La riqueza es un concepto que suele generar mucha confusión y debate. ¿Qué es la riqueza? ¿Cómo se mide? ¿Cómo se crea? ¿Cómo se distribuye? Estas son algunas de las preguntas que nos podemos hacer al pensar en la riqueza. Sin embargo, no hay una respuesta única ni definitiva a estas cuestiones. La riqueza puede tener diferentes significados y perspectivas según el contexto, la cultura, la época o la ideología.

En este artículo, quiero reflexionar sobre dos formas de entender la riqueza: la riqueza como la acumulación de activos y la riqueza como la creación de valor. Ambas visiones tienen sus defensores y sus críticos, y ambas tienen sus implicaciones y consecuencias para la sociedad y la economía. Mi objetivo no es imponer una visión sobre la otra, sino invitar al lector a cuestionar sus propias ideas y a ampliar su horizonte.

La idea de que la riqueza es la cantidad de monedas de oro que tenemos debajo del colchón o enterradas en el patio en realidad es muy antigua e influyente. De hecho, incluso hoy, esa idea se defiende por muchos. En relación con la comunidad cripto, la idea ha llegado por el lado de los conservadores y libertarios. Pero, en el caso latinoamericano, la idea de que somos muy ricos por el hecho de tener muchos recursos naturales y que el fallo yace en la distribución ha sido promovida por prácticamente todos los bandos.

La idea de que la riqueza es una “cosa” nos viene del liberalismo clásico. Los economistas clásicos, como Adam Smith o David Ricardo, consideraban que la riqueza de una nación era el valor de sus bienes y servicios producidos. Por lo tanto, para aumentar la riqueza, había que aumentar la producción y el comercio. Esta visión se basaba en la teoría del valor-trabajo, que sostenía que el valor de un bien dependía de la cantidad de trabajo necesario para producirlo.

Sin embargo, esta visión tiene varios problemas y limitaciones. Por un lado, ignora el papel de la demanda y la utilidad en la determinación del valor. Por otro lado, asume que la riqueza es un juego de suma cero, es decir, que para que alguien gane, otro tiene que perder. Además, no tiene en cuenta los costes sociales y ambientales de la producción y el consumo. Por último, incentiva la acumulación y la concentración de la riqueza en pocas manos, lo que genera desigualdad y conflicto.

La creación de valor es un enfoque más moderno para la riqueza. Implica generar valor para los demás a través de la innovación, el emprendimiento o el trabajo duro. Por ejemplo, una persona puede crear riqueza creando un negocio exitoso o desarrollando una nueva tecnología. La riqueza es nuestra capacidad de crear utilidad para la sociedad.

Esta visión se basa en la teoría del valor-subjetivo, que sostiene que el valor de un bien depende de la satisfacción que proporciona al consumidor. Por lo tanto, para aumentar la riqueza, hay que aumentar la satisfacción y el bienestar de las personas. Esta visión se asocia con la escuela austríaca de economía, que tiene entre sus representantes a Carl Menger, Ludwig von Mises o Friedrich Hayek.

Esta visión tiene varias ventajas y beneficios. Por un lado, reconoce el papel de la creatividad y la libertad en la generación de riqueza. Por otro lado, asume que la riqueza es un juego de suma positiva, es decir, que para que alguien gane, no hace falta que otro pierda. Además, tiene en cuenta los beneficios sociales y ambientales de la innovación y el emprendimiento. Por último, incentiva la distribución y la democratización de la riqueza, lo que genera prosperidad y armonía.

Ilustremos esto con un ejemplo. Imaginemos que el mundo se había acabado. Una guerra nuclear había arrasado con todo. Solo quedaban 100 supervivientes, dispersos por el planeta. Tenían que empezar de cero, sin tecnología, sin electricidad, sin civilización.

Entre ellos estaba Pablo, un antiguo empresario que había amasado una gran fortuna antes del cataclismo. Pablo tenía una obsesión: encontrar las piedras preciosas que había escondido en un búnker secreto. Estaba convencido de que eran el único tesoro que quedaba en el mundo, y que le darían el poder y el prestigio que había perdido.

Un día, después de mucho buscar, Pablo dio con el búnker. Allí estaban sus piedras: diamantes, rubíes, esmeraldas, zafiros... Brillaban con una luz hipnótica. Pablo se sintió el hombre más feliz y más rico del mundo. Cargó con todas las que pudo y salió a la superficie.

Pero pronto se dio cuenta de que su riqueza no le servía de nada. Nadie le hacía caso. Los demás supervivientes estaban ocupados en construir refugios, cultivar alimentos, fabricar herramientas, cazar animales, recolectar agua... No tenían tiempo ni interés por las piedras de Pablo. No les veían ningún valor. Solo eran rocas bonitas, pero inútiles.

Pablo se enfadó. Intentó convencerlos de que sus piedras eran lo más valioso del mundo, que debían trabajar para él, que debían darle todo lo que producían a cambio de una piedra. Pero nadie le hizo caso. Al contrario, se burlaron de él. Le dijeron que estaba loco, que vivía en el pasado, que no entendía lo que era la verdadera riqueza.

Obviamente, Pablo se sintió solo y frustrado. Se dio cuenta de que su riqueza era solo una ilusión, una fantasía. Luego, el amigo Pablo decidió cambiar. Dejó sus piedras en el búnker y se unió a los demás. Aprendió a trabajar la tierra, a hacer fuego, a pescar, a tejer, a curar... Aportó su valor a la comunidad. Descubrió que la riqueza no era la acumulación de piedritas, sino la creación de valor.

En conclusión, la riqueza es un concepto complejo y polémico que puede tener diferentes interpretaciones y consecuencias. La riqueza como la acumulación de activos es una visión más antigua y tradicional que se basa en la cantidad y la posesión. La riqueza como la creación de valor es una visión más moderna y progresista que se basa en la calidad y la contribución.

Personalmente, creo que la riqueza como la creación de valor es una visión más adecuada y acorde con los tiempos que vivimos. Creo que la riqueza no es cuestión de acumular activos escasos. Al menos no solamente. Esta industria cripto logrará prosperidad verdadera en la medida en que aporte valor a la sociedad.

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