A pocas semanas de las elecciones nacionales en los Estados Unidos, el calor de las campañas ya se está sintiendo. Y no solo es la batalla por la presidencia. También están en juego las 35 sillas del Senado y las 435 sillas de la Cámara de Representantes. Esta elección es significativa en muchos sentidos. Estamos en medio de una pandemia y sumergidos en una crisis económica mundial como pocas. Las cosas no están fáciles y parece que estamos en la batalla de Armagedón. El clima político en los Estados Unidos cada vez es más tenso y las convenciones nacionales de ambos partidos nos demostraron que no estamos ante dos visiones políticas divergentes. De hecho, estamos ante dos realidades radicalmente opuestas. Esta no es una situación normal. Aquí no se trata de opiniones distintas. Aquí estamos ante dos maneras de ver el mundo. 

Los demócratas y los republicanos ven a un país completamente diferente. Por ende, ofrecen diferentes diagnósticos y diferentes soluciones. Se podría decir que un bando vive en la fantasía y el otro en la realidad. Pero, como suele suceder en estos casos, seguramente los dos bandos están viviendo en una fantasía. La esquizofrenia y el manicomio son los mismos. La diferencia es que son delirios diferentes. Es decir, uno se cree Superman y el otro Batman. Pero el cuerdo que ve la pelea desde la distancia sabe perfectamente que los dos están tocados de la cabeza. 

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Los demócratas atacan el carácter de Trump y su incompetencia para el trabajo. Los republicanos destacan su capacidad, su sentido común y su generosidad. Los demócratas critican su mal manejo de la pandemia, las muertes, y el colapso económico. Los republicanos escogieron no tocar el tema del virus y han preferido prometer un renacer en cada rincón. Los demócratas apoyan el movimiento Black Lives Matter y promueven la justicia racial. Los republicanos difunden miedo en relación a la cultura de la cancelación y la violencia en las calles. 

Los demócratas marcan un contraste entre la simpatía y experiencia de Biden y la incapacidad crónica de Donald Trump. Y acusan a los republicanos de difundir mentiras. Biden nunca ha dicho que dejará sin fondos a la policía, por ejemplo. Los demócratas advierten de que Trump es un peligro para la democracia. Y los republicanos destacan su gran corazón. Biden es presentado, por los republicanos, como un radical de izquierda que traerá violencia, división y colapso económico. Los demócratas dicen que eso es exactamente lo que ya trajo Trump.  

Lo que los dos bandos tienen en común es ese tono del fin del mundo. Porque no se está planeando un cambio de gobierno y nada más. Esto es un asunto de vida o muerte. Es victoria o fin de todo. Es decir, si el otro bando gana, será el fin de los Estados Unidos, el fin de los valores, y el fin de la democracia. Es más una guerra apocalíptica que una elección presidencial. Es el mundo en manos de “un tirano fascista” y el mundo en manos de los “violentos anarquistas, agitadores y criminales”. 

En materia económica, hay muchas similitudes y varias diferencias. Ambos bandos, por ejemplo, apoyan los estímulos. Los demócratas tienden a ser más generosos que los republicanos. O sea, siempre prometen paquetes más grandes. Sin embargo, en el Congreso los dos bandos siempre acuerdan en un punto intermedio. Las diferencias más importantes en los dos planes las podemos encontrar en los impuestos y en la regulación. 

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En términos generales, las administraciones demócratas tienden a ser mejores para la economía. Hay esta noción de que los demócratas son buenos para la economía y los republicanos son mejores en ley y orden. Entonces, el caos y la guerra normalmente favorecen al candidato republicano. Y una recesión normalmente favorece al candidato demócrata. Esta elección es algo diferente en ese sentido porque tenemos crisis económica y caos con un presidente republicano. 

Claro que Wall Street prefiere al candidato Donald Trump. Y no es que Trump tenga algo particularmente especial. Eso es lo que normalmente ocurre con el candidato republicano. A Wall Street no le gusta pagar impuestos y no le gusta seguir muchas reglas. Esta preferencia no es porque Trump es mejor o peor para la economía del país. Se trata de un interés muy particular. 

El tema de los impuestos generalmente se aborda como un asunto moral. Deber ciudadano para unos. Robo por otros. Los progresistas por lo general quieren castigar a los ricos “egoístas” con más impuestos. Y los ricos por lo general no son amigos de alimentar a una burocracia ineficiente. Sin embargo, los impuestos también tienen un efecto en la economía. 

Pocos impuestos aumentan los ingresos corporativos beneficiando directamente a los accionistas. Y deja más dinero en el bolsillo de los ciudadanos. En este sentido, la ausencia de impuestos genera una presión inflacionaria. Impuestos altos, por otro lado, retiran liquidez de la economía generando una presión deflacionaria. Sin embargo, muchos impuestos siempre conllevan a un gobierno grande y eso implica un gran gasto público, que a su vez es inflacionario. Pocos impuestos significan un gobierno pequeño (en teoría), pero un gran endeudamiento (en la práctica). Porque a los Gobiernos les cuesta mucho trabajo dejar de gastar. El déficit siempre es un problema para los dos bandos.  

Claro que los primeros beneficiados con un recorte de los impuestos son las corporaciones y los que más tienen. Eso de que las corporaciones no deberían pagar impuestos porque de lo contrario no tendrían dinero para crear empleos es en parte un mito. En teoría, suena hermoso, pero en la práctica la historia es otra. ¿Qué es lo que realmente pasa? Corporaciones como las del grupo FAANG, por ejemplo, obtienen ganancias espectaculares y estas ganancias no van en su mayoría a la economía real para generar nuevos empleos, sino que se quedan en los mercados financieros en la forma de buy-backs. Casi todo ese dinero se queda en la bolsa. 

La expansión cuantitativa (QE), por ejemplo, es la utilización de fondos públicos para comprar instrumentos financieros y estimular la “economía”. En otras palabras, la Reserva Federal compra bonos corporativos de empresas como Apple, Google o Microsoft. Sin embargo, ese dinero normalmente no se gasta en la economía, sino que se utiliza para el beneficio de los accionistas. Para comprar su propia acción (buy-backs), por ejemplo. Bueno, sí hacen una que otra adquisición. Pero lo cierto es que usan el dinero principalmente para aumentar sus beneficios. Fondos públicos, ganancias privadas. Los buy-backs suben el precio de las acciones y los más beneficiados son sujetos como Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett y Elon Musk. Con los impuestos ocurre igual. 

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Pero al no haber una regulación que limite esas prácticas, se está dejando al lobo feroz cuidar a la caperucita. Sobre todo, porque estamos hablando de fondos públicos. Si los beneficios fiscales se otorgan en pro de la economía, pero no se usan para hacer crecer la economía sino para hacer más ricos a los superricos, entonces estamos ante una trágica ironía. Biden quiere regular esto y no es una sorpresa que Wall Street se oponga a que le quiten la gallina de los huevos de oro. 

En el caso de ganar Biden, es probable que el mercado reaccione negativamente. Pero no será el colapso que Trump plantea. Un par de caídas a corto plazo y luego el mundo seguirá girando. El mercado se adaptará y se acostumbrará al nuevo presidente. Se contentarán con Biden cuando los demócratas aprueben un generoso paquete de estímulos. En materia económica, no estamos hablando de planteamientos radicales, es básicamente la fórmula republicana y la fórmula demócrata. Cada una tiene sus fortalezas y sus debilidades. Sus ventajas y sus desventajas.