Como dice la Fair Data Society, somos trabajadores en la economía de los datos. Nuestros datos personales —básicamente, el plano digital de nuestras vidas— son recogidos por las plataformas con las que interactuamos, la mayoría de las veces de forma poco transparente. En el mejor de los casos, se utilizan para mejorar nuestra experiencia de usuario. En el peor de los casos, nuestra privacidad se vulnera, se monetiza e incluso se convierte en un arma contra nosotros.
Todo empezó con la aparición y el crecimiento de la web generada por el usuario, ya que las redes sociales aparentemente gratuitas, los motores de búsqueda y las empresas vieron una nueva oportunidad de obtener beneficios y se dedicaron a recopilar, almacenar, analizar y vender datos de los usuarios. En 2022, el mercado de datos había crecido enormemente. Según Statista, en 2020 se habían creado, consumido y puesto en línea un total de 64.2 zettabytes de datos en todo el mundo. Para 2025, se espera que esta cifra supere los 180 zettabytes.
Al hablar de la evolución de la soberanía de los datos en un clima impulsado por los beneficios, la profesora Sabina Leonelli dijo:
"La agencia individual en la economía de los datos se ha reducido, y pocas organizaciones dominan las condiciones en las que se puede intercambiar y utilizar la información, en detrimento de los derechos individuales y la acción colectiva".
De hecho, más de tres cuartas partes del mercado mundial de las búsquedas están bajo el control del motor de búsqueda Google y más de 3,600 millones de usuarios individuales están en cuatro plataformas de redes sociales propiedad de Meta.
Rumbo a la soberanía de los datos
Las grandes empresas tecnológicas reconocieron la presión y la creciente demanda regulatoria, por lo que en 2018 nació el Proyecto de Transferencia de Datos. Seis colaboradores —Google, Microsoft, Apple, Twitter, Facebook y SmugMug— se comprometieron a permitir la transferencia de datos sin fisuras entre plataformas a través de un marco común con código abierto. Sin embargo, solo fue el primer paso para que los usuarios reclamaran sus datos.
En los últimos años, la demanda de transparencia, confianza, seguridad y descentralización se ha extendido a múltiples sectores de nuestra vida: desde las finanzas hasta la gestión de organizaciones y el almacenamiento de datos. Esto es evidente en las tecnologías y soluciones blockchain, como las finanzas descentralizadas, las organizaciones autónomas descentralizadas y Web3, que pretenden conceder a los usuarios el control total de sus vidas digitales y proteger el derecho humano básico a la privacidad de los datos.
Entonces, ¿qué son la soberanía de los datos y la propiedad radical de los mismos, y cómo pueden lograrse?
En pocas palabras, lograr la soberanía de los datos significa que el usuario toma el control total de sus datos. Por fin puede saber (y opinar) adónde van a parar y con qué fines pueden utilizarse, mientras que los propios datos no quedan atrapados en una única plataforma. Los defensores de este concepto pretenden crear un nuevo espacio digital justo en el que la información se utilice para el bien social y su valor se distribuya en consonancia con Web3 y los Principios de Datos Justos, y hay una serie de instrumentos descentralizados que ayudarán a conseguirlo.
Web3: Mis claves, mis datos
Una de las principales características de la Web3 que la diferencia de la web que conocemos es la ausencia de depósitos de datos centralizados. Los almacenes descentralizados nos proporcionan una única fuente de verdad: lo mismo que hace blockchain, solo que para los datos privados y para big data.
El uso de protocolos y de una capa de datos descentralizada permitirá encriptar e intercambiar información en un sistema de redes entre pares, mientras que el direccionamiento basado en el contenido nos asegura que los datos no han sido manipulados: Cuando descargamos un trozo de una determinada dirección, sabemos que esos datos son correctos porque su hash se corresponde con la dirección.
Además, no hay soberanía de datos sin interoperabilidad de los mismos. Frente a los monopolios de datos, en los que los usuarios están encerrados en interfaces propietarias, La Web3 se basa en la idea de utilizar soluciones no custodiadas. Mediante el uso de claves, los usuarios podrán acceder al mismo conjunto de sus datos privados desde múltiples plataformas (también conocido como BYOD) y moverlos libremente entre almacenamientos y aplicaciones.
El proceso de registro también experimentará cambios. Por un lado, utilizamos direcciones de correo electrónico para crear cuentas, o las vinculamos a nuestros perfiles de Google y Facebook. En la Web3, las credenciales de correo electrónico se sustituirán por direcciones de monedero. "Iniciar sesión con Ethereum", financiado por la Fundación Ethereum y que probablemente se convertirá en un estándar, es un buen ejemplo de ello. Aunque todas las interacciones con la blockchain están disponibles para su visualización pública, el inicio de sesión con una dirección de monedero anónimo ayudará a preservar la confidencialidad.
Mientras tanto, los constructores y creadores de contenidos tendrán acceso a nuevas formas de monetizar sus contenidos. Los tokens, fungibles y no fungibles, son los "me gusta" y los "retweets" de la Web3. Pueden utilizarse para recompensar el contenido de calidad y compartir piezas de datos, asegurando al mismo tiempo que el creador obtenga una parte justa de las regalías.
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Y, por último, en lo que respecta al control de los datos, la introducción de una gobernanza descentralizada es otra forma de derrocar el poder monopolístico de las grandes tecnológicas. Las organizaciones autónomas descentralizadas tienen el potencial de aportar democracia y transparencia al proceso de toma de decisiones en la blockchain, ya que las transacciones se verifican por consenso.
Introduciendo la confianza y la privacidad en la economía de los datos
Lograr la soberanía digital significa tratar a los usuarios como personas, no como engranajes de la máquina de la economía de datos. Para resumir lo anterior, puede lograrse construyendo aplicaciones centradas en el ser humano en las que la interoperabilidad de los datos y la soberanía de los mismos sean lo primero, incentivando el desarrollo de la nueva infraestructura web que soporta la encriptación, la protección de los datos y los modelos de negocio éticos y transparentes. Por supuesto, la alfabetización digital básica también reduciría las posibilidades de que los usuarios de Internet renuncien involuntariamente a su privacidad.
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Como nota final, sería importante subrayar que se trata de un esfuerzo de colaboración —más grande que un solo individuo u organización— y que todo el espacio Web3 debería trabajar conjuntamente. De este modo, podemos empezar a reclamar la privacidad para el individuo y aportar confianza a la economía de los datos a nivel social.
Este artículo no contiene consejos o recomendaciones de inversión. Todas las inversiones y trading implican un riesgo, y los lectores deben realizar su propia investigación a la hora de tomar una decisión.
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