El Gobierno español ha lanzado una advertencia que resuena con fuerza en los círculos económicos: una porción considerable de sus envíos a los Estados Unidos, nada menos que el 80%, se verán directamente golpeados por los aranceles impuestos desde Washington. La administración liderada por Donald Trump vuelve a tensar la cuerda del comercio internacional, y España no parece ser la excepción.

Según se informa, el ministro de Economía español, Carlos Cuerpo, ha puesto cifras sobre la mesa: se estima que unos 15,000 millones de euros en exportaciones se verán comprometidos por esta nueva oleada arancelaria. Una cantidad nada despreciable que, sin embargo, el propio ministro ha intentado matizar, asegurando que el impacto general sobre la economía española será, en principio, limitado. Habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos para confirmar esta visión optimista.

Ante este panorama, el Ejecutivo español no se ha quedado de brazos cruzados. Se ha anunciado un plan de choque que incluye una inyección de 220 millones de euros adicionales destinados a fortalecer la internacionalización de las empresas patrias. La estrategia parece clara: diversificar mercados y reducir la dependencia del apetito comercial estadounidense. Además, se menciona la implementación de otras medidas, como la reducción de la moratoria contable, buscando agilizar la adaptación del tejido empresarial a este nuevo escenario.

Un punto interesante es la búsqueda de consenso político interno. El Gobierno español ha expresado su confianza en lograr un diálogo fructífero con el Partido Popular, la principal fuerza de oposición, para sacar adelante este plan anti-aranceles. La unidad nacional, al menos en el discurso, se presenta como una herramienta clave para afrontar esta amenaza comercial externa.

Pero, ¿cuál es la justificación de Estados Unidos para este despliegue arancelario? El artículo señala que la administración Trump lo enmarca dentro de una "guerra comercial" global, con contadas excepciones donde, curiosamente, se menciona a Rusia por su bajo volumen de intercambio comercial con EEUU. Una explicación que no convence al autor del artículo, quien la califica directamente de "excusa".

La razón de este escepticismo es contundente: los datos comerciales entre España y Estados Unidos revelan una realidad que contradice la narrativa de una balanza comercial sistemáticamente desfavorable para Washington. En 2023, EEUU disfrutó de un superávit comercial con España de más de 9,300 millones de euros, cifra que superó los 10,000 millones en 2024. Estos números dejan en evidencia que España no es precisamente un socio comercial que esté perjudicando la economía estadounidense, lo que añade más interrogantes a la imposición de estos aranceles.

Sin lugar de dudas, la situación plantea un desafío considerable para las exportaciones españolas, aunque el gobierno intente transmitir un mensaje de calma. La respuesta desde Madrid pasa por el apoyo a la internacionalización y la búsqueda de un frente común político. Queda por ver si estas medidas serán suficientes para mitigar el impacto de una política comercial estadounidense que, a ojos de muchos, resulta cuanto menos paradójica en su relación con España.

Imaginen por un momento una pareja de baile que lleva años moviéndose al mismo compás. Se conocen los gestos, los ritmos, las pausas. De repente, sin previo aviso, uno de los dos se planta y dice: "Hasta aquí llegamos". ¿Qué pasa? Pues que el baile se detiene, claro. Y volver a encontrar una pareja con la misma química, con la misma sincronización, no es tarea fácil. En el mundo del comercio, la cosa no es tan diferente.

Cuando una relación comercial de larga data se interrumpe de la noche a la mañana, ya sea por aranceles, por vetos, por la razón que sea, los problemas florecen a ambos lados de la frontera. No es sencillo, señoras y señores, encontrar nuevos proveedores de confianza de la noche a la mañana. Se necesita tiempo para evaluar la calidad, para negociar los términos, para construir esa relación de confianza que se forja con el tiempo. Y, del otro lado, tampoco es un camino de rosas conseguir buenos clientes que reemplacen a aquellos con los que ya se tenía un historial, un entendimiento mutuo.

Claro que sí, en un escenario de ruptura comercial, siempre habrá la posibilidad de comprar o vender a precios más elevados. Si tu proveedor habitual ya no está, quizás encuentres otro, pero es muy probable que te toque pagar un extra por esa nueva relación, al menos al principio. Y si tus clientes de siempre desaparecen, quizás encuentres otros, pero no hay garantía de que estén dispuestos a pagar lo mismo o a comprar el mismo volumen. No hace falta tener un doctorado en economía para darse cuenta de que, en este juego de las sillas comerciales, el volumen total de comercio tiende a reducirse. Y una reducción del comercio, en la mayoría de los casos, solo trae consigo daños colaterales para ambas partes involucradas.

Ahora bien, la pregunta del millón: ¿quién se beneficia de todo este embrollo? Bueno, en una primera instancia, los que pueden ver una luz al final del túnel son los productores locales. Aquellos que, hasta el momento, no podían competir con los precios o la calidad de los productos importados, de repente se encuentran con un terreno más favorable. Pero ojo, aquí hay un asterisco gigante. En muchos casos, estos productores locales aún no existen a la escala necesaria para cubrir la demanda que dejan los importados. O quizás su calidad o su capacidad de producción todavía no están a la altura. Es como si, de repente, cerraran todas las panaderías y esperáramos que el vecino de enfrente, que hornea pan los domingos, nos abasteciera a todos. La teoría es bonita, pero la práctica suele ser mucho más compleja.

En fin, mis queridos lectores, el panorama que se dibuja cuando se dinamitan relaciones comerciales establecidas es bastante complicado. No hay ganadores claros a corto plazo, y las heridas tardan en cicatrizar. Los costos de la ineficiencia, de la búsqueda apresurada de alternativas, terminan pagándolos todos: las empresas, los consumidores y, en última instancia, la economía en general. Es un escenario donde la incertidumbre se convierte en la nueva moneda de cambio, y donde la estabilidad, esa vieja amiga del comercio, se toma unas largas vacaciones. Y como siempre digo, en este mundo de la economía y los mercados, más vale prevenir que lamentar los fuegos artificiales de una ruptura comercial inesperada.

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.