La pandemia del coronavirus ha dejado de ser un asunto meramente de salud pública para convertirse en una preocupante crisis económica. El planeta está prácticamente paralizado. Porque estamos en una guerra sin cuartel en contra de un virus del demonio que ha llegado en el peor momento. Sentimos vientos de recesión con serias amenazas de transformarse en una depresión. Si seguimos las recomendaciones de las autoridades de la salud, tarde o temprano lograremos frenar con éxito la propagación de la enfermedad. Sin embargo, nuestra preciada salud tendrá un gran costo. El colapso económico. Los mercados se han ido en picada. Y el pánico se ha esparcido por todos lados. Pérdidas, despidos, deudas. Una verdadera pesadilla. El Banco Central Europeo y La Reserva Federal de los Estados Unidos han anunciado sus planes. Los Gobiernos, sus medidas y las ayudas. Pero el mundo no reacciona. Todos estamos en shock. 

La pandemia sigue hundiendo a los mercados pese a los grandes anuncios sobre estímulos y planes de rescate. El meollo es que la producción se paró debido a la cuarentena. Mientras todos tengamos las manos atadas, no hay estímulo que valga. Todavía no sabemos la duración de esto. Muchos temen que lo peor aún no ha pasado. De hecho, esta situación podría durar meses. Además, aún está por verse el daño real de esta parálisis. La preocupación de los mercados no es para nada irracional. Está perfectamente justificada. Esta crisis es muy particular. Y los líderes del mundo esta vez no están exagerando cuando dicen que este es un desafío que no veíamos desde la Segunda Guerra Mundial. Incluso Wall Street están pensando en cerrar sus puertas para evitar un desangre total en caso de más caídas. Eso nos podría estar indicando lo incontrolable del pánico actual. 

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Las crisis por lo general comienzan en el sector financiero. Los excesos de los periodos de bonanza por lo general son las causas de las crisis. Esto es algo que llamamos ciclos. Y los consideramos normales, porque, bueno, es una costumbre ampliamente aceptada que la sociedad comete muchos excesos cuando tiene mucho dinero. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de excesos? Hablemos de principalmente de deudas para el consumo. En otras palabras, la gente gasta lo que no tiene en juegos y golosinas hipotecando así el futuro. El problema es que el futuro eventualmente llega y nos cobra con intereses. Eso nos obliga a ajustarnos el cinturón y esto es lo que llamamos una crisis. O para utilizar un término más técnico. Recesión. Y en caso de que la recesión se prolongue sería una depresión. Durante una crisis bajan los ingresos porque los gastos bajan. Un verdadero problema. 

Los gastos bajan debido a las deudas acumuladas. Estamos produciendo, pero gran parte de nuestros ingresos no se van en consumos sino en pagar nuestras viejas deudas. Eso crea una situación económica complicada porque esa nueva austeridad no es muy buena para el crecimiento económico. Debemos recordar que nuestros gastos son los ingresos del otro. Y esto quiere decir que si disminuimos nuestros gastos estamos perjudicando económicamente a otros. Este decrecimiento generalmente significa desempleo. Y todo se convierte en una bola de nieve que se vuelve más grande en cada vuelta. Porque con todos estos recortes y tanto desempleo el gasto disminuye y el consumo baja haciendo todo peor. Lo que en realidad genera ciclos es la deuda. Y curiosamente eso casi nadie lo entiende. Las personas olvidan que las deudas algún día hay que pagarlas. Si bien es cierto que incrementan nuestra capacidad de consumo en un principio, después disminuyen esa capacidad por el simple hecho de que debemos pagarla. 

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He ahí el pequeño gran detalle. El crédito aumenta nuestra capacidad de gasto. Y esa capacidad aumenta los precios de las cosas. El valor de los colaterales se va al cielo y los ingresos se disparan. Y esto aumenta nuestra habilidad de pedir más crédito. Y así se va formando una burbuja que estalla en una crisis. Durante una crisis, todo se invierte. Los precios, los ingresos y los gastos bajan. Y eso desalienta la producción. Sin embargo, con el tiempo, la austeridad nos da disciplina y logramos crecer. Las deudas disminuyen y la producción vuelve a aumentar. Y tarde o temprano, salimos de la crisis para entrar en un nuevo ciclo alcista. Lamentablemente, las lecciones que aprendimos se nos olvidan demasiado pronto. Como por arte de magia, en un instante nos volvemos codiciosos otra vez y volvemos a caer en los excesos gracias a nuestra mal memoria. 

Claro que siempre hablamos de la deuda. Pero, ¿a quién le debemos tanto? Bueno, a nosotros mismos. El crédito es dos cosas a la vez. En los libros, se registra dos veces. Es un pasivo para el deudor y un activo para el prestamista. Los grandes prestamistas son los bancos, y todo el que compre bonos corporativos y gubernamentales. Cuando decimos que hay una enorme deuda, en realidad queremos decir que tenemos un descalabro en nuestros propios libros. Porque nos debemos a nosotros mismos. Y esto es relevante porque podemos engañar a los libros, pero es mucho más difícil engañar a la economía real. Es decir, podemos escribir en esos libros cualquier cosa, pero no es lo mismo que salir al mercado y buscar los productos que necesitamos. Los alimentos no brotan mágicamente de nuestros libros. Cuando hablamos de economía real normalmente nos referimos a la producción de bienes y servicios que por lo general crecen lineal y paulatinamente. 

La producción es un proceso mucho más orgánico que todo este asunto de la deuda, el dinero y los precios. La producción es trabajo, tiempo, tecnología y recursos naturales. Es una máquina que se mueve con más lentitud que los mercados financieros. Y los Gobiernos y los bancos no tienen tanta influencia. La producción es la suma de muchas cosas. Y crece a su propio ritmo. Toda influencia que algún ente puede tener sobre la producción casi siempre es indirecta. Siempre es una especie de experimento. Se hace algo y se espera a ver el resultado. A veces la economía reacciona y a veces no. Es por eso que los mercados no están reaccionando a los estímulos. El coronavirus ha paralizado la economía real. Pueden llevar los intereses a cero, pero nadie pedirá préstamos bajo estas condiciones. Pueden inyectar millones de dólares, pero nadie está gastando porque el mundo se paralizó. 

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Es más, si la economía real no se reactiva pronto estos estímulos podrían ser sumamente dañinos porque tanta liquidez podría causar inflación y el agotamiento de los inventarios. Lo que quiere decir que hasta que no se levante la cuarentena no sabremos a ciencia cierta a lo que nos estamos enfrentando. Los mercados están cayendo, pero tendremos días peores que otros. De vez en cuando veremos rebotes. Porque nunca falta los optimistas que compran pensando que esto es pasajero. Lo vemos en la Bolsa y lo vemos en Bitcoin. La situación es complicada, pero tampoco es el fin del mundo. Los mercados no están reaccionando a los estímulos porque todavía es muy prematuro para reaccionar. Sin embargo, esto no quiere decir de nunca reaccionarán o que no encontrarán un soporte. Las cosas pueden bajar mucho. Pero no todo está perdido. El mundo sigue girando y esto no deja de ser una coyuntura temporal. 

El coronavirus obviamente ha tenido sus efectos sobre Bitcoin. Eso por supuesto no quiere decir que es el fin de todo. Las cosas pueden cambiar en cualquier momento y todavía es muy prematuro para ponerse a desarrollar teorías. Al igual que otros mercados hemos caído muy duro. Pero no sin dar la pelea. Encontramos un soporte. Claro que no sabemos por cuánto tiempo. Todo depende de cómo evolucionen las cosas. Pero por muy malas que estas puedan llegar a ser, igualmente encontraremos un soporte. Y nos volveremos a levantar. Bitcoin favorece a los pacientes.