El mundo de los activos digitales ha capturado la imaginación global con su promesa de sistemas financieros descentralizados y una nueva era de transacciones. Sin embargo, en medio de esta narrativa de disrupción y reemplazo de lo establecido, dos gigantes de las finanzas tradicionales, Visa y Mastercard, no solo han sobrevivido, sino que se han posicionado como pilares fundamentales para la adopción y usabilidad de las criptomonedas en la vida cotidiana. Lejos de ser adversarios, estas redes de pago actúan como el puente crítico que conecta la innovación de los activos digitales con la practicidad y aceptación universal del comercio tradicional.
La conversación sobre tecnología disruptiva a menudo se centra en la idea de una abolición total de los sistemas existentes, donde una nueva solución sustituye por completo a la anterior. Esta visión, si bien atractiva en el plano narrativo, rara vez se materializa por completo en el mundo real. Lo que emerge con mayor frecuencia es una simbiosis, un sistema híbrido donde lo nuevo se injerta y se potencia con lo que ya funciona eficientemente. En el ámbito de las criptomonedas, la relación con Visa y Mastercard ejemplifica esta dinámica a la perfección.
El valor intrínseco de una criptomoneda como medio de intercambio solo se realiza cuando puede ser gastada con la misma facilidad y en tantos lugares como el dinero fiduciario. Aquí es donde la infraestructura de Visa y Mastercard se vuelve indispensable. Estas compañías han pasado décadas construyendo una red de pagos global que es aceptada en millones de comercios y cajeros automáticos en prácticamente todos los rincones del planeta. Para que una persona pueda usar sus bitcoins o ethers para comprar un café o pagar una factura, necesita acceder a esa infraestructura ya establecida.
Las empresas de criptomonedas, ya sean casas de cambio o emisores de monederos, se asocian con estas redes para emitir tarjetas de débito o crédito vinculadas a los saldos en activos digitales de sus usuarios. Cuando un usuario desliza una de estas tarjetas, la red de Visa o Mastercard entra en acción, procesando la transacción de la misma manera que lo haría con un pago tradicional. En el backend, se produce una conversión instantánea de la criptomoneda a la moneda local necesaria para completar la compra. Este proceso no solo garantiza la aceptación global, sino que también ofrece una experiencia de usuario fluida y familiar.
Otro factor que subraya la esencialidad de estos gigantes es su papel en el cumplimiento normativo y la gestión de riesgos. Operar una red de pagos global implica adherirse a un mosaico complejo de regulaciones financieras, leyes contra el blanqueo de capitales (AML) y normativas de conocimiento del cliente (KYC) en cada jurisdicción. Estas redes tienen los recursos, la experiencia y la tecnología necesarias para manejar este cumplimiento a una escala masiva.
Al asociarse con Visa y Mastercard, las empresas cripto pueden delegar una parte significativa de esta carga regulatoria y de seguridad. Esto les permite a las startups de activos digitales centrarse en la innovación de sus propios productos, mientras se benefician de las medidas antifraude y los protocolos de seguridad de nivel bancario que estas redes han perfeccionado durante años. En un ecosistema que aún lucha por la legitimidad y la confianza del público en general, la asociación con marcas que son sinónimo de seguridad y fiabilidad añade una capa de credibilidad fundamental.
El sistema financiero tradicional ofrece productos y servicios que las criptomonedas, por su naturaleza, no pueden replicar fácilmente por sí solas. El crédito es el ejemplo más claro. La posibilidad de realizar una compra y pagarla a lo largo del tiempo, esencial para el consumo moderno, es una función intrínsecamente ligada al sistema de tarjetas y bancos. Las redes como Visa y Mastercard facilitan este acceso al crédito a nivel mundial.
La relación entre ambos mundos se convierte en un circuito de retroalimentación positivo. Las personas utilizan sus tarjetas tradicionales para comprar activos digitales con facilidad, introduciendo capital fresco al ecosistema cripto. A la inversa, los inversores y usuarios de criptomonedas utilizan las ganancias obtenidas de sus activos para pagar sus tarjetas de crédito o acceder a préstamos, integrando sus tenencias digitales en su salud financiera tradicional.
Esta conveniencia, que incluye la protección al consumidor en caso de disputas y la familiaridad con el proceso de pago, no es un rival para el mundo cripto; es su acelerador. Las redes de pago tradicionales reducen la fricción para que los nuevos usuarios prueben y adopten los activos digitales, transformando lo que podría ser una tecnología nicho en una herramienta financiera accesible para las masas. Los dos sistemas se potencian mutuamente, creando una experiencia híbrida que es superior a cualquiera de ellos operando de forma aislada.
A pesar de la narrativa de que las criptomonedas eliminarán a los intermediarios y construirán un sistema de pagos completamente nuevo, el panorama actual y futuro sugiere una coexistencia robusta. Las tecnologías de blockchain son excelentes para la liquidación de alto valor, las remesas internacionales y la creación de nuevas formas de activos programables. Sin embargo, para la microtransacción diaria —la compra rápida en el supermercado o el pago en una terminal de punto de venta— la infraestructura de Visa y Mastercard sigue siendo, por mucho, la opción más eficiente, rápida y aceptada. Las redes de tarjetas funcionan en milisegundos y con un nivel de confiabilidad que, en la actualidad, las soluciones de pagos directos en blockchain aún están tratando de igualar a escala.
Si bien es indiscutible que Visa y Mastercard son esenciales en la etapa actual de adopción de criptomonedas, al actuar como el nexo entre lo digital y lo físico, existe una perspectiva que desafía la permanencia a largo plazo de su papel central. El argumento es el siguiente: la verdadera promesa de la tecnología de activos digitales reside en su capacidad para reducir drásticamente los costos de transacción y eliminar la necesidad de intermediarios centralizados.
La tarifa que estas redes cobran a los comercios y las comisiones que imponen a las conversiones, aunque justificadas por la infraestructura y el cumplimiento que proveen, representan una fricción costosa que el ecosistema descentralizado busca inherentemente erradicar. A medida que las soluciones de escalabilidad de las cadenas de bloques maduren, y surjan estándares y protocolos que permitan una liquidación instantánea, barata y directa del cripto al comerciante sin la necesidad de una conversión a moneda fiduciaria a través de un procesador centralizado, la dependencia de la infraestructura tradicional podría comenzar a disminuir.
La pregunta, entonces, no es si estas redes son importantes hoy, sino si la innovación intrínseca de la descentralización está destinada, con el tiempo, a marginar el costoso puente que hoy consideramos indispensable. El éxito de Visa y Mastercard en el mundo cripto podría ser, paradójicamente, el catalizador que impulse a la tecnología subyacente a volverse tan robusta que, eventualmente, pueda hacerlos menos relevantes en el segmento de pagos diarios.
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