Últimamente, la conversación sobre la "crisis de confianza" en los bancos mexicanos es recurrente, y no se trata, al menos de momento, de una profecía apocalíptica sobre una quiebra masiva. Más bien, es una erosión en la percepción que tienen tanto el público general como el mercado sobre la solidez, transparencia y fiabilidad del sistema bancario nacional. Esta preocupación, a veces focalizada en un incidente, puede desencadenar efectos dominó si no se atiende con la seriedad que merece. Entender de dónde viene esta inquietud es el primer paso para abordarla.

Después de la privatización de 1992, el sector quedó en manos de un puñado de instituciones, muchas de ellas con capital extranjero. Esta alta concentración, combinada con comisiones y tarifas que a menudo se perciben como excesivas y entre las más altas del mundo, ha generado la sensación de una competencia limitada y un trato que no siempre favorece al usuario promedio. El resultado es que, para una parte significativa de la población, acceder a servicios bancarios formales puede ser costoso o poco atractivo, lo que paradójicamente perpetúa el uso de métodos de ahorro informales, que, aunque riesgosos, son un reflejo directo de la falta de fe en el sistema establecido.

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En los últimos tiempos, hemos visto cómo algunas instituciones financieras en México se han visto envueltas en acusaciones o investigaciones, especialmente desde Estados Unidos, relacionadas con presuntos delitos como el lavado de dinero. Si bien estas acusaciones suelen dirigirse a bancos específicos y las autoridades mexicanas actúan con prontitud para intervenir temporalmente si es necesario, la sola mención de nombres de bancos en estos contextos genera una ola de preocupación. Las redes sociales, en este escenario, funcionan como un termómetro inmediato y un amplificador masivo. Un tuit, un comentario en Facebook, pueden desatar una cascada de comentarios negativos y alimentar una desconfianza generalizada. El juicio más severo para estas instituciones no es solo el legal, sino el que se fragua en la mente de sus clientes, donde una simple duda puede ser el detonante para que decidan cerrar una cuenta o simplemente no abrirla.

No podemos olvidar los factores macroeconómicos y la percepción del riesgo país. Aunque el sistema bancario mexicano goza de buena salud en términos de capitalización y liquidez —algo que calificadoras como S&P o Fitch suelen destacar—, la desaceleración económica, las tensiones comerciales o la incertidumbre sobre las políticas públicas pueden crear un ambiente donde la demanda de crédito se debilita y la preocupación por la calidad de los activos bancarios aumenta. Incluso si las autoridades financieras aseguran que los bancos están bien preparados para afrontar entornos difíciles, la existencia de estos riesgos, aunque mitigables, contribuye a una percepción de mayor vulnerabilidad.

Finalmente, la transparencia y una comunicación efectiva son vitales. En un mundo hiperconectado, donde la información (y la desinformación) viaja a la velocidad de un clic, la falta de claridad o la percepción de que los problemas se ocultan pueden erosionar la confianza a pasos agigantados. La capacidad de las instituciones y las autoridades para comunicar de manera proactiva y efectiva es fundamental para mantener la calma y la credibilidad.

La confianza es, sin exagerar, la piedra angular de cualquier sistema financiero. Sin ella, los depositantes retirarían su dinero en masa, los inversores dejarían de prestar y el motor de la economía simplemente se detendría. Es por eso que las autoridades mexicanas están en constante vigilancia, implementando marcos regulatorios robustos –como las regulaciones KYC para la prevención del lavado de dinero– y mecanismos de protección al ahorro para salvaguardar esta confianza.

Ahora bien, ¿cómo se recupera y se fortalece esa confianza? La banca tiene un camino claro, aunque no sencillo. Primero, la transparencia y la comunicación clara son esenciales. Esto va más allá de entregar reportes financieros; implica explicar en un lenguaje sencillo cómo funcionan los bancos, cómo protegen los ahorros y cómo contribuyen a la economía real, alejándose de la jerga financiera que a menudo genera distancia y sospecha.

Segundo, la ética y la responsabilidad corporativa deben ser el pilar. Esto significa ir más allá de cumplir con la regulación mínima. Implementar políticas de tolerancia cero a la corrupción y el lavado de dinero, fortalecer los controles internos y asegurar que directivos y empleados actúen con integridad, es crucial. Las instituciones deben demostrar con hechos que los intereses de sus clientes están por encima de los beneficios a corto plazo.

Tercero, mejorar la experiencia del cliente es vital. Esto no se limita a la atención en sucursales, sino a una digitalización segura y sencilla, la personalización de los servicios y una resolución eficiente de problemas. Un cliente que se siente valorado, escuchado y que puede acceder a sus servicios sin fricciones, es un cliente que confía.

Finalmente, la colaboración con las autoridades regulatorias es esencial. Un marco regulatorio fuerte y una supervisión activa, pero también un diálogo constante entre bancos y reguladores, pueden asegurar que el sistema se adapte a los nuevos riesgos y mantenga su estabilidad.

Decir que el sistema bancario mexicano enfrenta una "crisis de confianza" es una afirmación que debe matizarse para mantener el equilibrio. Si bien existen focos de preocupación legítimos y una vigilancia constante por parte de los mercados y las agencias calificadoras, así como situaciones puntuales que generan ruido y escrutinio público, el sistema bancario mexicano en su conjunto ha demostrado una resiliencia considerable. Las amargas experiencias de crisis pasadas, lejos de hundirlo, han servido para fortalecer las regulaciones y aumentar la supervisión de manera significativa.

No estamos hablando, por tanto, necesariamente de una crisis de solvencia generalizada, como las que sacudieron al país en otras décadas. Más bien, se trata de una crisis de percepción o, si se quiere, reputacional en ciertos segmentos, magnificada exponencialmente por el ecosistema digital y por la natural sensibilidad del público a cualquier noticia que involucre la estabilidad de sus ahorros. El verdadero desafío para los bancos y las autoridades reside en restablecer y fortalecer esa confianza, no solo con cifras macroeconómicas y reportes de solidez que a menudo resultan abstractos para el ciudadano común, sino con acciones concretas que demuestren transparencia, responsabilidad y un compromiso genuino y palpable con los usuarios y la legalidad. Al final del día, como en cualquier relación de confianza humana, la reputación se construye lentamente, con esfuerzo y consistencia, pero puede perderse en un instante ante la menor duda o el más mínimo desliz.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.