El Fondo Monetario Internacional (FMI), una de las brújulas más influyentes de la economía global, ha ajustado su discurso. El término "recalibración" ha emergido como la nueva consigna en sus informes y declaraciones, sugiriendo un giro desde una perspectiva cautelosa y en ocasiones sombría, hacia una visión más alentadora del futuro económico. Este cambio, aparentemente sutil en la jerga, encierra un debate fundamental: ¿Estamos ante un optimismo genuino, respaldado por una economía que ha demostrado una resiliencia inesperada, o es una postura forzada, un intento de calmar los mercados y las ansiedades globales frente a una serie de desafíos persistentes?

La narrativa oficial del FMI se basa en una serie de observaciones. La economía mundial, contra todo pronóstico, ha evitado una recesión generalizada. Los mercados laborales en muchas de las economías más grandes han resistido la tormenta, manteniendo tasas de empleo saludables a pesar de la subida de los tipos de interés. Se observa una aparente desaceleración de la inflación, que aunque sigue siendo alta en muchas partes del mundo, parece haber tocado techo. Esta "recalibración" se presenta como una respuesta lógica a estos signos de estabilización, un reconocimiento de que las políticas monetarias y fiscales han logrado, en gran medida, mitigar los peores efectos de la pandemia y los conflictos geopolíticos. El mensaje subyacente es que la economía global ha demostrado una capacidad de adaptación notable, y que el camino hacia una recuperación más sólida, aunque lento y desigual, está en marcha.

Sin embargo, no se puede pasar por alto la crítica que esta perspectiva ha suscitado. Los escépticos señalan que el FMI, como institución, tiene una función dual: no solo debe analizar la economía, sino también gestionar las expectativas globales. Un pesimismo excesivo podría desencadenar un pánico en los mercados, lo que a su vez podría convertirse en una profecía autocumplida. 

La pregunta es si este "optimismo" es una herramienta de gestión o una conclusión genuina. Analistas y economistas fuera de las instituciones oficiales advierten que el FMI podría estar subestimando riesgos significativos que persisten bajo la superficie. La inflación, aunque ha disminuido su ritmo, sigue siendo una amenaza para el poder adquisitivo y la estabilidad. Las tensiones geopolíticas y la fragmentación económica global son fuerzas disruptivas con un potencial de impacto a largo plazo que no se pueden descartar fácilmente. La crisis energética, aunque ha perdido algo de su intensidad mediática, sigue siendo una preocupación fundamental para Europa y otras regiones. La desaceleración económica en China, una de las locomotoras del crecimiento mundial, plantea serias dudas sobre la fortaleza de la demanda global.

Esta recalibración también debe ser analizada desde la perspectiva de la realidad emergente. La economía global, si bien enfrenta vientos en contra, no está exenta de impulsos positivos. La inversión en tecnologías verdes y la transición energética están impulsando nuevos sectores de crecimiento. La innovación tecnológica, acelerada por la pandemia, ha creado nuevas eficiencias y oportunidades. La resiliencia del sector de servicios y la recuperación del turismo demuestran una capacidad de recuperación en áreas clave. Estos factores sugieren que, más allá de la retórica, hay una base real para un optimismo cauteloso. Es posible que el FMI esté simplemente reconociendo que el pesimismo extremo que prevaleció durante los últimos años ya no se corresponde con la realidad en la que algunas economías están, de hecho, encontrando nuevos motores de crecimiento.

Para los países en desarrollo, esta recalibración del FMI es particularmente compleja. Aunque el mensaje general es de una mejora, la realidad en el terreno puede ser muy diferente. Para muchos de estos países, el aumento de las tasas de interés globales y la fortaleza del dólar han exacerbado la carga de la deuda, dificultando el servicio de sus obligaciones. La inflación, impulsada por los precios de los alimentos y la energía, ha golpeado con más fuerza a las poblaciones vulnerables. 

El acceso a la financiación internacional sigue siendo un desafío, y la inversión extranjera directa, aunque se ha recuperado en algunos lugares, no fluye de manera uniforme. El optimismo global del FMI podría ser percibido como un mensaje que no resuena con las dificultades diarias que enfrentan estas economías. La recuperación, si bien es una realidad para las naciones más fuertes, parece ser una experiencia profundamente desigual, lo que aumenta las brechas entre el norte y el sur global.

El debate entre el "optimismo forzado" y la "realidad emergente" no tiene una respuesta única. Ambas perspectivas capturan una parte de la verdad. El FMI se ve obligado a navegar en este delicado equilibrio, y su recalibración puede ser tanto una señal de una mejora genuina como un intento pragmático de infundir confianza en un mundo volátil. Sin embargo, para encontrar un punto de equilibrio analítico y evitar caer en el pesimismo o el optimismo ciegos, es útil considerar algo: ¿qué pasaría si la recalibración del FMI no fuera ni optimismo forzado ni una realidad emergente, sino el síntoma de un cambio más profundo en la naturaleza de la incertidumbre económica?

Tradicionalmente, la economía global se enfrentaba a grandes crisis discretas y localizadas. La pandemia y la guerra, sin embargo, han demostrado que los choques contemporáneos son más generalizados, complejos y entrelazados. La recalibración del FMI podría no ser un pronóstico sobre la solidez de la recuperación, sino un reconocimiento de que el sistema económico global ha desarrollado, por necesidad, una resiliencia intrínseca a los choques múltiples. Esto no significa que las economías estén exentas de riesgos, sino que las herramientas de política, las redes de seguridad y la adaptabilidad de las empresas y los consumidores han mejorado. 

En este sentido, la recalibración no sería un juicio de valor, sino una observación empírica de un nuevo estado de cosas: una economía que, aunque plagada de desafíos, ha aprendido a funcionar, a su manera, en un estado de crisis permanente. Este punto de vista nos permite entender que el FMI podría estar simplemente describiendo cómo el barco ha logrado mantenerse a flote, incluso mientras el océano permanece turbulento.

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