La globalización no es un fenómeno nuevo. De hecho, el intercambio comercial a través de grandes distancias ha sido un asunto de siglos y milenios. Sin embargo, la globalización de los últimos 25 años realmente no tiene precedentes. El mundo ha alcanzado un modo distinto de producción, distribución y consumo. Hoy somos mucho más globales que antes. En muchos aspectos, ese proceso ha sido muy positivo. Durante las últimas décadas, esta forma de capitalismo globalizado ha logrado reducir al máximo los costes de los productos, gracias al fuerte desarrollo de las cadenas de suministro y logística. Claro que la globalización tiene sus ganadores, pero también sus perdedores. Y, con este nuevo mundo, también ha nacido un nuevo resentimiento. Los nacionalistas están en aumento y es muy posible que esta tendencia se profundice en la era post-coronavirus. Pero, ¿es lo que necesitamos realmente? 

Claramente que no todo es malo. La globalización no es un villano absoluto. El asunto es que no todo es bueno tampoco. De hecho, se podría decir que lo que tenemos ante nosotros es un sistema de economía dual. Entonces, cuando la gente critica la globalización con frecuencia tiene razón. Pero lo complicado es que cuando aplauden los logros de la globalización también tienen razón. Esta aparente paradoja se resuelve de la siguiente manera: Si eras un joven profesional viviendo en la gran ciudad trabajando para una gran compañía, seguramente la globalización es lo mejor que se ha inventado. Por otro lado, si vives en un pequeño pueblo de provincia realizando un trabajo manual, la globalización es un castigo del demonio. El sistema durante las últimas décadas no ha beneficiado a todos por igual. Vivimos en un mundo sumamente dividido. Dime dónde vives y cuál es tu trabajo, y te diré por quién votarás en las próximas elecciones. 

Sigue leyendo: ¿Comprar Bitcoin? Trump dice que EE.UU. "debería igualar" el juego de impresión de dinero de China

Donald Trump, Brexit y la guerra comercial son consecuencias de este mundo dividido en torno al tema de la globalización. Un neoyorquino puede entender perfectamente el mundo de un londinense. Pero le es muy difícil entender a su paisano de un pequeño pueblo de Texas. Las diferencias son del cielo a la tierra. Del mismo modo, los londinenses tienen dificultades para compaginar con los habitantes de los pequeños poblados de Gales o el norte de Inglaterra. De hecho, este fenómeno se repite en todos partes. ¿Acaso los habitantes de Milán concuerdan con los de Sicilia? ¿Los de París con los de las provincias rurales? Y así podemos ir país por país y podremos ver esta misma polaridad de nuestro sistema dual. La polaridad es tan grande que ya está generando chispas. 

El populismo ha surgido en muchos países y ha logrado canalizar la rabia y los sentimientos de frustración del lado perdedor en todo este asunto de la globalización. Sectores que por muchos años no han tenido una voz, ahora están siendo “escuchados”. El centro político, que por muchos años gobernó a la mayoría de los países desarrollados, se está desvaneciendo para dar paso a una política de radicalismos. De pronto, ese centro político se volvió demasiado homogéneo por mucho tiempo, pero dejó de ser representativo. Los moderados de ambos bandos desde sus gobiernos promovieron la globalización a capa y espada sin tomar en cuenta los daños colaterales. Entonces, han surgido los radicalismos como una reacción desesperada. Esa falta de representatividad es en parte la responsable por el sentimiento anti político y anti establishment actual. Todo se hizo en beneficio de las grandes urbes y las corporaciones multinacionales, pero dejaron a un lado a todo lo demás. 

Pero todos estos sectores excluidos ahora están muy molestos y quieren venganza. Digo venganza y no justicia, porque al oír el discurso de los políticos nos damos cuenta fácilmente que el asunto es más visceral que cualquier otra cosa. Algunos políticos han logrado captar ese malestar social para ganar elecciones. Sin embargo, ha tenido éxito en iniciar la pelea y ha ganado espacios en el poder. Pero, aún está por verse si las estrategias usadas lograran eventualmente las mejoras anheladas. Hay que ser muy cuidadoso con la rabia. En ocasiones, incendiar el barco para acabar con el enemigo también marca nuestro propio final. 

El problema con el radicalismo es precisamente que no entiende sobre puntos intermedios. Y políticamente hablando siempre caemos en un falso dilema. Autoritarismo o anarquía no son nuestras únicas alternativas en materia de orden internacional. No todo orden es autoritario ni toda falta de orden es libertad. 

Sigue leyendo: ¿Cómo reaccionará el precio de Bitcoin cuando se reabran las empresas estadounidenses?

Este nuevo nacionalismo político está promoviendo el nacionalismo económico. Y el coronavirus puede estar dando la oportunidad perfecta para su impulso. La cuarentena nos demostró la vulnerabilidad sistémica de nuestras cadenas de producción y distribución. La economía de puertos implica un gran riesgo. Y últimamente las personas se están dando cuenta que a veces no es tan mala idea pagar un poco más, pero consumir más cosas hechas en casa. Obviamente que la dependencia excesiva en factores externos nunca es buena. Pero, ojo con los extremos. Porque, pese a que nuestro sistema requiere reformas urgentes, el aislamiento económico es peor cura que la enfermedad. El mundo post-coronavirus requiere cooperación. 

Cuando hablamos de cooperación, no me estoy refiriendo a un nuevo orden mundial, tan citado en las teorías de conspiración. Me refiero a cooperación. Incluso puede ir más allá. Podría estar hablando de un plan. Claro que el problema con los planes es que los asociamos con el totalitarismo. Sin embargo, se nos olvida que es posible orquestar planes de modos más justos y descentralizados. El mundo puede llegar a consensos y acordar en ciertos protocolos sin la necesidad de implementar un sistema global totalitario al estilo de una novela Orwelliana. Cuando evitamos cualquier forma de cooperación, porque se confunde con autoritarismo lo que logramos es una anarquía. Eso es una especie de Salvaje Oeste y en este juego siempre ganan las corporaciones. Porque ahí impera la ley del más fuertes y ellos, queridos amigos, son los más fuertes. 

Es difícil determinar en qué lugar se encuentra Bitcoin en todo esto. En la comunidad cripto, nos encontramos a muchos libertarios. Y los libertarios en este nuevo mundo de radicalismos se encuentran en una situación muy complicada. Históricamente, los libertarios han estado un poco más alineados con la derecha que con la izquierda. Esto es porque la derecha tradicionalmente ha defendido la reducción del Estado y la economía de libre mercado. Sin embargo, la derecha de hoy ha cambiado mucho. Resulta ser que ahora está derecha populista que ha surgido con Donald Trump y el Brexit se presenta como el paladín del hombre común en una guerra contra el establishment. Ahora promueve el proteccionismo económico y no al libre mercado. Los enemigos son los medios de comunicación, las élites liberales, la política tradicional, los bancos y las grandes corporaciones.  En otras palabras, la globalización. La desregulación de los mercados. El Salvaje Oeste económico. 

Sigue leyendo: Donald Trump designaría como nuevo embajador en Panamá a experto en tecnología Blockchain

Los libertarios ahora se encuentran en el aire. Porque no son parte de ninguna tribu. Bueno, nunca lo han sido realmente. Sin embargo, siempre han sentido cierta afinidad con sus primos lejanos de la derecha del libre mercado. Ahora con este giro de la derecha, la dificultad está en poder conciliar el amor por el libre mercado con estos sentimientos antisistema y el surgimiento del nacionalismo económico. La solución que han encontrado muchos es decir “Yo no soy seguidor de Trump, pero pienso que tiene razón en…” Esto es porque existe una compatibilidad a nivel de esos corazoncitos, pero a nivel teórico el cerebro percibe incongruencias doctrinarias evidentes.  

Ahora bien, considero que Bitcoin como tal se beneficiaría un poco en el Salvaje Oeste, pero no en su máximo esplendor, porque se hundiría entre tanta anarquía. Por otro lado, se perjudicaría en un escenario de aislamiento y proteccionismo en el contexto del nacionalismo. El exceso de reglas nacionales lo asfixiaría. Pero Bitcoin se beneficiaría muchísimo de una solución intermedia. En otras palabras, Bitcoin brillaría en un cuadro de cooperación internacional. Bitcoin es global y florecía en un sistema global.