Todo comerciante sabe muy bien que algo “raro” está pasando con el tráfico internacional de mercancías. Obviamente, tenemos grandes problemas en las cadenas de producción y distribución a nivel global. Los fabricantes no se dan abasto con los pedidos, los productores de materias primas no están cumpliendo con la demanda, los barcos se están quedando estancados en los puertos, y los contenedores están escanciando. Se podría decir que estamos experimentando una crisis “logística” de la globalización. Con la pandemia, se paró la máquina de golpe. Pero no es lo mismo parar la máquina que encender la máquina. Volver a producir al mismo ritmo que antes no es fácil. La inercia es difícil de vencer. Obviamente, toma un tiempo recuperarse. ¿Qué significa todo esto? Escasez, retrasos e inflación. 

Cuando se habla de una situación de baja producción y alta inflación, se habla de “estanflación”. Las crisis en Latinoamérica, por lo general, son crisis de estanflación. Las crisis en los países desarrollados, sin embargo, suelen ser crisis deflacionarias. Eso explica por qué los latinos siempre asocian las crisis con inflación y los estadounidenses asocian las crisis con deflación. La naturaleza de las respectivas crisis es fundamentalmente distinta. Lo mismo ocurre con la fortaleza de la moneda. Los países desarrollados se preocupan cuando la moneda se fortalece demasiado, porque eso perjudica sus exportaciones. Por otro lado, los latinos, que sufren en carne propia de devaluaciones excesivas, consideran una moneda fuerte siempre como un ideal. Todo es relativo. Todo depende del contexto.  

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La pandemia generó una caída abrupta de la demanda. Eso creó un cuadro deflacionario. Lo que trajo como consecuencia una caída en los ingresos de los negocios que, a su vez, trajo como resultado un incremento significativo del desempleo. Para evitar una crisis deflacionaria más profunda, la Reserva Federal de los Estados Unidos comenzó a inyectar liquidez al sistema para estimular la recuperación de la demanda. Ese proceso se conoce como “reflación”. Supongamos que los precios caen en un 10%. Se requiere un aumento del 20% para volver al punto inicial. Ese 20% no es técnicamente inflación. De hecho, es “reflación”, porque lo que se busca es la estabilidad de los precios. 

Ahora bien, en el principio de la pandemia tuvimos deflación, luego tuvimos reflación, y en este momento ya estamos registrando inflación. Ahora el peligro no es una recesión. De hecho, es un sobrecalentamiento generalizado de la economía. La gran pregunta: ¿Por qué la Reserva Federal no retira liquidez del sistema? Bueno, porque todavía hay mucho desempleo y se necesita una mayor producción. Y la producción se estimula con precios altos. Si yo produzco manzanas y el precio de las manzanas aumenta, seguramente me sentiré motivado a incrementar mi producción. Paradójicamente, este incremento de la producción baja los precios de las manzanas. 

De que se habla cuando Jerome Powell, director de la Reserva, habla de una inflación “temporal”. Bueno, se refiere a que las cadenas de producción y distribución, tarde o temprano, despertarán y volverán a la normalidad. ¿Podrían despertar durante un cuadro deflacionario? Improbable. He ahí la razón por la cual la FED mantiene una política monetaria laxa ante la obvia presencia de una tasa de inflación por encima del objetivo históricamente aceptado. ¿Eso quiere decir que estamos en una crisis de estanflación al estilo latinoaméricano? No. Lo que significa es que estamos en medio de un complejo proceso de recuperación económica. Claro que, si la producción no logra recuperarse, aquí sí se complica la cosa.  

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La crisis logística significa inflación. Si se trata de una situación pasajera, estamos hablando de un mal necesario importante para el proceso de recuperación. Si se convierte en un fenómeno permanente, significa que entraremos en una crisis estanflacionaria. Hay dos factores: El primero es la liquidez circulante y el segundo es una crisis del proceso de globalización. En este caso, la Reserva Federal se vería en la obligación de retirar liquidez, causando un colapso en los mercados globales. 

También se podría presentar otro escenario. Se podría experimentar un sobrecalentamiento económico con el contexto de un crecimiento más lento de lo esperado. En este caso, la Reserva también se vería en la obligación de retirar liquidez del sistema para estabilizar los precios. Por último, tenemos el escenario planeado por la Reserva. Sí, tendremos inflación por encima de los objetivos tradicionales. Pero esta será transitoria. Porque las cadenas de producción y distribución se recuperarán. Eventualmente, el retiro de liquidez sí sería necesario en algún punto, pero eso no significaría necesariamente un colapso de los mercados financieros. El crecimiento económico podría servir de contrapesa. Obviamente, este es el escenario ideal. 

He aquí un detalle importante. Por el momento, no todos están muy convencidos de que el escenario planteado por la Reserva tendrá éxito. Entonces, tenemos mucha volatilidad en los mercados producto a estas incertidumbres. Las preocupaciones en torno a la inflación van y vienen. Cuando la preocupación es alta, los inversores han escogido protegerse invertiendo en activos productivos. Estamos hablando particularmente en lo conocido comúnmente como el sector “valor”. Cuando las preocupaciones desaparecen, los inversores retoman confianza y vuelven a invertir en el sector “crecimiento” (tecnología, etc.) En este caso, Bitcoin y las demás criptomonedas están más vinculadas con Tesla que con Coca-Cola. O sea, Bitcoin es un hijo adoptivo del sector “crecimiento”. 

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Ahora bien, dos elementos claves: La globalización y la tecnología. He aquí los grandes aliados de la productividad. Estos son elementos, en esencia, deflacionarios. Lo que implica que en un mundo global y tecnológico las inyecciones de liquidez son necesarias para garantizar el crecimiento económico. Eso beneficia a los mercados financieros. Por otro lado, el nacionalismo económico y un retroceso tecnológico producen el efecto contrario. En este caso, sí tendríamos estanflación. Es lo que algunos economistas como Nouriel Roubini han denominado: una década perdida. 

Hable de la tecnología y la globalización como la posible salvación. Pero existe un tercer elemento a considerar: Un aumento significativo del consumo. Debemos recordar que la humanidad está atravesando por una pandemia. Todas las restricciones y todas las muertes asociadas con la crisis de salud seguramente despertarán en la población unas renovadas ganas de vivir después de que la pandemia haya sido superada. Eso podría significar un incremento del consumo en la forma de viajes y actividades recreacionales. Podríamos tener unos locos años 20s después de la pandemia. ¿Cuáles serían los efectos de esto en una escenario tan complejo?  Bueno, ya lo veremos. Lo que será, será.