Silicon Valley Bank quebró hace unos meses y dejó a miles de clientes y empresas en la estacada. Pues resulta que no solo fue culpa de sus directivos, sino también de la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos. Así lo ha reconocido la propia Fed en un informe que ha publicado el viernes de la semana pasada, en el que admite que falló en su labor de supervisión y regulación del banco.

El Silicon Valley Bank era un banco especializado en financiar a empresas tecnológicas y de innovación. Creció muy rápido en los últimos años. Pero también se metió en muchos líos financieros, como invertir en activos de alto riesgo, prestar dinero a clientes poco solventes o tener una gestión deficiente. El informe de la Fed dice que el consejo de administración y la dirección del banco no supieron gestionar esos riesgos y que cometieron muchos errores.

Pero la Fed tampoco se libra de responsabilidad. Según el informe, los supervisores de la Fed no se dieron cuenta de lo mal que estaba el banco hasta que fue demasiado tarde. Y cuando detectaron algunos problemas, no hicieron lo suficiente para obligar al banco a solucionarlos. Además, la Fed cambió algunas normas legales para adaptarse al modelo de negocio del banco, lo que dificultó una supervisión eficaz. Al parecer, la burocracia, como siempre, en su lentitud y torpeza, no respondió a tiempo.

El vicepresidente de supervisión de la Fed, Michael Barr, ha dicho que, tras la quiebra del banco, deben reforzar la supervisión y la regulación del sector financiero. Y el presidente de la Fed, Jerome Powell, ha apoyado sus recomendaciones y ha dicho que confía en que conducirán a un sistema bancario más fuerte y resistente. Bueno, ahora les toca recoger los platos rotos.

En resumen, el Silicon Valley Bank fue un caso de libro de mala gestión y mala supervisión. Y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias. 

¿Abolición o reforma? Aquí nadie está diciendo que este cuerpo regulador sea perfecto. Por supuesto que no lo es. Obviamente se requieren reformas. Su trabajo no es el ideal. Eso es cierto. Pero sus fallos no justifican su abolición. Al contrario, debido a sus fallos, esa necesidad de reforma, en cierto sentido, ratifica su importancia. La utopía anarquista y libertaria que aboga por su eliminación total no es una solución sensata. Es decir, sustituir una supervisión defectuosa por una ausencia total de supervisión no es el mejor camino. Lo que se necesita es una supervisión más efectiva.

Una supervisión más efectiva implica que el cuerpo regulador tenga los recursos, la independencia y la capacidad para cumplir con su función de velar por el interés público. Implica también que se rinda cuentas de sus acciones y que se corrijan los errores y las malas prácticas. Implica, en definitiva, que se fortalezca el Estado de derecho y la democracia. La abolición del cuerpo regulador, en cambio, implicaría dejar a los agentes económicos y sociales sin ningún tipo de control ni garantía. Implicaría abrir la puerta a los abusos, las arbitrariedades y las injusticias. Implicaría, en suma, debilitar el Estado de derecho y la democracia. Por eso, la opción más razonable y responsable es apostar por la reforma y no por la abolición.

¿Te imaginas un mundo sin bancos centrales? Un mundo donde los bancos hacen lo que les da la gana, sin nadie que los vigile ni los regule. Un mundo donde el dinero vale lo que quieran los especuladores, sin nadie que lo estabilice ni lo proteja. Un mundo donde los ahorros de la gente están en peligro, sin nadie que los garantice ni los respalde. Un mundo donde las crisis financieras son frecuentes y devastadoras, sin nadie que las prevenga ni las resuelva. ¿Te gusta ese mundo? A mí tampoco. Muchos en el espacio cripto sueñan con un mundo así. En el fondo, la mayoría no sabe lo que realmente está pidiendo.  

El banco central es el que supervisa a los bancos por el bien del público y la economía en general. Porque el banco central es el que controla la cantidad y el valor del dinero para evitar la inflación y el desempleo. Porque el banco central es el que asegura los depósitos de la gente para que no pierdan su dinero si quiebra un banco. Porque el banco central es el que actúa como prestamista de última instancia para evitar el colapso del sistema financiero.

El fundamentalismo del libre mercado suena muy bien en la teoría y en los debates de Twitter, pero no funciona tan bien en la práctica. Un banco dejado a la buena de Dios es un mono con hojilla: puede hacer mucho daño y poco bien. Por eso necesitamos un banco central que le quite la hojilla al mono y le ponga un bozal.

¿Te gustaría vivir en una utopía libertaria y anarquista? Un mundo sin Estado, sin leyes, sin autoridad. Un mundo donde la gente se organiza libremente, sin jerarquías, sin coerción. Un mundo donde la solidaridad, la cooperación y la autogestión son los principios que rigen la convivencia. ¿Te parece bonito y divertido? A mí también.

Pero hay que ser francos. No es fácil construir un sistema mejor en la práctica. Estas instituciones, como los bancos centrales, que tanto criticamos y atacamos, aunque muy imperfectas, han surgido con años y años de crisis y problemas. Han surgido como soluciones a problemas del pasado. Destruirlas de un día para otro es retornar a un pasado del que nadie quiere volver. Un pasado de caos.

Las reformas son necesarias para ir construyendo un sistema mucho mejor. No hay perfección. Pero sí hay males necesarios. Males que nos protegen de otros males peores. Males que nos permiten avanzar hacia un futuro más justo y más libre.

¿Acaso la Fed falló en la supervisión del Silicon Valley Bank? Claro que sí. Errores se cometieron. Y enmiendas son necesarias. No podemos negar la responsabilidad de la Reserva Federal en el colapso de este banco, que ha tenido graves consecuencias para la economía y la sociedad. La Fed no supo detectar ni corregir los riesgos que asumía el banco, ni tampoco aplicar las normas adecuadas para regular su actividad. La Fed debe reconocer sus fallos y aprender de ellos. Debe mejorar su capacidad de supervisión y su independencia frente a las presiones del sector financiero. Debe rendir cuentas de su gestión y someterse al escrutinio público. Debe, en definitiva, recuperar la confianza y la credibilidad que ha perdido.

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