En las últimas semanas, hemos visto cómo Donald Trump ha vuelto a encender la retórica arancelaria con promesas de imponer tarifas masivas sobre productos chinos y europeos. El debate público se ha enfocado, como es costumbre, en si esto responde a una estrategia proteccionista, electoral o simplemente populista. Pero lo cierto es que muy pocos están viendo lo esencial: esto no tiene que ver con comercio internacional. Tiene que ver con el costo de la deuda.
Estados Unidos se enfrenta a un desafío económico silencioso pero monumental: más de 9 billones de dólares en bonos del Tesoro vencerán antes de que termine 2026. La mayoría fueron emitidos durante los años de tasas de interés cercanas a cero. Hoy, el panorama es otro. Con el rendimiento del bono a 10 años aún por encima del 4%, refinanciar esa deuda no será barato.
Entonces, ¿cuál es la única forma realista de bajar esos rendimientos? Enfriar la economía. Provocar una recesión controlada. Desacelerar el crecimiento, reducir la presión inflacionaria, suprimir la demanda de capital. Todo para poder refinanciar más barato. Y eso, precisamente, es lo que estamos presenciando bajo el disfraz de una “guerra comercial”.
Los aranceles, por sí solos, no solucionan nada. Pero como herramienta para reducir expectativas de crecimiento a largo plazo, son sumamente eficaces. Lo mismo puede decirse del “nacionalismo económico” y otras medidas que, en apariencia, lucen irracionales. El verdadero objetivo no es económico inmediato, sino financiero estructural.
El impacto ya se está sintiendo en los mercados más vulnerables a la liquidez: las criptomonedas. Bitcoin, Ethereum y otros activos digitales han retrocedido entre un 15% y un 30% en lo que va del año. Y no es porque el ecosistema Web3 haya perdido relevancia o valor tecnológico, sino porque la política económica ha cambiado de fase.
En este momento, la prioridad no es el crecimiento, sino el control. La Reserva Federal sigue reduciendo su balance, y el estímulo está lejos de regresar. Hasta que no se complete este ciclo de refinanciamiento, el dinero será escaso, el riesgo estará penalizado y la innovación financiera —como la que representa el mundo cripto— tendrá que resistir un invierno forzado.
Lo más probable es que, una vez terminado este proceso, el ciclo se invierta. Volverán los estímulos, el apetito por activos de riesgo, y quizás otro rally financiero como el de 2020–2021. Pero no antes. Primero hay que controlar la curva de rendimientos.
Por eso insisto: esto no es una guerra comercial. Es una guerra de rendimientos.
Y entenderlo es clave para anticipar lo que viene, especialmente en mercados como el cripto, donde el precio no solo responde a la tecnología, sino al entorno monetario global.
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