Nos toca hablar de la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk. Debo reconocer que, en un principio, no me tomé el asunto con mucha seriedad. De hecho, pensé que la supuesta compra de Twitter era una broma más de Musk. Bien sabemos que tiene un sentido del humor bastante desarrollado. O sea, le encanta un chiste. Sin embargo, la compra finalmente va. ¿Por qué dicha adquisición? ¿Dinero? ¿Poder? Uno podría asumir que en este sistema capitalista un empresario compra una compañía por lucro. Pero, según Musk, el hombre más rico del mundo, el dinero no importa. Al parecer, todo lo hace por el bien de la humanidad. El asunto central aquí es la libertad de expresión. ¿Será cierto?

En lo personal, siempre he pensado que el carismático Musk abusa de su influencia. Obvio que sufre de twittermania. Un día dice algo sobre Bitcoin. El precio sube. Una semana después, se retracta. El precio baja. Hace chistes sobre Dogecoin. El precio se dispara. Luego, hace otro chiste. Y el precio se desploma. Todo en broma. Nada en serio. Ah, pero resulta que sí es en serio la cosa. Su incontinencia verbal (en Twitter) no solo es irritante para algunos inversores de criptomonedas. Me incluyo. También ha sido molesta para las autoridades. Debemos recordar que por un tuit fue acusado de fraude de valores por la Comisión de Bolsa y Valores de los Estados Unidos (SEC). De hecho, la SEC le colocó un “Twitter sitter” (niñera de Twitter) para poder supervisar sus tuits sobre Tesla.

¿Manipulador de mercados o víctima del acoso gubernamental? ¿Héroe de la libertad de expresión o multimillonario narcisista? Por supuesto que en el mundo de hoy todo es política. Y el caso de la compra de Twitter no es diferente. Generalizo. La derecha se encuentra feliz porque esa compra significa que Donald Trump podría volver a la plataforma. Sé que Trump ha dicho que no volverá a Twitter. Pero nadie le cree. Claro que no se trata de Trump solamente. La compra se considera una victoria en contra de la cultura de la cancelación impulsada por los guerreros de la justicia social. La izquierda, en consecuencia, lamenta la compra, porque Musk le puede dar rienda suelta a los mensajes de odio de los radicales. Esta compra no es, por supuesto, una compra corporativa cualquiera. Se ha convertido en una batalla más entre los conservadores y liberales.

La compra significa, obviamente, un cambio de gerencia. La compañía era propiedad de un grupo de multimillonarios. Ahora pasará a manos de otro grupo de multimillonarios. Lo que ocurre es que cada grupo político tiene a su multimillonario predilecto. Según un sector, Google, Apple, Microsoft y Facebook son compañías liberales. Twitter era una plataforma liberal. Entonces, ahora, con el cambio de gerencia, Twitter pasará a ser un oasis de la “libertad de expresión” en Internet. La izquierda radical se encuentra en una guerra sin cuartel en contra de los multimillonarios. Por ende, Elon Musk es un villano con demasiado poder y poca supervisión que hace lo que le place. Debería pagar más impuestos.

Volvamos al eterno meollo de siempre. La sociedad dividida y enfrentada. Los dos bloques. Ellos y nosotros. Ellos son los enemigos. Siempre son culpables. Nosotros somos los ángeles del cielo. Siempre inocentes de todo. De hecho, víctimas de los malvados conspiradores. Elon Musk es el niño genio que todo lo sabe. El mesías de un bando. Elon Musk es el genio malvado y villano del otro bando. No importa lo que haga o piense. Lo importante es su afiliación. ¿Cómo sabemos la afiliación? Por las palabras. Vida. Elección. Libertad de expresión. Odio. Libre mercado. Regulación. Familia. Liberal. Derechos. Justicia. Orden. Represión. La frase “libertad de expresión” últimamente surge en el contexto de la cultura de la cancelación. Volvemos a lo mismo. La derecha y la izquierda. Los conservadores y los liberales. 

Con la cultura de la cancelación, llega el debate de la censura y la libertad de expresión. Si una persona pública dice o hace algo "ofensivo", esa persona es condenada a un bloqueo total en el ámbito profesional y social. Debido a la presión social, las compañías y las personas asociadas en dicho individuo pueden verse en la obligación de cortar todo tipo de relación. Un chiste de mal gusto te puede costar tu carrera. Una palabra fuera de lugar, un error en el trato con una mujer, o una opinión poco aceptada puede significar el fin. No es necesario ofender a muchos. En la mayoría de los casos, con la denuncia de una persona es suficiente. Con una persona que se ofenda basta.

Aquí no hay juicio ni jurado. No hay debido proceso. Nada de inocente hasta que se compruebe lo contrario. No hay jueces ni árbitros. En muchos sentidos, hemos vuelto a los tiempos de la Inquisición. El acusado siempre es culpable. El que acusa siempre dice la verdad. En los tiempos de la cultura de la cancelación, las palabras son más letales que las balas. Por ende, una ofensa verbal debe ser condenada a toda costa. Y no me refiero a una pequeña multa. Tampoco se trata de un castigo acorde a la ofensa. Por lo general, se trata de un boicot total y absoluto para el supuesto injurioso.

Ahora bien, Twitter está en manos de Elon Musk. El multimillonario y su juguete nuevo. El público dividido. El villano para unos. El mesías liberador para otros. La plaza pública más controversial de Internet en manos del hombre más rico del mundo. Ahora Twitter pasará a ser una empresa totalmente privada. Lo que implica que la compañía tendrá que cumplir con menos controles. En otras palabras, Musk tendrá más poderes y libertades que la administración anterior. Elon quiere que Twitter “sea lo más divertida posible”. De hecho, ya comenzaron los chistes. En un tuit reciente, Musk anunció que su próxima compra sería Coca-Cola para poder añadirle cocaína a la fórmula. Justo lo que necesita el mundo en estos momentos: Un payaso al timón de unos de los foros públicos más importantes de Internet.  

La toma de Twitter por Elon Musk se ha interpretado en algunos círculos como un triunfo para la libertad de expresión. Porque Elon Musk no se dejará chantajear por los guerreros de la justicia social y su cultura de la cancelación. En muchos sentidos, es una narrativa válida. La cultura de la cancelación, definitivamente, ha llegado demasiado lejos. Pero esto nos distrae de un asunto mucho más fundamental. ¿Quién controla Internet? Unos multimillonarios nos quitaron la libertad de expresión. Y otro nos la devuelve. Cambiamos de amo. Pero seguimos teniendo un amo. De pronto, es un mejor amo que el anterior, porque nos promete dulces. Pero nos distrae del hecho de que la dinámica amo-esclavo se mantiene intacta. ¿Cómo será realmente la utopía prometida por  Musk? 

 

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