El desempeño reciente de la moneda mexicana, que ha alcanzado niveles de fortaleza no vistos en años frente al dólar estadounidense, ha generado un fenómeno que muchos han bautizado como el "superpeso". Esta apreciación no es un mero dato técnico en las pizarras financieras; es una fuerza económica que actúa como un bisturí polarizador, redefiniendo ganadores y perdedores a lo largo y ancho del panorama económico nacional. Entender esta dinámica es crucial, pues su impacto se siente desde los grandes conglomerados exportadores hasta la mesa de la familia promedio.
La principal y más palpable ventaja de un peso fuerte radica en su capacidad para actuar como un escudo contra la inflación. México, como muchas economías en desarrollo, es dependiente de las importaciones. Productos esenciales, desde granos y maquinaria industrial hasta componentes electrónicos y gasolina, se pagan en divisas extranjeras, predominantemente el dólar.
Cuando el peso se fortalece, el costo de estas importaciones disminuye automáticamente. Al abaratarse los insumos, las empresas pueden mantener, o al menos desacelerar, el aumento de los precios al consumidor final. Esto se traduce en una mayor capacidad adquisitiva para la población que recibe sus ingresos en pesos. En el supermercado, en la compra de un automóvil importado, o en la adquisición de tecnología foránea, el poder real del dinero de los mexicanos se incrementa.
Esta solidez cambiaria es particularmente atractiva para los inversores extranjeros. Un peso robusto minimiza el riesgo cambiario, haciendo que las inversiones denominadas en moneda local parezcan más seguras y rentables a largo plazo. Este flujo de capital foráneo, incentivado también por las altas tasas de interés domésticas en comparación con otros países, ayuda a financiar proyectos de infraestructura y a inyectar liquidez en los mercados. En esencia, la fortaleza del peso se convierte en un ancla de estabilidad macroeconómica, vital para la planificación a largo plazo.
No obstante, la misma fortaleza que beneficia al consumidor doméstico se convierte en un lastre severo para los sectores que viven de la venta de bienes y servicios al exterior. Los grandes perdedores de la apreciación cambiaria son, sin duda, los exportadores.
Una empresa mexicana que vende, por ejemplo, aguacates o componentes automotrices a Estados Unidos y recibe dólares por sus productos, al cambiar esos dólares a pesos, obtiene una cantidad menor de moneda nacional. Si hace unos años, un dólar se convertía en una cantidad significativamente mayor de pesos, hoy esa misma venta rinde menos. Esto reduce drásticamente sus márgenes de ganancia en moneda local, lo que impacta su capacidad para pagar salarios, invertir en nueva tecnología y mantener su competitividad global.
El sector turístico experimenta un efecto similar. El turismo internacional es una de las mayores fuentes de divisas del país. Cuando el peso es fuerte, viajar y vacacionar en México se vuelve más caro para los visitantes que vienen de países como Estados Unidos o Canadá. Lo que antes era percibido como un destino de bajo costo, con un tipo de cambio muy favorable, ahora ofrece una experiencia con un precio más cercano al de otros destinos internacionales. Esto puede disuadir a los viajeros con presupuestos ajustados y reducir la derrama económica en hoteles, restaurantes y comercios locales que dependen de la clientela foránea.
La dinámica del peso fuerte no ocurre en el vacío; se inserta en un complejo entramado de relaciones comerciales y económicas con sus socios clave.
Frente a Estados Unidos, la fortaleza del peso es un arma de doble filo. Por un lado, facilita el comercio al abaratar las importaciones para los mexicanos. Por el otro, encarece las exportaciones mexicanas, lo que podría, a largo plazo, incentivar a las empresas estadounidenses a buscar proveedores en otros países con monedas más débiles. No obstante, la cercanía geográfica y la integración de las cadenas de suministro tras acuerdos comerciales históricos mitigan parte de este efecto.
En el contexto de Latinoamérica, el peso mexicano actúa como un polo de atracción. En comparación con monedas de países vecinos que a menudo experimentan mayor volatilidad e inestabilidad, la firmeza del peso lo erige como una moneda relativamente segura para el comercio y las remesas. Para muchos países de la región, una porción importante de su comercio pasa por México, y la estabilidad del peso facilita estas transacciones.
Sin embargo, para los países con monedas mucho más depreciadas, la disparidad de costos se amplía, haciendo que sus productos sean más competitivos en precios frente a los bienes mexicanos en mercados comunes, aunque México se beneficia al poder importar a un costo muy bajo de la región.
La relación con España y la Unión Europea sigue una lógica similar. Para las grandes empresas españolas con inversión directa en México, el fuerte peso puede significar una disminución en el valor de sus ganancias cuando las repatrían a euros, sufriendo el llamado "efecto de traducción" cambiaria. No obstante, para las empresas europeas que venden productos a México, la fortaleza del peso hace al mercado mexicano un destino más lucrativo para sus exportaciones.
La historia económica enseña que no hay una única métrica que encapsule la salud financiera de una nación. La fortaleza de una divisa, aunque a menudo celebrada como un signo de poder y estabilidad, es, en realidad, un fenómeno con consecuencias ambivalentes. En el caso de México, el "superpeso" es un claro ejemplo de cómo la macroeconomía puede generar beneficios concentrados en el control de precios y el consumo, a la vez que impone un gravamen significativo sobre la competitividad de los sectores productivos orientados al exterior.
Una perspectiva crucial que a menudo se pasa por alto en el fervor por una moneda fuerte es que, si bien las ganancias de los exportadores y el sector turístico se ven mermadas en pesos, la competitividad a largo plazo no depende solo del tipo de cambio. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de las empresas para aumentar su productividad y diferenciación a través de la inversión en tecnología, la mejora de la eficiencia logística y la calidad superior de sus productos. Una empresa que ofrece un bien único o indispensable seguirá siendo competitiva, incluso con un tipo de cambio menos favorable.
Es decir, el tipo de cambio funciona como un amortiguador de corto plazo, pero la innovación y el valor agregado son los verdaderos motores de crecimiento sostenido que permiten a un país prosperar, independientemente de las fluctuaciones diarias de su moneda. Enfocarse únicamente en el tipo de cambio como variable definitoria ignora el potencial intrínseco de la economía para generar riqueza a través de la excelencia productiva.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.