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Gustavo GodoyGustavo Godoy

¿Por qué el latinoamericano sigue confiando más en el dólar que en sus propias monedas?

Este análisis explora las razones históricas y estructurales que impulsan la búsqueda de refugio en divisas.

¿Por qué el latinoamericano sigue confiando más en el dólar que en sus propias monedas?
Opinión

La relación entre el ciudadano latinoamericano y el billete verde no es un romance superficial ni una moda pasajera. Se trata de un vínculo forjado en el fuego de crisis recurrentes, devaluaciones agresivas y una memoria colectiva que ha aprendido, a la fuerza, que el ahorro en moneda local suele ser un camino directo hacia la pérdida del patrimonio. Mientras que en otras latitudes el uso de una divisa extranjera puede verse como una excentricidad o una herramienta meramente especulativa, en el sur del continente es una estrategia de supervivencia básica para las familias que buscan proteger el fruto de su trabajo.

Esta preferencia tiene raíces profundas en la historia económica de la región. Durante décadas, diversas naciones han experimentado periodos donde el poder adquisitivo se desvanece en cuestión de meses o incluso días. Cuando una persona observa que el dinero que recibió por su salario compra la mitad de bienes al finalizar el mes, desarrolla un mecanismo de defensa lógico. Ese mecanismo consiste en buscar un activo que conserve su valor en el tiempo. El dólar estadounidense ha cumplido ese papel con una consistencia que las instituciones locales no han logrado emular. No es un capricho cultural, sino una respuesta racional ante un entorno de incertidumbre constante.

La desconfianza hacia la moneda propia no nace de una falta de patriotismo, sino de una evaluación objetiva de los respaldos. Para el habitante promedio de la región, la pregunta fundamental es quién garantiza que ese pedazo de papel mantendrá su utilidad mañana. En el caso de las monedas locales, ese respaldo depende de políticas fiscales que muchas veces se perciben como erráticas o dependientes del ciclo político de turno. En cambio, el respaldo del dólar se percibe como algo mucho más sólido: la economía más grande del mundo, un sistema legal estable y una capacidad de financiamiento global que parece inagotable.

Además de consumir, el latinoamericano también invierte y se financia allí. Muchos emprendedores y empresas buscan crédito en los mercados internacionales porque las tasas y condiciones suelen ser más favorables que las ofrecidas por la banca local, a menudo limitada por la volatilidad. Tener dólares en el bolsillo o en una cuenta es, en última instancia, una cuestión de respaldo. Es poseer un activo que es aceptado en cualquier rincón del planeta, algo que no ocurre con la mayoría de las divisas de la región. El apetito por esta moneda es la búsqueda de un ancla en medio de un mar agitado.

En este escenario de búsqueda de alternativas, ha surgido un nuevo actor que desafía la hegemonía del dólar: el sistema de activos digitales. Para un sector creciente de la población, Bitcoin se presenta como una opción tan robusta como la divisa estadounidense, aunque por razones distintas. Mientras que el dólar confía en el poder de un Estado, Bitcoin basa su confianza en una arquitectura tecnológica transparente y matemática. Es una forma de dinero que no depende de la voluntad de un banco central ni de las decisiones de un gobierno específico.

El respaldo de este nuevo activo proviene de una red global y una tecnología que, aunque compleja para muchos, ofrece una garantía de escasez que las monedas gubernamentales no tienen. El interés de una masa anónima de usuarios, con motivaciones que van desde la preservación del capital hasta la búsqueda de libertad financiera, otorga a estos activos una liquidez y un valor que ya no pueden ser ignorados. En ciertos países con inflaciones descontroladas, la adopción de estas herramientas digitales ha superado incluso las expectativas más optimistas, posicionándose como un refugio moderno frente a la erosión monetaria. Claro, para gran parte de la población, la falta de una entidad central que responda ante eventualidades y la naturaleza intangible de este sistema representan todavía una fuente de profunda inseguridad.

La confianza en el dólar sigue siendo la norma predominante porque ofrece algo que la tecnología digital aún lucha por consolidar: la estabilidad relativa en el corto plazo. Una familia necesita saber que el dinero guardado para la renta del próximo mes no cambiará drásticamente de valor de un día para otro. El dólar, a pesar de sus propios desafíos inflacionarios internos, ofrece esa previsibilidad que el latinoamericano valora por encima de casi cualquier otra característica financiera. Es el escudo contra la incertidumbre.

La estructura económica regional está diseñada de tal manera que el dólar actúa como el lubricante del comercio. Las remesas, que representan una parte vital del ingreso nacional para varios países del área, llegan principalmente en esta denominación. Este flujo constante refuerza la presencia de la moneda en la vida cotidiana de las personas, quienes aprenden desde jóvenes que ahorrar en esa divisa es la única forma real de planificar un futuro, comprar una vivienda o educar a sus hijos.

Es importante entender que la preferencia por el dólar no es solo un fenómeno financiero, sino un fenómeno social. Existe una memoria institucional degradada que impide que el ciudadano confíe plenamente en su banco central. Cuando los ahorros han sido confiscados o licuados en el pasado por decisiones administrativas, la confianza se rompe de forma casi permanente. Recuperar esa credibilidad toma generaciones de estabilidad absoluta, algo que ha sido esquivo para la mayoría de las naciones del continente.

Por lo tanto, mientras los fundamentos económicos de los países locales no demuestren una solidez a prueba de crisis, el dólar seguirá siendo el rey indiscutible en las mentes y carteras de los latinoamericanos. La tecnología y las nuevas formas de dinero pueden ofrecer alternativas interesantes, pero la tradición de buscar seguridad en lo que se percibe como el estándar global de valor sigue siendo el motor principal de la conducta económica en la región. El respaldo que ofrece la potencia del norte es visto como una garantía superior a cualquier promesa de política económica doméstica.

No obstante, existe un ángulo que a menudo se pasa por alto en este análisis y que ofrece una perspectiva distinta sobre la dependencia del dólar. Se podría argumentar que esta confianza ciega y masiva en una moneda extranjera actúa como un freno para el desarrollo de una soberanía financiera real y profundiza la vulnerabilidad de las economías locales ante decisiones que se toman muy lejos de sus fronteras. Al dolarizar sus ahorros y expectativas, los ciudadanos retiran liquidez de sus propios sistemas financieros, lo que eleva el costo del crédito interno y dificulta que las empresas locales crezcan con recursos propios.

Paradójicamente, la búsqueda individual de seguridad mediante el dólar puede contribuir colectivamente a la fragilidad de la moneda nacional, creando un ciclo donde la desconfianza se alimenta a sí misma. Si toda la población decide abandonar su signo monetario ante la menor señal de alerta, la moneda local pierde su función esencial y el país queda totalmente expuesto a las variaciones de la política monetaria de los Estados Unidos. Así, lo que es una solución inteligente para una familia puede convertirse en un obstáculo estructural para la nación, sugiriendo que la verdadera estabilidad quizás no se encuentre en importar una moneda ajena, sino en fortalecer las instituciones propias hasta que el ahorro en la moneda de origen deje de ser un riesgo y se convierta en una opción natural.

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