En las últimas décadas, la narrativa económica global ha estado dominada por la hegemonía indiscutible del dólar estadounidense y la influencia de las potencias occidentales. Sin embargo, en el horizonte de este orden establecido, se ha alzado una fuerza emergente: el grupo BRICS. 

Este bloque, inicialmente compuesto por Brasil, Rusia, India y China, y más tarde por la incorporación de Sudáfrica, se ha convertido en un actor clave que está reconfigurando las dinámicas de poder en el tablero geopolítico y financiero. La pregunta que muchos se plantean es si este ascenso es una fuerza imparable o si, por el contrario, enfrenta obstáculos inherentes a su propia naturaleza.

El concepto del grupo BRICS, acuñado por un economista, nació como una descripción de economías con un potencial de crecimiento significativo. Con el tiempo, evolucionó de ser un mero acrónimo a una plataforma de cooperación formal que busca coordinar políticas económicas y, en muchos casos, ofrecer una alternativa a las instituciones financieras tradicionales dominadas por Occidente. Un hito en esta dirección fue la creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) y el Acuerdo de Reserva de Contingencia (ARC), mecanismos que buscan proporcionar una red de seguridad financiera y financiar proyectos de infraestructura en sus países miembros, sin la necesidad de recurrir a entidades como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.

El poder de los BRICS reside en su vasta geografía, su gran población y su creciente contribución a la producción económica global. En conjunto, representan una porción significativa de la población mundial y una parte considerable de la economía global. Este peso demográfico y económico les otorga una voz más fuerte en el escenario internacional, permitiéndoles abogar por un sistema global más equitativo y menos dependiente de un solo polo de poder. La expansión reciente del grupo, con la inclusión de nuevos miembros, refleja un interés creciente de otras naciones del sur global en unirse a esta alianza, lo que podría aumentar aún más su influencia.

Uno de los objetivos más ambiciosos y disruptivos del grupo es el desafío a la supremacía del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial y principal medio de intercambio en el comercio internacional. La dependencia del dólar ha sido vista por muchos como una vulnerabilidad, ya que la política monetaria de Estados Unidos puede tener repercusiones en todo el mundo. Los BRICS han estado explorando alternativas, como el uso de sus propias monedas en el comercio bilateral, lo que podría reducir la dependencia del dólar y mitigar los riesgos asociados a su volatilidad. Este movimiento, si gana tracción, podría transformar radicalmente la arquitectura financiera global, marcando el fin de una era de dominio absoluto del dólar.

Sin embargo, el camino de los BRICS no está exento de desafíos y tensiones internas. La diversidad de sus miembros, con sistemas políticos, económicos y culturales muy diferentes, a veces genera fricciones. Mientras China y Rusia a menudo comparten una visión de confrontación con Occidente, Brasil, India y Sudáfrica han mantenido relaciones más pragmáticas y, en ocasiones, de cooperación con las potencias occidentales. Esta falta de una visión geopolítica unificada podría ser un freno para una coordinación más profunda y efectiva. La competencia económica entre sus miembros, especialmente entre potencias como India y China, también puede ser un factor de división.

El ascenso de los BRICS, visto desde una perspectiva, podría ser un catalizador para un mundo más equilibrado y multipolar. Un mundo con múltiples centros de poder podría fomentar una mayor competencia y, potencialmente, una mayor innovación y prosperidad. 

Sin embargo, un mundo multipolar también puede ser un mundo más fragmentado y dividido. Las tensiones geopolíticas podrían intensificarse, con cada bloque compitiendo por influencia y recursos. En lugar de un progreso unificado, el mundo podría enfrentar un escenario de desaceleración económica y desarrollo desigual, donde la prosperidad se ve amenazada por el conflicto y la desconfianza. La paz y la cooperación son cimientos esenciales para el crecimiento y el bienestar. Una actitud exageradamente anti-estadounidense podría ser contraproducente y, en última instancia, perjudicar la misma estabilidad que el grupo busca promover. Un mundo más equilibrado es ideal, pero un mundo enfrentado no es la solución.

A pesar de la narrativa de unidad y el potencial de los BRICS para reconfigurar el orden mundial, una de las mayores fortalezas del grupo es también su mayor debilidad: su heterogeneidad. La vasta diversidad de sus miembros, lejos de ser un factor unificador, podría ser un motor de inestabilidad interna que limite su verdadero potencial. La India, por ejemplo, tiene fuertes lazos históricos y democráticos con Occidente, lo que la sitúa en una posición incómoda frente a la visión de Rusia y China. 

Por su parte, la economía de China es tan dominante dentro del bloque que podría generar una dependencia de facto de los otros miembros, contradiciendo el espíritu de igualdad y multipolaridad que el grupo predica. Los BRICS, en su búsqueda de un mundo más equitativo, podrían inadvertidamente recrear una nueva jerarquía de poder, pero esta vez con un nuevo liderazgo.

Lo que el mundo realmente necesita no es la caída de un poder, sino el ascenso de la prosperidad global. El objetivo no debería ser debilitar a Estados Unidos por resentimiento, sino construir un sistema más justo donde más naciones puedan prosperar. El ascenso de los BRICS podría ser positivo si fomenta una competencia sana que eleve el estándar de vida para todos, promoviendo el comercio equitativo y la inversión en desarrollo. La verdadera meta es crear un mundo más próspero y menos dependiente, donde la cooperación supere la confrontación. La búsqueda de un equilibrio de poder debe basarse en la aspiración de un futuro compartido, no en el deseo de ver a otros fracasar. La paz y la colaboración son los verdaderos pilares de la riqueza y el progreso.

Lo verdaderamente crucial no es el fin de una hegemonía, sino la oportunidad de construir un mundo más equitativo. El ascenso de los BRICS, si se enfoca en la cooperación y el desarrollo, puede ser un catalizador para la prosperidad global, no un mero intento de debilitar a otros. Un futuro compartido y próspero requiere paz y trabajo conjunto, no la fragmentación de la que tanto se habla.

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