El profesor Robert Shiller, Nobel de Economía, ha estudiado a profundidad la estrecha relación entre el comportamiento, a veces extraño, de los mercados financieros y la psicología de masas. Al parecer, en el mundo de los mercados lo irracional es lo normal, porque las masas siempre están un poco tocadas de la cabeza. Uno podría llegar a pensar que la razón se da muy bien en una democracia. Es decir, que el colectivo piensa mejor que los individuos. Por todo eso de que dos cabezas piensan mejor que una. Pero todo parece indicar que las masas cometen más errores que un adolescente enamorado. ¿Por qué son tan irracionales los mercados?

El problema es que los mercados, en el corto plazo, son concursos de belleza y la locura colectiva influye mucho en los resultados. La opinión más popular tal vez no sea la correcta, pero eso no importa mucho. Porque el resultado de la votación es más importante que la verdad objetiva. En otras palabras, la chica más linda e interesante no siempre es la que se lleva la corona. La ganadora del concurso es la que logró obtener más votos del jurado. 

Ahora bien, ¿Por qué la irracionalidad persiste por tanto tiempo? ¿Cómo es posible que los mercados se desconecten tanto de la realidad? Bueno, personas como Robert Shiller, profesor de Yale, han dedicado toda una vida a estudiar este misterioso fenómeno. Su libro, “Exuberancia Irracional” (2000), sobre la burbuja puntocom es particularmente revelador. Y las advertencias ahí plasmadas resultaron ser sumamente proféticas. Después de la burbuja puntocom y antes del 2008, mencionó su preocupación en torno al mercado subprime y la formación de una burbuja en el sector inmobiliario.  Claro que, como cosa rara, nadie lo escuchó

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En su último libro, “Narrativas económicas” (2019), Robert Shiller nos dibuja sus teorías en el contexto de la era de la posverdad. Debo confesar que no lo he leído el libro todavía, pero sí he escuchado al hombre en entrevistas hablando sobre los temas que aborda en su libro. 

Según el profesor, las masas se apoyan en una narrativa colectiva para definir sus posiciones. Curiosamente, la validez de la narrativa es menos relevante que su popularidad. Por esta razón, los mercados con frecuencia son víctimas del delirio. Las personas no ven la realidad directamente, sino que antes de emitir un juicio escuchan a los demás. Y si todos piensan igual, eso se convierte en la “verdad” del momento. Luego, esas “verdades” se vuelven virales y nadie las puede parar. Aquí se impone la mentalidad del rebaño. 

Normalmente debido al FOMO, los hechos tienden a ser desestimados, incluso menospreciados, porque el delirio colectivo tiene un efecto cegador entre el populacho. 

Las narrativas que tienden a funcionar no son los más verdaderas o las más falsas. Por lo general, las narrativas ganadoras son las más “coherentes”. El mundo es simplemente demasiado complejo e impredecible. Y la mente humana no soporta tanta ambigüedad e incertidumbre. Entonces, acudimos a las historias. En el fondo, seguimos siendo los niños de siempre. Las historias nos calman y hacen del mundo un lugar más habitable y menos aterrador. La realidad abruma. Pero las historias nos consienten.  

Las películas son ficción, pero nos atrapan porque son “creíbles”. Esta fe poética se logra con coherencia. Es decir, dentro del universo de la historia nada se contradice y todo cuadra a la perfección. Las historias crean sus propias leyes dentro de un universo propio. Todos los actores deben sumarse al juego. E incluso las leyes de la física deben someterse al mundo imaginario que ha creado el guionista. 

La coherencia hace que las teorías de conspiración resulten tan atractivas. Los teóricos de la conspiración tienen una respuesta para todo. Construyen una narrativa impenetrable. Y siempre tendrán la razón porque ellos crearon sus propias reglas. Sus teorías son a prueba de todo. Son narradores y árbitros al mismo tiempo. Nadie les va a ganar jamás en un debate. Y eso los convierte en invencibles. Dejaron de ser seres pequeños y vulnerables, para convertirse en gigantes de la “verdad”. Ahora son especiales, porque descubrieron la gran conspiración mundial. No saben lo que pasa en su propia casa, pero sí saben los planes secretos de Bill Gates para dominar al mundo. Son simplemente brillantes y nadie los engaña. 

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En la era posverdad, ya no hay autoridades. Nadie confía en nadie. La religión no da respuestas. Los Gobiernos no dan respuestas. La tradición, la ciencia, los expertos, los medios, las universidades, y toda figura de autoridad son puras patrañas. Todo es una gran mentira. Y ahora el único confiable es el rumor. Los videos de Youtube, los memes de Facebook, lo que dicen los influencers en Twitter, y la opinión del hombre común e inexperto son los nuevos sabios de la sociedad. Nadie busca la fuente. Porque ya nadie confía en las fuentes. Toda fuente formal es sospechosa. Y lo único creíble es el rumor, porque al menos el rumor nos presenta una narrativa más o menos coherente. La podemos comprender un par de minutos. Y de pronto, gracias a un meme o a un documental improvisado, todos son expertos. 

Volviendo a la comparación de los mercados con los concursos de belleza. Los rumores se vuelven virales. Entonces, la chica más fea será la ganadora porque los patrones de belleza tradicionales son machistas, y lo feo y extraño es el nuevo “bello”. Un voto por la más bonita sería casi un sacrilegio y te convertiría en un gran patán. Por x o por y, la menos agraciada entre todas las concursantes ha ganado el apoyo del público y los jueces están sintiendo la presión. 

Ahora bien, todos tienen a una ganadora en mente y comienzan las apuestas. ¿Quién ganará? Se da la votación y efectivamente gana la chica que todas pensaban que iba a ganar. La victoria, por supuesto, tiene un profundo efecto psicológico en los participantes del evento. Esa victoria les ha confirmado que su criterio es el acertado y su juicio es el correcto. Después de todo, ganaron.  Y el fenómeno se convierte en viral porque las ideas se van autoconfirmando con cada nueva victoria. Pero la verdad es que no estamos ante un pronóstico acertado de la realidad. Estamos ante un delirio que se convirtió en una profecía autocumplida. Es decir, se formó una burbuja y el concurso de belleza lo ganó Betty la Fea. 

Ahora tenemos una narrativa. El virus se subestimó a principio de año y luego la preocupación fue creciendo debido a los presagios de una nueva Gran Depresión. El crash del 23 de marzo fue el resultado directo de esa preocupación. Pero, después de un periodo de pánico, la narrativa fue evolucionando. La contundente respuesta de la Reserva Federal, con sus estímulos “infinitos”, invadió de optimismo a los mercados. 

En gran parte, eso se lo debemos a que los estímulos funcionaron de las mil maravillas en el 2008, y todos esperan que se repita la película. Entonces, la masa está convencida de que estamos ante una crisis tipo V y lo peor quedó atrás. Este es un año electoral y las promesas de un gran futuro abundan. Y las alzas de los últimos meses nos están confirmando que las predicciones fueron acertadas. Hoy todos son unos genios en Wall Street. 

El problema se va a presentar cuando Betty la Fea llegue al concurso de Miss Universo y quede en último lugar. Es decir, descalificada en la primera vuelta, porque no cumple con ninguno de los requisitos básicos del concurso. O sea, es muy fea. Se cayó en el baile, tartamudeó durante las preguntas, y, para colmo de males, confundió a China con Corea del Sur. Es decir, los delirios se pueden mantener por un tiempo. Pero si se alejan demasiado de la realidad, tarde o temprano, la realidad se impondrá. Y, en ese momento, el delirio toma otra forma. Se convierte en desilusión, rabia y pánico. 

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El mercado en estos momentos está muy confiado. De hecho, los indicadores de sentimiento del mercado indican que hay codicia. Si ese exceso de optimismo se infla demasiado, un nuevo crash podría romper esa confianza en mil pedazos. El golpe sería tal, producto de la humillación, que recuperar la confianza podría ser un proceso largo y doloroso. Este es uno de los temores del profesor Robert Shiller. Sobre todo, porque los estímulos no podrían continuar para siempre y la economía real está agonizando.  

Ahora bien, Bitcoin ha estado sumamente correlacionado con el S&P 500. Lo que resulta muy preocupante porque un nuevo crash perjudicaría a Bitcoin. Sin embargo, esta supuesta correlación no ha sido una copia al carbón. Bitcoin, después de recuperarse del crash, se ha movido lateralmente y no está técnicamente en alza como el S&P 500. 

Por otro lado, en la comunidad Bitcoin no hay codicia sino miedo. Eso, en lo personal, me da mucho alivio, porque me parece que en el mercado Bitcoin, en estos momentos, tenemos un poco más de racionalidad que en Wall Street. Bitcoin está en expectativa. En tensa calma. Con un poco de miedo. Es decir, estamos congelados del susto. Y eso es una reacción sana, considerando el desastre en el que estamos metidos. O sea, no hay tanta desconexión con la realidad. Nos toca esperar y ver qué es lo que pasa. Son tiempos muy locos. Y cuando la locura es lo normal, los cuerdos parecen locos.