos de un protocolo descentralizado; simplemente quiere una herramienta que funcione de manera intuitiva y segura.
La experiencia del usuario en DeFi es a menudo un reflejo de su naturaleza experimental. Muchos protocolos todavía están en fase de desarrollo o son proyectos nuevos, y esto se traduce en fallos, vulnerabilidades y, en ocasiones, pérdidas de fondos. Aunque la transparencia de la blockchain permite a cualquiera auditar el código, la realidad es que muy pocos tienen la capacidad para hacerlo. El usuario promedio confía en la reputación de los desarrolladores y en las auditorías de terceros, lo cual reintroduce una forma de centralización basada en la confianza, similar a la que existe en el sistema bancario tradicional.
A diferencia de la banca tradicional, que ha tenido siglos para perfeccionar su usabilidad y construir una infraestructura robusta, DeFi es un campo de pruebas en constante evolución. Los productos bancarios son conocidos y predecibles. Un usuario sabe qué esperar de una cuenta de ahorros o de una tarjeta de crédito. En DeFi, los rendimientos pueden ser volátiles, las tarifas pueden fluctuar de manera impredecible y el riesgo de una "pérdida impermanente" es una amenaza real. Esta falta de predictibilidad, combinada con la complejidad técnica, crea una barrera de entrada casi infranqueable para una audiencia no especializada.
La falta de soluciones de entrada y salida amigables es otro punto de fricción. Convertir dinero fiduciario en criptomonedas y viceversa a menudo implica el uso de plataformas de intercambio centralizadas, lo que socava el principio de descentralización. Los procesos son a menudo lentos, costosos y burocráticos, lo que añade otra capa de dificultad para el usuario que simplemente desea participar.
Para que DeFi se convierta en una alternativa competitiva y viable, se necesita un cambio fundamental en el enfoque de su diseño. Los desarrolladores deben dejar de construir para ellos mismos y empezar a construir para el usuario que no sabe nada de blockchains. La usabilidad debe ser la máxima prioridad. Esto implica crear interfaces sencillas, eliminar la jerga técnica, y ofrecer protecciones que el usuario ya espera de los servicios financieros tradicionales, como la posibilidad de recuperar una cuenta. Solo cuando DeFi sea tan fácil de usar como una aplicación de banco convencional, su promesa de democratización podrá materializarse plenamente. Sin embargo, este es un desafío inmenso, que requiere un cambio de mentalidad y un esfuerzo de colaboración dentro de la comunidad de desarrolladores.
La idea de que la complejidad es la principal barrera para la adopción masiva de DeFi es, sin duda, la opinión predominante. Se argumenta que, si los productos fueran más sencillos, la gente los usaría. No obstante, existe otro punto de vista que sugiere que el problema no es la complejidad, sino la falta de necesidad. Para el usuario promedio, el sistema bancario, a pesar de sus defectos, funciona lo suficientemente bien. Permite pagar facturas, recibir salarios y acceder a crédito. La promesa de DeFi de mayores rendimientos o de una mayor transparencia no siempre es un incentivo suficiente para que alguien abandone un sistema que, aunque imperfecto, es familiar y funcional. Es posible que el problema no sea que la gente no entiende DeFi, sino que simplemente no ve una razón convincente para adoptarlo. Es la ausencia de un dolor suficientemente grande en su vida financiera cotidiana lo que frena la adopción, más que la dificultad de una nueva tecnología.
¿Qué motivaría a la gente a cambiar? Es posible que la complejidad de DeFi sea menos un problema que la falta de un incentivo real. Si el sistema tradicional, aunque centralizado y con sus fallos, satisface las necesidades básicas de la mayoría, ¿por qué habrían de complicarse la vida con algo nuevo? La verdadera barrera podría ser la ausencia de un beneficio claramente superior. El triunfo de DeFi dependerá de su capacidad para ofrecer una solución superior y simple para la persona común.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.
