La reciente y sostenida apreciación del peso mexicano frente al dólar, un fenómeno que ha llevado a rebautizar a la divisa como "Superpeso", es el resultado de una compleja interacción de fuerzas económicas, donde el motor principal no reside exclusivamente en la economía doméstica, sino en las decisiones de política monetaria tomadas al norte de la frontera. Para comprender la fortaleza actual de México, es fundamental analizar la conexión directa que existe entre la persistente inflación en Estados Unidos y la respuesta estratégica del Banco de México (Banxico).
El ciclo comenzó con la rápida escalada de los precios al consumidor en Estados Unidos. La combinación de una fuerte demanda post-pandemia, impulsada por estímulos gubernamentales, y las interrupciones en las cadenas de suministro globales, generó un aumento significativo del índice de precios. Ante este panorama, la Reserva Federal (Fed), el banco central estadounidense, se vio obligada a implementar una política monetaria restrictiva, aumentando su tasa de interés de referencia de forma agresiva y continua. Esta acción tiene como objetivo enfriar la economía y reducir la liquidez, encareciendo el crédito para desincentivar el gasto y la inversión.
La respuesta de Banxico no se hizo esperar. Dada la estrecha integración económica y financiera entre México y Estados Unidos, el banco central mexicano decidió subir sus propias tasas de interés, y lo hizo de manera más enfática y anticipada que la Fed en muchas ocasiones, manteniendo siempre un diferencial o "margen" atractivo.
Este diferencial de tasas es la clave de la ganancia del peso. Cuando una economía ofrece una tasa de interés significativamente más alta que otra, especialmente en un entorno de relativa estabilidad política, se crea un incentivo potente para que los grandes inversores internacionales muevan capitales hacia el país con la mayor recompensa. Este fenómeno, conocido como carry trade, consiste en tomar dinero prestado en una moneda de bajo interés (el dólar) e invertirlo en instrumentos denominados en una moneda de alto interés (el peso).
Esta afluencia masiva de dólares al mercado mexicano incrementa la demanda de pesos, elevando su precio y consolidando su apreciación. Por lo tanto, el Superpeso es, en gran medida, un reflejo directo de la agresividad con la que Banxico ha tenido que actuar para contrarrestar los efectos de la inflación importada desde Estados Unidos. Si la inflación estadounidense se modera y la Fed comienza a reducir sus tasas, el atractivo del diferencial de tasas para los inversores disminuirá, pudiendo revertir la tendencia alcista del peso.
Es esencial no confundir dos conceptos macroeconómicos fundamentales que, si bien están relacionados, describen fenómenos distintos: la tasa cambiaria y la inflación. La inflación se refiere al aumento generalizado y sostenido del nivel de precios de bienes y servicios en una economía a lo largo del tiempo. Es una medida de cuánto pierde el poder adquisitivo la moneda dentro del propio país. Por ejemplo, si un litro de leche costaba diez unidades monetarias hace un año y ahora cuesta once, se ha producido una inflación en ese producto.
Por otro lado, la tasa cambiaria es simplemente el precio de una moneda en términos de otra. Es el valor al que se intercambian las divisas. Un peso fuerte (un dólar más barato en pesos) significa que se necesita una menor cantidad de pesos para comprar una unidad de dólar. La confusión surge porque la tasa cambiaria impacta directamente la inflación. Cuando el peso se aprecia, las importaciones (bienes producidos en el extranjero) se vuelven más baratas, lo que ayuda a contener la inflación interna al reducir el costo de los insumos y productos finales vendidos en México. Aunque se influencian mutuamente, la tasa cambiaria mide una relación de intercambio externa, mientras que la inflación mide la pérdida de valor adquisitivo interno.
La posesión de una moneda nacional fuerte en el contexto latinoamericano, si bien es un signo de salud financiera y credibilidad ante los mercados, presenta una dualidad de efectos. Las ventajas son notables: la contención de la inflación a través de importaciones más baratas es la más inmediata. Además, se reduce la carga de la deuda externa denominada en dólares, lo que alivia las finanzas públicas y privadas. Para los ciudadanos que viajan al extranjero, su poder adquisitivo aumenta.
Sin embargo, las desventajas pueden ser significativas, especialmente para sectores clave. Una moneda fuerte encarece automáticamente los productos mexicanos en el extranjero, lo que impacta negativamente a los exportadores, quienes pierden competitividad en el mercado global. El sector turístico también se ve afectado, ya que el país se vuelve un destino más caro para los visitantes extranjeros.
Asimismo, las familias que dependen de las remesas enviadas desde el extranjero reciben menos pesos por cada dólar, mermando su capacidad de consumo. En comparación con otras naciones de la región que han luchado contra la volatilidad y la depreciación monetaria, el peso fuerte de México ofrece estabilidad, pero a costa de crear desafíos para la base productiva orientada al exterior.
Finalmente, el escenario económico global está marcado por la persistente tensión de una guerra comercial, donde la competencia entre potencias y las tendencias proteccionistas han reconfigurado las cadenas de valor. México se ha beneficiado enormemente de este contexto a través del fenómeno de la relocalización industrial (nearshoring), donde empresas buscan mover su producción más cerca de los grandes mercados de consumo, particularmente el estadounidense, mitigando así el riesgo geopolítico. Esta afluencia de inversión extranjera directa es un factor estructural que también apoya la apreciación del peso.
No obstante, la dependencia de este flujo y la vulnerabilidad ante cambios en la política comercial o arancelaria de Estados Unidos representan un desafío constante. La economía debe seguir fortaleciendo sus capacidades internas, diversificando sus socios comerciales y mejorando la infraestructura para absorber y sostener esta inversión sin generar cuellos de botella.
Como argumento final que añade una perspectiva de equilibrio, es fundamental reconocer que la fortaleza actual del peso, si bien es alentadora y se apoya en fundamentos sólidos de política monetaria, también oculta problemas estructurales de la economía mexicana que no han desaparecido. La apreciación de la moneda, impulsada por las tasas de interés y el capital especulativo, no significa necesariamente que haya habido un salto proporcional en la productividad, la infraestructura o la distribución de la riqueza interna. De hecho, esta misma fortaleza cambiaria, al dificultar las exportaciones y la actividad de manufactura orientada al exterior, podría, a largo plazo, desacelerar la inversión productiva nacional.
Ahora bien, el verdadero termómetro del bienestar económico de un país no se encuentra únicamente en su tipo de cambio, sino en la capacidad de su moneda para generar empleos de calidad y mejorar el ingreso real de sus ciudadanos, independientemente de si la tasa de interés en el país vecino es alta o baja.
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