Un mercado es un conjunto de opiniones y sentimientos. “Los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia”. El inversor es futurista por necesidad. Es decir, para invertir, hay que tener una teoría del futuro. El problema se presenta cuando el inversor únicamente ve lo que quiere ver y solamente escucha lo que quiere escuchar. El enemigo del inversor, ciertamente, es el pensamiento ilusorio. Quiere ganar dinero. Entonces, ve un futuro repleto de riquezas. Distorsiona la realidad para complacer sus deseos. Esa es su condena. Para tener éxito en las inversiones, hay que tener la cabeza fría. 

El inversor ingenuo y emotivo siempre invierte con altas expectativas. En su mente, nadie puede fallar. Su amigo (“que sabe mucho de eso”) le dijo que Bitcoin subiría sin cesar en muy poco tiempo y él compró con una fe de hierro. El plan, por lo general, es muy sencillo. Se compra. Y, en cuestión de meses, seremos millonarios. Claro que es sumamente importante, mientras tanto, solo leer las noticias que nos reafirman nuestra ilusión. Las noticias que no reflejan nuestros deseos se tildan como FUD, fakenews, o simples ataques de los “haters”. Las predicciones optimistas son sumamente populares, porque alimentan la fe. El inversor ingenuo y emotivo suele ser bastante supersticioso. Por alguna extraña razón, piensa que su fe lo salvará. Cree (equivocadamente) que su optimismo subirá el precio mágicamente. La verdad es que los mercados fluctúan. Y la fe de un inversor no es relevante. 

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Los inversores tienden a exagerar. En tiempos de alzas, piensan que las alzas durarán para siempre. Y, en tiempos de bajas, piensan que las bajas durarán para siempre. En otras palabras, el humor del presente influye mucho en nuestra percepción del futuro. Si tenemos una nube negra sobre la cabeza, vemos un mañana nublado. Si tenemos un día soleado y despejado, vemos un verano eterno. Error. Los mercados fluctúan. Las cosas cambian. Nada es para siempre. El pesimismo de hoy suele ser pasajero. Y, en la mayoría de los casos, una exageración temporal. Lo mismo ocurre con el optimismo. 

La mayoría de las personas para actuar necesitan la validación del colectivo. Es decir, son seguidores. Sus opiniones no son propias. En realidad, son sugestiones sociales. Escuchan que alguien hizo mucho dinero, invirtiendo en Bitcoin. Luego, escuchan que el precio se disparó. Buscan información en Google. Y lo que encuentran son puras noticias alcistas. Se dirigen a Youtube y una armada de “influencers” hablan de un activo “seguro, inmejorable e imbatible” que seguirá subiendo sin parar. En ese momento, la persona ilusionada decide comprar. “Todo el mundo dice que Bitcoin va a subir”. Compra y, al poco tiempo, el precio se desploma. Entra el pánico. Y el humor del mercado se torna oscuro debido a la gran sorpresa. ¿Qué pasó? 

Lo que ocurre es que la codicia extrema nos lleva a la sobrecompra. El dinero no es infinito. El dinero se acaba. En otras palabras, los compradores están contados. La euforia crea una ceguera colectiva. O sea, la ilusión se aleja mucho de la realidad. El que iba a comprar ya compró. Entonces, el precio se desploma, porque llega el momento de los vendedores. Claro que la prensa es, en parte, responsable, de alimentar esta euforia antes del colapso. No obstante, es comprensible. Porqué escribir una nota pesimista en un periodo de euforia no genera visitas. Durante el periodo de euforia, el público solo quiere escuchar la utopía. 

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Ese patrón se repite una y otra vez. Es un ciclo que el inversor inteligente entiende perfectamente. “Los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia”. El inversor emotivo compra en la euforia y vende en el pánico. El inversor inteligente compra en el pánico y vende en la euforia. El inversor emotivo compra caro (emocionado) y vende barato (asustado). El inversor inteligente compra barato (paciente) y vende caro (prudente). El inversor inteligente lee la prensa para medir el ambiente. El fanatismo, el radicalismo, el optimismo extremo y las predicciones excesivamente alcistas son banderines rojos. Si el joven inexperto ya se cree mejor inversor que Warren Buffett y lo vocifera en las redes sociales, es muy probable que estemos llegando al periodo de sobrecompra. 

La popularidad de la firma Plan B y su modelo de predicción es perfectamente comprensible. Todos queríamos alcanzar los $100K para noviembre. El corazón se ilusiona. Y esa predicción resultaba bastante agradable al oído. Por ende, creíble. ¿Era posible? Claro que sí. En mejores condiciones, claro que sí. Pero, lamentablemente, el entorno macroeconómico no lo permitió. La probabilidad estaba allí. Pero es importante entender que estamos viviendo tiempos muy complejos y excepcionales. Predecir es muy difícil. El error de Plan B no está en su predicción. El error yace en el tono autoritario de su predicción. Plantear una predicción como un hecho. Esa seguridad ciertamente capta muchos seguidores. No obstante, es un engaño. El predecir no es una ciencia exacta. 

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En el mundo de las criptomonedas, es fundamental cultivar carácter. En medio de la euforia, hay que tener el valor de ser prudente. En medio del miedo, hay que tener el valor de tener fe. Esto requiere tener criterio propio. Es decir, el coraje de ser divergente para no caer en los errores del colectivo. Si todo es color de rosas, preocúpate. Si todo es sombras y tempestad, alégrate. Duda de las predicciones optimistas. Duda de las predicciones fatalistas. Desconfía de la narrativa oficial. No creas en la verdad colectiva. No escuches la propaganda, ni los dogmas. Todo está hecho para que unos pocos tomen tu dinero. 

La masa es torpe y emotiva. Los mercados fluctúan en patrones irracionales. La prensa inventa razones para explicar lo que no entiende. El éxito yace en ser objetivo en medio de un mundo de locos. No serás el más popular. Porque nadar a contracorriente nunca lo es. Pero esto no es un concurso de popularidad. La idea es ganar dinero. Y para ganar dinero en este negocio hay que entender las irracionalidades de las masas y las dinámicas de los mercados. Repito una vez más la legendaria frase de Sir John Templeton: “Los mercados alcistas nacen en el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia”. Moraleja: Compra a los pesimistas. Vende a los optimistas. Sé un maestro de las emociones.