En el complejo tablero de ajedrez de la economía global, pocas señales son tan elocuentes como el comportamiento de las materias primas. Estos bienes fundamentales —que abarcan desde el petróleo y el cobre hasta los productos agrícolas— actúan como el pulso del sistema industrial y financiero. Recientemente, el mercado ha comenzado a descontar una tendencia significativa para los años venideros, proyectando una disminución en los precios de las commodities que podría rondar una cifra cercana al 7% durante 2025 y 2026. Esta previsión, lejos de ser un mero dato estadístico, es un faro que ilumina dos posibles y contrastantes caminos para el futuro inmediato de la economía mundial.

Desde una óptica favorable, el descenso en el costo de las materias primas es una excelente noticia para la lucha contra el aumento generalizado de precios. Durante los últimos ciclos económicos, uno de los principales motores de la inflación global ha sido precisamente el encarecimiento de la energía, los metales y los alimentos. Esto se debe a que son insumos esenciales en prácticamente toda cadena de producción y transporte. Cuando el precio del crudo sube, eleva el costo de mover mercancías; cuando el precio del cobre aumenta, encarece la construcción y la fabricación de tecnología.

Para los mercados financieros, esta perspectiva tiene un atractivo particular. Una inflación controlada o en descenso abre la puerta a la posibilidad de que la Reserva Federal y otras instituciones monetarias dejen de lado su política de restricción y comiencen a aplicar estímulos. La anticipación de recortes en las tasas de interés es música para los oídos de los mercados de acciones y de bonos, ya que reduce el costo del endeudamiento, impulsa la inversión y revaloriza los activos de mayor riesgo. En este escenario, la caída de las materias primas no sería un síntoma de enfermedad, sino la medicina que permite un aterrizaje suave de la economía y la reactivación del apetito por el riesgo.

El lado menos alentador de la moneda es que una caída tan marcada en los precios de los insumos fundamentales rara vez ocurre en un vacío de prosperidad. Si los precios de las materias primas caen significativamente, la razón subyacente más preocupante es una disminución en la demanda global. En términos económicos sencillos, cuando las fábricas producen menos, las empresas de construcción ralentizan sus proyectos, y el transporte de mercancías se reduce, la necesidad de petróleo, hierro y otros materiales cae, arrastrando sus precios a la baja.

Si esta es la causa principal, la caída de los precios no es un fenómeno benigno, sino una señal temprana y potente de una desaceleración económica que está ganando tracción. El mercado de materias primas, a menudo, actúa como un indicador adelantado porque los grandes compradores corporativos reaccionan a sus propias previsiones de producción con meses de antelación.

Una desaceleración impulsada por la demanda es un problema de doble filo. Por un lado, sí, ayuda a bajar la inflación, pero lo hace a un costo considerable: menor crecimiento, menor empleo y menor ingreso disponible para los hogares. En este contexto, la potencial bajada de las tasas de interés por parte de los Bancos Centrales (incluida la Fed) no sería vista como una luz verde para la fiesta, sino como una respuesta de emergencia a una economía que se enfría demasiado rápido. Las acciones podrían sufrir no por un aumento de las tasas, sino por la expectativa de una caída en las ganancias corporativas y el volumen de negocios. El riesgo aquí es que el remedio de la baja inflación venga acompañado de un estancamiento económico, un escenario que a menudo se describe como estanflación aunque sin el componente inflacionario persistente, o simplemente como una recesión clásica.

La preocupación se centra especialmente en las grandes economías, como la de la nación asiática dominante y las de Europa. Una disminución en la actividad manufacturera o en los proyectos de infraestructura de estas potencias tiene un efecto dominó inmediato sobre la demanda de energía y metales industriales a nivel mundial.

La potencial caída en las materias primas pone a las autoridades monetarias, particularmente a la Reserva Federal, en una posición delicada y ambivalente.

Si la caída de precios es suficiente para acercar la inflación a su meta, la Fed podría justificar una política de relajación monetaria. Esto beneficiaría a los mercados y evitaría una contracción crediticia severa. Sin embargo, si la caída es impulsada por una demanda débil, la Fed podría verse obligada a actuar con rapidez y fuerza para inyectar liquidez y reducir las tasas de interés, no para estimular una economía sana, sino para mitigar el daño de una recesión inminente. El desafío es distinguir entre una caída de precios de materias primas que resuelve un problema (la inflación) y una que diagnostica uno nuevo (la recesión).

La Fed necesita ver no solo que los precios caen, sino por qué están cayendo. Una caída atribuible al aumento de la oferta (por ejemplo, más producción de petróleo o gas) es mucho más saludable que una caída causada por una reducción en la compra de insumos industriales. Su reacción definirá si el ciclo económico termina en un aterrizaje suave o en una parada brusca.

Aunque la lógica del mercado nos obliga a interpretar la caída de precios de las materias primas como un indicio dual de desinflación o desaceleración, existe una perspectiva que ofrece un matiz crucial, invitando a la cautela antes de emitir un juicio definitivo.

El sector de las materias primas ha sufrido durante un periodo considerable de infra-inversión estructural. Las grandes empresas energéticas y mineras han estado priorizando el retorno de capital a los accionistas y han sido cautelosas a la hora de realizar grandes desembolsos para expandir su capacidad de producción. Esto se debe a la incertidumbre regulatoria, la presión ambiental y la volatilidad inherente al sector.

Incluso si la demanda global se modera ligeramente en dos mil veinticinco, esta falta de inversión crónica en la oferta significa que el mercado de commodities sigue siendo estructuralmente más sensible a cualquier repunte imprevisto de la demanda. Un simple cambio en la política fiscal de un país importante, un conflicto geopolítico inesperado que afecte las rutas de suministro, o un evento climático severo, podría agotar rápidamente el exceso de inventario y revertir la tendencia a la baja en los precios de una forma repentina y violenta.

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